Eran los días finales de noviembre, en el año1968, cuando un grupo de jóvenes del pueblo de Bajabonico se dispuso realizar una extraña fiesta hippie, en medio de la tristeza generalizada, causada por la trágica temporada de lluvias, que destruyó muchos predios agrícolas y viviendas a la orilla del río; además de varias vidas destrozadas, entre ellas la del apreciado munícipe Sergio Júpiter Cabrera Francisco.
El pueblo quedó incomunicando, debido a la estrepitosa caída del puente colgante; generándose una gran incertidumbre, pues se confiaba en la invulnerabilidad de aquella gran estructura de acero, levantada durante el gobierno de Horacio Vásquez, ya que había sido una excelente plataforma de enlace del poblado con las principales comunidades de las provincias de Santiago y Puerto Plata, porque todos los vehículos que se desplazaban de una jurisdicción a otra, tenían obligadamente que transitar por la calle Duarte, cruzando de un extremo a otro la ciudad; lo cual se traducía en un movimiento económico impresionante, que convirtió a Bajabonico en el pueblo más dinámico y progresista de la provincia, después del municipio cabecera de San Felipe de Puerto Plata.
Fue por ello que allí operó primero que en cualquier otro municipio un centro de estudios de contabilidad, mecanografía e inglés; una biblioteca municipal, e igualmente el liceo Enrique Ashton, al que asistían, para hacerse bachilleres, los jóvenes de otras demarcaciones, como Luperón, La Isabela, El Estrecho, Los Hidalgos, Guananico, Nava y Altamira.
Era chocante programar y realizar una fiesta de hippies en esa circunstancia, pero sus ideólogos, los jóvenes Miguel Parra Mézquita, estudiante de Arquitectura de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, y Miladys Reyes Fernández (Millie), alumna del privilegiado Colegio Inmaculada Concepción de La Vega, concebían el evento como una manera de dar respuesta a aquella difícil situación de la tragedia que se comenzaba a vivir. Este convite era un calmante o consuelo en medio de la penumbra.
Bajabonico estaba en la condición de un enfermo requiriendo una inyección de optimismo y la recuperación de fe menoscabada; y para lograr eso, nada mejor que el brío juvenil y la fuerza creadora de sus muchachos, fomentando la unión y la solidaridad frente al desánimo y la desorientación colectiva.
La idea de esos jóvenes era el mejor apoyo sicológico que se podía propiciar para la vuelta a la normalidad, bajo el lema: “¡La unión hace la fuerza!”; haciendo lo que fuese necesario para asumir el futuro con las decisiones adecuadas, conscientes de que sólo unidos se recobraría la economía malograda durante aquel temporal de lluvias; o parte de lo que se había perdido, pues sin aquel viejo puente, todo apuntaba a ser diferente.
La fiesta programada serviría para recordar los acontecimientos y valorar las manifestaciones positivas surgidas en las horas de mayor riesgo para la vida de los moradores, como fue la acción valiente y solidaria del equipo de rescate que fue improvisado para hacerle frente a la calamidad de las inundaciones en los campos cercanos.
En ese comando de rescatistas estaba el inolvidable amigo Sergio Júpiter Cabrera; un indio claro, de unos 43 años y fuerte complexión física, caracterizado por su excelente humor. Él había sido marino y se dedicaba en los últimos años a la peluquería, siendo el barbero preferido de muchos jóvenes, por su mano ligera en el corte de pelo y por el cuidado que ponía para realizar un cerquillo homogéneo y lucido, que fuese grato a los ojos de las chicas del pueblo. Laboraba junto a su hermano Matías, quien tenía su local abierto en la calle Mella, próximo a la fábrica de quesos Geo y la biblioteca municipal.
En ese tiempo en el pueblo había cuatro barberos, y uno ellos era don Elpidio Guzmán; un hombre de unos 75 años y pelo cano, que recortaba a los chicos de la calle Ezequiel Gallardo, en el patio de un conjunto de viviendas donde vivían las hermanas María Eulogia y María Dolores Cabrera; así como sus tíos Roque, Victoria y Ramona.
El otro barbero era Pasito Binet, un magnifico afeitador que tenía su barbería en las proximidades de la casa de dos pisos donde residía el director del liceo secundario Enrique Ashton, don Andrés Brito Bruno, y no muy lejos de la farmacia Flora, propiedad de Gabriel Canahuate.
Sergio era hijo del hacendado José –Picho- Cabrera y de la señora Laura Francisco; contándose entre sus hermanos, Matías, ya mencionado; Víctor, el mayor; Diógenes Artemio, locutor estrella; Elsa, brillante profesora; Aníbal, contador en el Ingenio Amistad; Plinio, conocido médico de la clínica San Rafael, en la Capital: Milton, locutor y empresario, residente en La Romana; Cosette, abogada; Marisol, bioanalista, y Winston -Chile-, contador, residente en la Capital.
Eran también sus hermanos, una bella chica llamada Oneida, quien era novia entonces de José -Pepito-Francisco; Yuya, Awilda, la Muda, Yani y Lourdes.
A Sergio Júpiter se le recordaría siempre por su modo ingenioso en exponer las cosas con ironía y gracia. Solía decir que no era posible que muriese asfixiado, y que más fácil se ahogaba en un vaso de agua; en referencia a su antigua condición de marinero. Él gozaba mucho una tertulia combinada con un par de tragos junto a sus entrañables amigos, Arismendy Ulloa, Miguel Dorrejo y Rafael Eduardo (Negrito) Lara.
Recalcamos que él estuvo entre las primeras personas que se ofrecieron para integrar el equipo de rescate que se desplazó desde Bajabonico hasta Vuelta Larga, El Estrecho y el Ranchito de Los Vargas, para auxiliar a varias familias que se encontraban en situación de peligro y a punto de morir ahogados por la inundación más grande, traumática y trágica que haya conocido jamás la historia de Bajabonico,
El solo intento de salvar esas vidas era de por sí un verdadero acto de heroísmo, ya que allí habían ancianos, mujeres y niños que no estaban preparados para luchar contra las embravecidas aguas del desbordado rio Bajabonico; ni contaban con los medios para sortear las dificultades que se multiplicaban con la crecida incontenible del río, la caída masiva de árboles y el cúmulo de basura que imposibilitaban el movimiento en aquel infernal lodazal.
Tras la caída del puente, de diversos puntos del municipio aquel día comenzaron a llegar las informaciones sobre las zonas más afectadas por las lluvias y donde había mayor riesgo de que se produjeran hechos lamentables. Y las malas noticias que llegaban eran aterradoras e impedían pensar con claridad y cabeza fría, pero había que comenzar a actuar, con la buena fortuna que se tenía un nuevo sindico, con mucho ánimo de trabajar y resolver aún dentro de aquel ambiente de calamidad y penuria.
El nuevo alcalde era el señor Rafael -Fellito- Batista D`Orville, quien se había juramentado el 16 de agosto de 1968. Este buen músico y mejor munícipe, concentró su trabajo inicial en el área del puente; evaluando personalmente los cuantiosos daños en el sector denominado Hoyo Haitiano y en la franja periférica al río, recabando información para remitirla acompañada de sus recomendaciones, a los funcionarios civiles de la provincia y a las autoridades de Obras Públicas del gobierno del presidente Balaguer; porque esa gente estaba urgida de asistencia material y humana, pues seguía resonando en sus oídos el ruido ensordecedor de la estrepitosa caída del puente, lo que pareció para ellos el fin.
Increíble, pero cierto! El puente sobre el río Bajabonico estaba en el suelo y el nuevo síndico estaba allí, haciendo cuanto estaba a su alcance, que no era mucho, para asistir a la gente; comprendiendo que no estaba en sus manos recomponer la situación, pero aún así se empeñaba, al igual que sus ayudantes, en llevar a cabo la paciente labor de informarse con amplitud de la magnitud de los daños en cada hogar, y en conocer cuáles eran sus necesidades. Por eso escuchaba con atención la descripción de los sucesos vividos por los moradores del Hoyo Haitiano.
El síndico los oía en medio de la persistente lluvia que caía ese día, y echando con frecuencia la vista hacia el lugar donde se veía la estructura del puente inclinado, cayendo hacia el río. Y mientras la miraba, sintió un estremecimiento agudo, pensando en que parecía la obra de un terremoto relámpago, más que de un temporal de lluvias que mantenía a la gente moviéndose por calles y aceras convertidas en inevitables lodazales por doquier.
Mientras eso ocurría en la cabeza del puente, en otro lugar del municipio se trabajaba en la integración del comando de rescate; siendo Sergio Júpiter Cabrera Francisco el primero en subirse como rescatista a una de dos camionetas, cedidas por los prósperos comerciantes Fabio Lara y Plácido Parra, para llevar a cabo ese encomiable servicio humano.
Una de ellas era guiada por Arturito Lara, sobrino e hijo de crianza de don Fabio; y la otra, por Miguelito Parra, hijo de don Plácido; yendo en las mismas, Sergio Júpiter y su hermano Chile, así como un dentista llamado Magiro Tamayo y el joven mecánico Tatis Mercado, muy conocido en el área por ser el hijo mayor del fotógrafo del pueblo, don Dámaso Mercado.
Marcharon hacia su destino, la sección El Estrecho, enterándose en el camino de la situación prevaleciente en los distintos sitios inundados de agua. Iban con la mejor disposición de colaborar en las tareas de emergencia, y hacer frente -de ser necesario- a la grave situación de penuria de las familias damnificadas. En el camino se encontraron con mucha gente que estaban en medio de la carretera, esperando ayuda porque habían tenido que abandonar sus hogares, perdiendo sus ajuares, que quedaron sepultados por las aguas.
Estaban ya en la zona deprimida, junto a la multitud, que requería ansiosa su auxilio. Los vehículos ya no podían continuar porque el puente Escarfullery, de vigas de madera, estaba a punto de zozobrar. Rápidamente se desmontaron, siendo recibidos como héroes. Aquellos campesinos voceaban a viva voz: “¡Llegaron los hombres ranas de Imbert!”, en alusión al heroico cuerpo de Hombres Ranas de la Marina de Guerra, que durante la Revolución Constitucionalista del 24 de Abril de1965 se distinguió por su coraje y calidad en el combate, en sus memorables enfrentamientos con las tropas de intervención extranjera, constituyéndose en leyenda y símbolo de resistencia y patriotismo.
En honor a ese sacrificio y heroísmo de Sergio y aquellos rescatistas se efectuaría la mencionada fiesta denominada de hippie, que era una extraña idea sólo para quienes no recordaban las características culturales y musicales del municipio de Imbert en el año 1968, que era una población relativamente pequeña, de aproximadamente 11 mil habitantes; pero que, sin embargo, poseía una dinámica social vigorosa, donde se había manifestado el rock and roll como en cualquier pueblo grande del país.
Desde principios de la década había surgido allí, dentro de las instalaciones del cine-teatro Amarilis y el Josie Bar, del empresario Juanito Collado, un grupo musical, dirigido por dos de sus hijos, Juan José y Tony, llamado Los Dinámicos, que se destacaría sobremanera en la televisión dominicana, por sus presentaciones continuas en el muy visto programa Sábado de Ronda, que era dirigido por los locutores Osvaldo Cepeda y Cepeda y José Joaquín Pérez (Jo-Jo).
Este grupo fue muy exitoso y estuvo integrado, además de los hermanos Collado, por Rafuche Guzmán Souffront, un excelente cantor de música romántica, balada y rock; los hermanos Mercado (Franklin y Leonardo), Cucho Dìaz y un gran guitarrista de nombre Víctor. Estaban influenciados por la música de Leo Dan y Los Beatles y fueron la revelación musical de la nueva ola en la región norte, para transformarse luego en conjunto los Brahmins, que fue uno de los primeros grupos musicales propiamente de rock en el país.
Ello explica la moda sicodélica que llegó a los jóvenes de Bajabonico desde principios de la década de los 60 y la razón de que allí se estuviese celebrando una fiesta hippie, que fue precedida de tres encuentros sociales llamados “La Jengibrada”, a los que acudieron los chicos con sus atuendos de chaquetas de cuero abrochadas, largas patillas, camisas con brillantes colores, sombreros, pantalones tipo campana, jeans, y de poliéster. Algunas chicas vestían con minifaldas.
Este era el tiempo en que en Cotuí, municipio cabecera de l provincia Sánchez Ramírez, hasta los sacerdotes como Fabio Solís, vestían con camisetas sicodélicas y colgaban collares inmensos en sus cuellos, generando incluso la crítica del mismo presidente de la República, doctor Joaquín Balaguer, quien en un discurso ante la Asamblea Nacional un 27 de febrero, dijo que ese sacerdote de supuesta inclinación izquierdizante escandalizaba las calles con su llamativo atuendo.
Los encuentros con Jengibre fueron hechos en varios lugares, comenzando por una residencia cercana al parque municipal, que era propiedad de los empresarios Bravo Reyes y Elsa Fernández, los padres de Millie; la segunda, donde Miguelito Parra; la tercera en la casa de doña Brìgida Rumaldo de Dorrejo y sus hijos Papi, Luly u Cristina Dorrejo; la cuarta donde don Fello Lara y doña Josefa, y una quinta, donde Martha y Bertico Canahuate.
Entre los asistentes a estos encuentros que culminaron con la gran fiesta de hippies, estuvieron las hermanas Lara (Josefita, Ivonne y Luchy), Máximo Hevia, Ana María Alcántara, Sally Fernández, Marisol Cabrera, Gilberto Reyes, Héctor Canahuate, Mildred Padilla Cabrera, Kismet Adams, María Reyes, Maritza Sánchez, Mercedita y su hermana Guin, sobrinas de doña Elsa Cabrera, Eugenio Collado, David Mercado, Andrés Parra, Damaris Checo, Chiche Buche, Chea López (compañera de colegio de Martha Canahuate, Brunilda Pichardo, Josefina Abreu (compañera de Brunilda), Chito y Rafuche Guzmán Souffront, Lido Parra, Sonia Mena, Magui González, Charo Díaz, la hija de doña Esnovis; Johnny Medina, Monchy Martínez, Danny Henríquez, entre otros.