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La Necesidad de Eliminar el Modelo Centralizado del Sistema Educativo en Puerto Rico

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La crisis educativa en Puerto Rico ha llegado a un punto crítico, perpetuando un ciclo de pobreza y dependencia que impide el desarrollo de la isla. Nuestro sistema público de educación, controlado centralmente por el Departamento de Educación, ha demostrado ser ineficaz y dañino, centrado en una estructura inepta, dislocada entre sus oficinas, subcontratando sus funciones oficiales, incapaz de mejorar la educación de los niños, y que prioriza la administración de pruebas estandarizadas por encima del verdadero aprendizaje.

¿Pero cual es la solución? Hay que eliminar totalmente el sistema central y regional para automatizar sus funciones de forma efectiva sin política.

Es urgente repensar este modelo y adoptar uno sin una oficina central ni oficinas regionales que fomente el desarrollo humano a través de una educación adaptada a las realidades locales y sin micro manejo de sus maestros.

Actualmente, el modelo educativo lejos de promover el crecimiento intelectual y creativo de nuestros jóvenes, se enfoca en preparar a los estudiantes para exámenes estandarizados y pruebas que, en su mayoría, interfieren con el aprendizaje y no contribuyen al mejoramiento académico ni al bienestar general. Cada año se gastan millones de dólares y meses en estas pruebas estandarizadas, recursos que podrían invertirse en mejorar la infraestructura escolar, contratar más maestros, capacitar mejor a los maestros o en programas universitarios que realmente ayuden al desarrollo integral de los estudiantes. Aún peor, gran parte del tiempo académico se desperdicia en la preparación para estos exámenes, sacrificando horas valiosas que podrían dedicarse a un aprendizaje más significativo y efectivo.

Según el resultado de las pruebas que se han ofrecido recientemente, este enfoque equivocado ha contribuido a la creación de una juventud carente de herramientas para enfrentar los desafíos del mundo moderno. Un sistema que no fomenta la creatividad, que crea el odio a la escuela, que por fallar en un examen escrito le pone un sello de fracasado a un estudiante, que le limita la libertad de expresión al estudiante, que reduce el tiempo para la actividad física y que alimenta a los estudiantes con comidas no saludables está condenado al fracaso continuo. En lugar de preparar a los jóvenes para ser pensadores críticos y creativos, empresarios y lideres, el sistema actual los condiciona a ser empleados dependientes, sin saber leer efectivamente y poco preparados para la vida.

El proceso de aprendizaje debería estar guiado por maestros capacitados que tengan la libertad de adaptar sus enseñanzas a las necesidades y contextos específicos de sus estudiantes. Hoy día, los docentes están atrapados en un sistema rígido con una camisa de fuerza que les dicta desde las oficinas centrales lo que deben enseñar, sin tomar en cuenta las particularidades de sus escuelas. La enseñanza en el aula debería ser una experiencia ajustada a las características únicas de cada grupo de estudiantes, y no una mera réplica de un modelo importado y costoso que no responde a nuestra realidad.

Además, la constante intervención de agencias externas y la proliferación de terapias durante las horas de clase interrumpe el proceso educativo, especialmente para aquellos estudiantes que más necesitan apoyo académico. Estas intervenciones, aunque valiosas, no deben reemplazar el tiempo destinado al aprendizaje ni obstaculizar el progreso educativo. Deberían programarse fuera del horario escolar, permitiendo que el salón de clases siga siendo un espacio exclusivamente dedicado al crecimiento intelectual sin interrupciones.

Para mejorar verdaderamente nuestro sistema educativo, es fundamental que los maestros reciban una capacitación continua y adecuada. No tiene sentido exigir un certificado de enseñanza si luego se les impone un plan de estudios estandarizado desde las oficinas centrales, desconectado de la realidad local y condición de sus estudiantes. Los maestros deben tener la libertad de diseñar planes de estudio adaptados a las necesidades específicas de sus estudiantes, y no estar atados a un currículo general que muchas veces ha demostrado ser irrelevante para Puerto Rico.

Los maestros de Puerto Rico tienen 27 estudiantes por salón en promedio los cuales se compone de un 40% de estudiantes de educación especial sin ayuda alguna. Los maestros de Puerto Rico atienden 125 estudiantes por día y reciben una paga menor que cualquier estado de la nación.

El objetivo principal de la educación publica en la isla debe ser enseñar a los estudiantes a ser felices, a leer y escribir con comprensión, a cuestionar lo que los rodea, a explorar nuevas ideas y a descubrir el mundo. Es fundamental que los estudiantes tengan tiempo para socializar, interactuar y compartir ideas, fomentando el desarrollo de habilidades interpersonales y colaborativas. Si es necesario evaluar el rendimiento, las pruebas PISA, ampliamente usadas a nivel mundial, podrían ser una opción para tener una visión comparativa, sin desviar el enfoque del aprendizaje local y sin quitar el tiempo lectivo.

La eliminación total del sistema central y regional educativo y de la enseñanza obligatoria permitiría que cada escuela, comunidad y maestro pudiera recibir todo el dinero directamente a la escuela para adaptar su enfoque educativo a las realidades y necesidades locales. Esto le daría el poder tanto a los estudiantes como a los educadores, creando un sistema que realmente responda a los desafíos y aspiraciones de Puerto Rico. Si queremos un Puerto Rico más próspero, justo y desarrollado, debemos comenzar por proporcionar a nuestra juventud una educación publica que les permita convertirse en ciudadanos críticos, creativos y capaces de construir un futuro mejor.

Es tiempo de romper con el ciclo de dependencia y mediocridad que ha caracterizado nuestro sistema educativo durante décadas. Transformar la educación es esencial para el desarrollo social y económico de la isla, y solo lo lograremos si abandonamos el modelo centralizado que ha causado tanto daño por décadas.

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