El francés Daniel Robin, uno de las mayores figuras de la lucha de todos los tiempos, murió este mes de mayo en Canadá sin llegar a tiempo de celebrar el 50 aniversario de su gesta en los Juegos de México’68, cuando ganó la medalla de plata tanto en lucha libre como grecorromana.
La muerte de Robin ha sido tan llorada en Francia, su país de nacimiento y con el que obtuvo sus éxitos deportivos, como en Montreal, su tierra de adopción y en la que estuvo al frente de numerosas iniciativas relacionadas con el olimpismo.
Un cáncer de páncreas acabó con la vida de Robin el pasado 23 de mayo, cuando le faltaba una semana para cumplir 74 años.
“Inolvidable Daniel Robin”, tituló en grandes caracteres el diario ‘L’Equipe’.
Nació en 1943 en Bron, en la metrópoli de Lyon, aunque residió siempre en Grenoble. Fue el primer francés campeón del mundo de lucha libre, cuando ganó el título universal en 1967 en Nueva Delhi.
Un año después, muy lejos de allí, entró en la historia por una hazaña no repetida por nadie: fue dos veces medallista en la misma edición de los Juegos Olímpicos. En México’68 ganó la plata en lucha libre, pero también en lucha grecorromana, ambas en el peso welter.
De hecho, Robin pensó durante unas horas que su resultado era aún mejor y que había sido campeón olímpico en grecorromana. Pero su rival por el oro, el alemán oriental Rudolf Vesper, presentó una reclamación y se quedó con la mejor parte.
En los Mundiales de 1970 intentó el doblete en ambas modalidades. Pero no se enteró de un cambio en el orden de los combates en el concurso de grecorromana y llegó tarde a la sala.
Los de México’68 fueron solo el primer episodio de una larga relación entre Daniel Robin, los Juegos y el espíritu olímpico en el más amplio sentido.
Acudió también como competidor a Múnich’72, cita que le marcó trágicamente por perder a varios amigos en el atentado cometido por un comando palestino contra la delegación israelí.
En la ciudad alemana volvió a competir en los dos tipos de lucha y fue quinto en libre y sexto en grecorromana.
Probó suerte hasta 1974 en el rugby, como talonador del Grenoble, antes de hacerse entrenador de lucha en Francia y en España.
Viajó a Montreal en 1976 para comentar los Juegos en la radiotelevisión canadiense (repitió como comentarista en 1996 y 2000) y se quedó allí para siempre.
Enseguida se implicó en el deporte local. Entrenó al equipo de lucha grecorromana de Canadá en Los Ángeles’84. En vísperas de los Juegos de Calgary 1988 organizó los actos relacionados con el paso de la antorcha olímpica por Montreal. En los de Albertville’92 (Francia) fue el jefe de misión adjunto de la delegación canadiense.
Hasta 2004 coordinó la agenda deportiva y de ocio de su ciudad de acogida.
Tampoco hizo ascos al trabajo de despacho: entre 2005 y 2009 ocupó la vicepresidencia de la federación francesa de lucha y luego fue director de este deporte en el comité organizador de los Juegos de Londres 2012.
Trabajó hasta su muerte en el Club de la Medalla de Oro, un programa canadiense de captación de recursos para jóvenes promesas del deporte.
“Una de esas personas que se convierte en amigo tuyo en unos minutos y lo sigue siendo durante el resto de la vida”, apuntó ‘L’Equipe’ tras su muerte.
Otro periódico francés, el ‘Dauphiné Libéré’ editado en Grenoble, le definió en su necrológica como un hombre “jovial y generoso, un epicúreo”.
Esa generosidad a la que aludió la publicación se extendió más allá de la vida de Robin: pidió que no se enviasen flores a su entierro, sino que el importe económico equivalente fuera donado a un instituto de investigación del cáncer.
Natalia Arriaga