La “copresidenta” de Nicaragua gana presencia en un escenario marcado por la represión a la disidencia
Nicaragua se encamina a unas elecciones en las que Daniel Ortega, sin rivales de entidad, prorrogará su poder. A su lado estará, como en las últimas cuatro décadas, Rosario Murillo, que ha pasado de compañera de lucha política a esposa, primero, y vicepresidenta, después, hasta el punto de que el Gobierno nicaragüense y la red clientelar que le rodea no se entiende ya sin la ‘compañera Rosario’.
Ortega y Murillo compartieron lucha contra la dictadura de Anastasio Somoza y su idilio comenzó ya en el exilio, en el tramo final de la década de los setenta. Juntos han tenido siete hijos –más un octavo de una pareja anterior de Murillo que Ortega adoptó como propio– y han recorrido una senda política indisociable ya a estas alturas.
La vida familiar de los Ortega-Murillo y la política de Nicaragua se vio sacudida en 1998 por una acusación formulada por la hija mayor de la ahora vicepresidenta. Zoilamérica Narváez acudió a la Justicia para denunciar a su padrastro por abusos sexuales continuados cuando era menor de edad, pero el juez entendió que los potenciales delitos ya estaban prescritos.
Lo más reseñable entonces fue la posición que adoptó Murillo, que cargó públicamente contra su hija, tachándola de mentirosa, para salir en defensa de su marido. Murillo fue entonces la “tabla de salvación” de un hombre que habría tenido difícil e incluso imposible seguir con su carrera política con una acusación a cuestas de tal calibre, como apunta Rogelio Núñez, investigador sénior del Real Instituto Elcano, en declaraciones a Europa Press.
El matrimonio ya vivió una primera etapa en el poder en la década de los ochenta, pero ha sido en esta segunda fase, iniciada en 2007, cuando Murillo se ha ido reivindicado como algo más que una primera dama. Así, tras sendas vicepresidencias en manos de Omar Halleslevens y Jaime Morales, en 2016 Ortega decidió que sería su esposa quien le acompañaría en la tarjeta electoral de las elecciones siguientes.
Apeló a la paridad de género para justificar el ascenso, pero para la oposición fue la demostración definitiva de que Ortega quería comenzar a tejer una dinastía. Seis años más joven que su marido, Murillo representaba también una red de seguridad en un régimen en el que la salud del presidente siempre ha sido un “misterio”.
La vicepresidenta se ha erigido en la punta de lanza de la Administración, en una figura que “ha sido cada vez más importante” a golpe de discursos y con una relevancia equivalente e incluso mayor que la del presidente en momentos clave, según Núñez.
El “deterioro físico” de Ortega, sobre el que siempre se ha especulado –especialmente durante la pandemia de COVID-19 por las escasas apariciones del mandatario–, se suma a un papel de liderazgo de la vicepresidenta dentro de la “red clientelar” del Gobierno y del sandinismo, en la que también están implicados los hijos del matrimonio.
¿QUIÉN GOBIERNA NICARAGUA?
Murillo ha terminado por convertirse en un “pilar fundamental” para “la gestión política del día a día”, explica Núñez, y la oposición le atribuye un papel preponderante en la deriva represiva que se inició tras las protestas de 2018 y el fracaso del diálogo posterior.
La tensión ha aumentado este año, al albor de los preparativos para las elecciones del 7 de noviembre y gracias a un aparato legal y jurídico “a la medida” del Gobierno. Más de 30 representantes políticos han sido detenidos y tres partidos políticos, suspendidos, lo que anticipa una reelección prácticamente de trámite para el matrimonio gobernante.
El investigador del Real Instituto Elcano subraya que “el régimen ha optado por acabar con cualquier atisbo de pluralismo”, pero descarta que sea una tendencia nueva, sino que “hunde sus raíces en el mismo momento que llega Ortega por segunda vez a la Presidencia”.
En este sentido, cree que durante la última década el presidente se ha esforzado por construir un “régimen híbrido”, con “aparente pluralidad de opiniones” pero elecciones “muy controladas y muy tergiversadas por el poder”. La libertad de expresión, añade, queda “cada vez más acotada”.
EL ESCENARIO SIN ORTEGA
Estados Unidos y la Unión Europea ya han denunciado que las elecciones se celebrarán sin unas mínimas garantías, lo que permite anticipar que no reconocerán su resultado. Sin embargo, el aislamiento de Nicaragua no será total, en la misma medida en que las sanciones adoptadas en los últimos años –también contra la propia Murillo– no se han traducido en cambios sobre el terreno.
Nicaragua “sabe que tiene puertas a las que llamar”, según Núñez, que cita a China y Rusia como potenciales auxilios de un orteguismo en horas bajas y que, en cualquier caso, sigue gozando del apoyo público de los países aliados en América Latina, aglutinados en la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALNBA).
No obstante, sí vaticina que el papel de Murillo será “aún más importante” en el escenario postelectoral, sobre todo si se confirma que la salud de Ortega es débil y la primera dama y vicepresidenta continúa ganando presencia. Aun así, no tiene claro que el régimen pueda sobrevivir sin su líder actual.
Aunque el matrimonio sí tiene un control “muy importante” del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSNL), éste no sería “total”. “No estoy tan seguro de que (ciertos sectores) aceptaran el liderazgo de la vicepresidenta”, asevera Núñez, que recuerda también que Nicaragua sigue siendo un país marcadamente machista.
Ortega, entretanto, no solo no resta poder a su esposa sino que la reafirma públicamente. El 25 de octubre dejó claro que Murillo no era su ‘número dos’, sino la “copresidenta” de un Gobierno que se rige por “el principio 50-50”, compartido por tanto a partes iguales entre los dos integrantes de un matrimonio que por ahora no renuncia a nada.