Thursday, December 12, 2024
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La guerra en medio de la rumba de Mayra y la tragedia del maestro

En mayo de1965 tuvieron lugar muchos de los hechos relevantes de la Revolución Constitucionalista, comenzando con la sesión de la Asamblea Nacional celebrada el día 7, para escoger al coronel Francisco Alberto Caamaño como el nuevo presidente de la República; puesto ganado en la memorable batalla del puente Duarte y como líder de la heroica resistencia popular, desde el momento en que se inició la guerra civil, tras el bombardeo al Palacio Nacional perpetrado la mañana del lunes 26 de abril por fragatas de la Marina de Guerra, cuyo mando rompió su inicial neutralidad uniéndose a las tropas de Wessin, para lanzar cohetes y metrallas contra la casa de gobierno, induciendo al presidente provisional, doctor José Rafael Molina Ureña, a tomar la senda del asilo en la sede diplomática de Colombia.

Desde ese momento en la Capital no hubo un sólo instante de paz, y la gente vivía cada día como si fuera el último; de manera que para animarla, afirmando su fe y esperanza en un buen resultado de la lucha armada, en las emisiones diarias de la Radio Constitucionalista se escuchaba una voz persistente sustentando el optimismo, pidiendo al pueblo con encendido aire patriótico confrontar el miedo y vencer la desesperación.

Esa era la voz de Luis Acosta Tejeda, el inolvidable locutor cubano, clamando emocionado: “¡Un día más dominicanos, y la victoria será nuestra!”.

En esa misma función y con mensajes parecidos, se oyeron las  voces de otras figuras notables del micrófono como Plinio Vargas Matos, Manny Espinal, Luis Armando Asunción, Luis Muñoz Batista, Mario Báez Asunción,  Héctor -Papi-Quezada y Jaime López Brache, alentando la lucha sin cuartel contra las tropas del CEFA y contra la invasión foránea.

En medio de la hostilidad, la desolación, la pena y la tragedia, aparecería inesperadamente una ilusión sobre el fin del conflicto; entronizándose en el ambiente la esperanza de paz, asociada con las protestas escenificadas en varios puntos de la tierra contra las masacres realizadas por las tropas orientadas por el general Imbert en la zona norte de la ciudad, con la evidente apatía de la llamada Fuerza Interamericana de Paz (FIP), un organismo político y militar de la Organización de Estados Americanos (OEA) que actuó en la guerra con parcialidad, favoreciendo los intereses de los Estados Unidos.

El gobierno de Lyndon Johnson fue sacudido por los fuertes reproches de gobiernos, organismos internacionales y medios de prensa que en sus notas editoriales pusieron en duda su pregonada neutralidad en el conflicto dominicano, por su insensibilidad y pereza ante los graves hechos sangrientos;  y en esa situación, para no verse  asociado con dicho genocidio, y teniendo ya bastante con el rechazo público suscitado por su intervención en la guerra de Vietnam, el mandatario norteamericano optó por fingir que veía con simpatía la idea de detener los combates para buscarle una salida negociada al conflicto armado, enviando a Santo Domingo una comisión presidida por su asistente especial de Asuntos de Seguridad, McGeorge Bundy, que arribó al territorio dominicano el día 15 de mayo, reuniéndose de inmediato con los líderes del país.

El enviado especial de Johnson se entrevistó ese mismo día con Caamaño, acordando aprobar la denominada “Fórmula Guzmán”, sugerida por el profesor Juan Bosch desde su exilio en Puerto Rico; que consistía en escoger como presidente provisional al señor Silvestre Antonio Guzmán Fernández, ex ministro de Agricultura del gobierno derrocado el 25 de septiembre de 1963.

Sin embargo, ese proyecto fracasaría casi al momento de su planteamiento, producto de la firme negativa del hacendado vegano y político perredeísta a que en un gobierno suyo hubiese  deportaciones de ciudadanos dominicanos por la simple sospecha de adherencia al credo comunista, como quería el gobierno de Washington.

Otro factor presente en el malogramiento de ese propósito fue la actitud intransigente del general vitalicio Antonio Imbert Barreras, negado a cualquier salida que no fuese la ratificación de la Junta Militar presidida por él, que con el nombre de Gobierno de Reconstrucción Nacional había sido impuesta el día 8 de mayo por la fuerza estadounidense de ocupación; suponiendo tal vez que habría ganado el derecho a presidir la nación la noche del 30 de mayo con su implicación directa en la ejecución del tirano Trujillo, y no estaba, por tanto, dispuesto a renunciar a esa creencia, como quedaría demostrado en su rechazo categórico a la petición de renuncia que le hiciera entonces el subsecretario de Estado Thomas Mann.

guerra1Se debe apuntar, que antes de la llegada de Bundy, el general Imbert había roto la tregua; dato que fue revelado dos meses después, el 31 de julio de 1965, por el corresponsal de prensa Tad Szulc, estadounidense de origen polaco, en un artículo publicado en el periódico The Saturday Evening Post, con estas palabras (citamos):Justo antes del arribo de la misión Bundy, la aviación de Imbert rompió la tregua arreglada por la OEA. Con sus aparatos vomitando fuego, bombardearon en repetidas incursiones la radio Santo Domingo, en manos de los rebeldes. Al acercarse, los aviones rugieron sobre la Embajada, lanzando una andanada de balas sobre las calles adyacentes. Tap Bennett y muchos de sus auxiliares se arrojaron debajo de sus escritorios y el embajador gritaba, “¡Protestaré por esto!“.

El 18 de mayo fue un día calmado y aun cuando se había esfumado la factibilidad de la Fórmula Guzmán, todavía prevalecía la tregua momentánea acordada, aprovechando la gente la ocasión para realizar algunas de sus actividades cotidianas y visitar los enfermos en las clínicas y hospitales. En el barrio se veían algunos jóvenes recorriendo las calles con sus armas terciadas al pecho, incluyendo menores de edad que se movían con la aparente anuencia familiar, y unos que otros sacándoles partido al sosiego del momento para recrear el espíritu en la barbería-librería de la puertoplateña familia Lantigua, en la intersección de las calles Oviedo y Barahona, donde sus hijos Teófilo y Quinini…les tendían sus manos a sus amiguitos del barrio en la selección de libros y novedades recientes, como los paquitos “Encrucijada”, “Yesenia” y “Rubí”, de las célebres historietas de los escritores mexicanos Guillermo de la Parra y Yolanda Vargas Dulché, creadores de la revista “Lagrimas, Risas y Amor”.

También el paquito con el personaje de Archie, cuya salida quincenal era devotamente seguida; pues contaba las aventuras y marañas de un jovencito pelirrojo cuyo favor sentimental era disputado entre una rica heredera, de pelo negro, llamada Verónica, y otra chica rubia y sencilla, de nombre Betty; ambas teniendo entre sus amigos a los nombrados Carlos, Torombolo y el grandote Gorilón.

Sin embargo, la tranquilidad que trajo la tregua se esfumaría bruscamente luego del fracaso de la Fórmula Guzmán y la partida de Bundy; pues en la madrugada del 19 de mayo las tropas del CEFA reanudaron su operación limpieza, tratando de vencer a su adversario.

En ese momento, los constitucionalistas habían adquirido muchas armas y habían tomado diversos puntos estratégicos del perímetro barrial para el combate encima de las azoteas y otros sitios escogidos para colocar sus francotiradores y sus armas más pesadas; pero las huestes del general Imbert estaban mejores artillados y desplegaron un violento e intenso bombardeo sobre el área, con el propósito de poner bajo su autoridad los barrios de Villa Consuelo y Villa Juana. Sus ataques fueron indiscriminados, obviando que los jóvenes que querían matar y apresar no estaban allí, pues casi todos se habían desplazado hacia Ciudad Nueva, quedando la colectividad sólo con presencia mayoritaria de las mujeres, los ancianos y los niños.

El CEFA con sus tanques de guerra y bazucas  atacó sin misericordia, ejecutando la segunda etapa de la “Operación Limpieza”, que era mucho más sangrienta que la primera, sintiéndose en el país un vacío de autoridad que se percibía en la ruptura de la tregua. Eso fue el miércoles 19 de mayo, desde las 6:00 de la mañana, teniendo como base de apoyo las armas almacenadas en la sede de transportación del ejército, ubicada al final de la calle Ortega y Gasset, en el ensanche La Fe.

Desde ese lugar avanzaron hasta el área del cementerio nacional de la avenida Máximo Gómez, dando un salto hasta la avenida Duarte; apoderándose en poco tiempo del perímetro donde está enclavado el liceo secundario Juan Pablo Duarte, moviéndose luego hacia el sur, para llegar a Radio Televisión Dominicana y situarse en la calle Barahona esquina Tejada Florentino, donde desataron una nueva ofensiva, enfrentando y matando decenas de personas.

Los combatientes constitucionalistas se vieron obligados a recular desde la calle María de Toledo hasta la Bartolomé Colón, acantonándose en la periferia de la clínica Dr. Rodríguez Santos, donde se restauró el comando zonal.

Era el primer triunfo claro de las tropas de Imbert desde iniciada la guerra, pues los rebeldes habían ganado la batalla inicial del puente Duarte, generando la estampida de los soldados que recibían órdenes entonces del general Wessin.

Este nuevo y áspero ataque se hizo con tanques de guerra sobre las calles y una artillería móvil de gran poder destructivo, que incluía cohetes, morteros y granadas que retumbaron en la calle Azua, llamada entonces Felipe Vicini Perdomo, despedazando todo el balcón del segundo piso del edificio del banilejo Rafael Mejía, que tenía su colmado Los Tres Hermanos en la primera planta; matando a varios combatientes, e hiriendo de gravedad al maestro Sánchez, cuyo cuerpo fue alcanzado por un cañonazo de una bazuca lanzada desde la calle Tejada Florentino.

El maestro Sánchez cayó con el cuerpo destrozado a las 7:00 de la mañana, unas dos horas después de que concluyera la tregua convenida. Su esposa, valiéndose de los buenos vecinos, en medio de la incesante lluvia de balas, condujo a su marido moribundo a la clínica Doctor Guzmán, situada en la avenida San Martín esquina Felipe Vicini Perdomo. La situación del paciente era de extremada gravedad y los médicos del recinto de salud estaban metidos de lleno en la lucha fratricida, teniéndolo que trasladar de emergencia a otro centro hospitalario cercano, la  clínica Rodríguez Santos, que ofrecía un cuadro similar; pues una parte de los médicos atendía a los heridos y los enfermos, y la otra participaba activamente en las batallas desde la tercera planta del edificio, donde se había instalado recientemente una unidad de combate del sector constitucionalista, para resistir la operación limpieza del CEFA.

La ciudad carecía de agua y luz eléctrica. Las limitaciones en la atención a los heridos y enfermos eran obvias,  y debido a esa escasez era imposible realizar con éxito una operación quirúrgica para salvarle la vida a un paciente en el estado de gravedad en que se encontraba el maestro Sánchez. Ni siquiera se contaba con medicamentos, ya que todos los comercios, incluyendo las farmacias, habían cerrado sus puertas, y en esas condiciones las horas de vida del herido estaban contadas; muriendo alrededor del mediodía, e iniciándose así una nueva contienda, ahora sin balas, más sobrecogedora y espontánea, para esquivar el mandato de un alto oficial del CEFA que había ordenado quemar el cadáver en el perímetro del camposanto.

Mientras eso pasaba…en el cementerio, en las primeras horas vespertinas; en otro lugar de la ciudad se vivía uno de los momentos negros de la revolución,  pues alrededor de las cuatro de la tarde, se había producido el fracaso de la toma por sorpresa del Palacio Nacional intentado por un comando constitucionalista, liderado por el ministro de Interior y Policía del gobierno en armas, coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez,  quien deseaba generar un  impacto sicológico a nivel público con el control de ese símbolo de poder.

Esa tarde este militar fue gravemente herido por un tiro de un francotirador estadounidense, y junto a él caían el doctor Juan Miguel Román, destacado dirigente de la Agrupación Política 14 de Junio, Euclides Morillo, importante cuadro catorcista y el militar francés y entrenador del cuerpo de hombres ranas, Ilio Capocci.

Esa fue una pérdida sensible para  la revolución, porque el fenecido coronel  había sido el ideólogo del movimiento constitucionalista y también la persona que involucró en la actividad conspirativa al coronel Caamaño; además de que hacía apenas cuatro días que había regresado  al país, luego de un forzado exilio en Chile y Puerto Rico por su clara vocación democrática dentro de los cuarteles, propiciando el regreso  al poder del profesor Bosch sin elecciones.

Entretanto, en el Cementerio Nacional la viuda del maestro Sánchez se negaba a autorizar la incineración de su cadáver, y a ruegos suyos, un coronel del CEFA encomendó a una brigada bajo su mando utilizar una ambulancia de la Cruz Roja Dominicana para trasladar el cuerpo sin vida hasta el kilómetro nueve de la autopista Duarte, comenzando allí una larga y tortuosa travesía que lo conduciría al pueblo de Bajabonico, donde sería su entierro.

La procesión se llevó a efecto después que se alquilaron dos vehículos; uno de los cuales fue ocupado por la viuda y el muerto, en el asiento trasero; llevando en el delantero a una sobrina llamada Elena, herida en una pierna por un fragmento del cañonazo que cayó en la mañana sobre la casa; yendo ésta sentada junto a Bienvenido Encarnación, un vecino que colaboraba de mil maneras, ofreciendo la más elocuente demostración de solidaridad humana. El otro vehículo cargaba el resto de la familia.

Varios percances se presentarían durante la marcha, siendo el primero la dificultad en conseguir un ataúd; apareciendo  uno comprado  a sobreprecio en el pueblo de Bonao, después de una búsqueda de más de una hora. Y el segundo y más grave escollo surgió cuando la Policía Nacional de Santiago de los Caballeros detuvo los vehículos alrededor de las 7:30 de la noche, pues la libertad de tránsito estaba restringida desde que terminaba la tarde por la vigencia un toque de queda ordenado por el gobierno del general Imbert y los choferes no tenían permisos para conducir a esa hora; requiriéndose  salvoconductos que sólo eran autorizados por los organismos militares y policiales.

Por fortuna, uno de los oficiales superiores del destacamento policial de Santiago era una persona conocida, cuya familia vivía en la vecindad de la calle Azua; este era el coronel Hugo Álvarez, casado con la señora Dineya Díaz, la hermana del brillante pugilista criollo Héctor -Chino- Díaz, campeón nacional de boxeo en los pesos ligeros, y ambos visitaban con cierta frecuencia la vivienda que tenía el número16 de la calle Azua, donde residía su amado hermano Luis Ernesto, padre de Ernestico, Héctor y Fonchi Díaz.

mayraEl coronel Hugo Álvarez y Dineya Díaz tenían su hogar en la calle Idelfonso Mella casi esquina Juan de Morfa y habían procreado dos hijos, estando entre ellos una hermosísima muchacha de nombre Mayra, quien desde  pequeña se constituyó en la sensación del sector por su fervorosa afición a los bailes y fiestas, para convertirse con el paso del tiempo (en la mejor etapa de su adolescencia), en un fenómeno de la televisión dominicana por sus movimientos sensuales y cadenciosos.

Esa muchacha fue bautizada con el nombre de “El Ciclón del Caribe”, y fue ampliamente promocionada en la columna fotográfica  “La Cámara la vio así”, que publicaba diariamente el foto-reportero Leopoldo Perera Acta en el diario Ultima Hora.

Mayra Álvarez, o “El Ciclón del Caribe”, pasó sus años de infancia junto a su abuela en la calle Padre García, cerca de la avenida 30 de Marzo del barrio de San Carlos, cursando sus primeros estudios primarios en una escuelita situada justo al lado de una capilla religiosa -que aún permanece  allí-, en la calle Gerónimo de Peña del indicado sector, cuya directora era apodada “Nonita”, y en ese plantel tuvo de profesor al distinguido historiador Eligio -Gabriel- Serrano García.

Ella cursó sus estudios intermedios y secundarios en la reconocida Academia Renacimiento, fundada y dirigida por el prestigioso ciudadano Dr. Fernando Silié Gatón, viviendo ya con sus padres en la residencia marcada con el número 12 de  la calle Idelfonso Mella, que era la vía de las chicas hermosas de Villa Consuelo, pues a sólo dos casas de “El Ciclón del Caribe”, se encontraba el hogar de la joven Cándida Vargas, su contendora en belleza, quien poseía como ella los atributos físicos para ganar cualquier competencia, suscitando de paso y sin esfuerzo el placer de los hombres y el descontrol de sus miradas, que se perdían sin remedio en el laberinto de sus curvas maravillosas.

El coronel Hugo Álvarez al percatarse de quienes eran los ocupantes de ambos vehículos y enterado de los pormenores de la desgracia, facilitó la continuación del viaje, entregando a los choferes los salvoconductos correspondientes; emprendiéndose  la ruta hacia el pueblo de Bajabonico, donde el primer carro arribó  a las nueve de la noche portando la mala noticia que escucharon aterrorizados los familiares del muerto en la casa No. 22 de la vieja calle de La Gallera, oficialmente llamada Ezequiel Gallardo.

El segundo carro, cargando el ataúd, llegó al pueblo una hora más tarde, debido al pinche de un neumático que hubo que  cambiar en medio de la lluvia que caía a raudales esa noche en la región norte del país. A su arribo, aquella morada ya estaba atestada de curiosos, y en su interior se escuchaba el llanto desconsolador de los dolientes;  en especial los familiares que habían llegado desde la ciudad de Puerto Plata, entre ellos la madre y los hermanos del muerto que amanecieron en vela.

Dando testimonio de solidaridad, reverenciando al fallecido,  también estaban allí sus antiguos compañeros y amigos de la Logia La Trinitaria, a la cabeza de Su Gran Maestro, el doctor Rafael Camejo; así como el doctor Cristóbal Ceballos, su esposa Tatica y sus hijos Tina y Víctor, quienes conocieron ese día el pueblo de Bajabonico.

En la mañana el ataúd con los restos del maestro Sánchez fue llevado a la parroquia Nuestra Señora de Las Mercedes, donde el padre Benito Taveras hizo una misa de cuerpo presente y ofreció las últimas bendiciones en nombre de Dios.

Luego, a la salida de la iglesia, se formó una larga caravana de caminantes que iban en absoluto silencio recorriendo la calle Mella y parte de la Duarte, acompañando el carro fúnebre de la Sociedad La Altagracia hasta el cementerio municipal.

El entierro se efectuó próximo al mediodía; y como si fuese un mandato del destino, el maestro volvía definitivamente a morar sin vida en la tierra que dejó una madrugada del mes de marzo del año 1953, con la ilusión de encontrar en la Capital el progreso y la felicidad de su familia.

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