Los Estados Unidos de América y la República Popular China, países que discuten cual es el tercero en superficie, por detrás de Rusia y Canadá, pues sin los territorios no continentales ni contiguos de Hawái y Alaska, el gigante asiático es más grande, están involucrados en otras guerras.
Por suerte no son guerras convencionales, ni nucleares, ni cosas que se parezcan. El enfrentamiento es en comercio, tecnología y geopolítica. Pero. Como diría nuestro recordado amigo, el fenecido Simón Alfonso Pemberton, los chinos les están sacando la cabecita y van marcando el paso hacia la meta.
Esto se debe al sistema político de ambas potencias. Mientras los chinos no tienen el valladar de un congreso que, por su condición de oposición, utiliza esa palabra literalmente y se opone a todas las iniciativas del mandatario de turno. Al punto, que el gobierno Federal de los Estados Unidos no puede legislar, a veces, ni por encima de las regulaciones de un estado de la unión americana.
Solo un botón como muestra de este procedimiento. El presidente Barack Obama, en su gestión, comenzó a flexibilizar las relaciones con Cuba. Después de 54 años, se reabrió la embajada americana en La Habana, comenzaron a permitir vuelos comerciales desde su territorio a la perla de las Antillas y eliminaron gran parte de las restricciones de las remesas.
Todo esto cambia radicalmente cuando llega Donald Trump al poder. El giro fue de 180 grados. Por esta razón, siempre hemos sostenido que un sistema de gobierno que tenga el peligro de que cada cuatro años pueda cambiar su política en casi todos los aspectos no es de los mejores.
Un ejemplo de lo que decimos, acaba de suceder en nuestro país. El 30 de abril de 2018, el gobierno del presidente Danilo Medina, anuncia que la República Dominicana terminaba sus relaciones diplomáticas con Taiwán y las establecía con la República Popular China. Dos años y medio después, el nuevo mandatario Luís Abinader, quien pertenece a un partido distinto al anterior, en buen dominicano, les corta el agua y la luz a los chinos, no se actúa correctamente, en términos diplomáticos con el embajador Zhang Run y se entrega en los brazos dem los republicanos, que todo indicaba que saldrían del poder en alrededor de tres meses. Algo que sí sucedió.
Desde luego, el presidente Abinader, ante la realidad que le daba en pleno rostro, con el Covid-19 y su incapacidad para conseguir las vacunas necesarias, para inmunizar la población, no le quedó más remedio que utilizar aquella famosa oración de “donde digo, digo, lo que digo es Diego” y comenzar a inventar toda suerte de maromas para tratar de ganarse el favor de los chinos. Dando unos de los virajes a los cuales, en estos casi 10 meses de mandato, ya nos hemos acostumbrado.
Por el contrario, China tiene una gran ventaja sobre otros países. En más de 40 años, desde que tomó las riendas Deng Xiaoping con su revoluciónagrícola, industrial, científica y técnica, liberalizando la economía de ese inmenso país y abriendo espacios para la iniciativa privada, pero conservando el estatus del Partido Comunista Chino como única entidad partidaria. Esto no ha cambiado.
El presidente Xi Jinping, ha seguido casi exactamente esa política. Solo cambiando algunos tenues aspectos debido a circunstancias, tiempo y lugar. Esa es la gran ventaja que tienen los chinos sobre los americanos. Contrario a Joe Biden, el mandatario asiático no tiene que llegar a acuerdos con un Senado republicano que le enfrenta en la mayoría de sus iniciativas.
Por lo tanto, mi consejo a nuestros jóvenes, comiencen a aprender mandarín.
Carlos McCoy
CarlosMcCoyGuzman@gmail.com