Thursday, November 14, 2024
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Biden, el aspirante a sucesor de Obama que se rindió ante Clinton

Lucía Leal |

El vicepresidente de EE.UU., Joe Biden, es la voz más visceral en la Casa Blanca, un político guiado por la intuición que hoy, tres décadas después de su primer sueño presidencial, respaldó rotundamente a otra candidata demócrata en la convención que le habría gustado protagonizar.

Durante su discurso hoy en la Convención Demócrata no quiso restarle ni un ápice de importancia a la nominación de Hillary Clinton y defendió que su llegada al Despacho Oval “cambiará las vidas” de todas las mujeres del país.

Con 73 años y cuatro décadas de carrera política a sus espaldas, a Biden le ha costado hacerse a la idea de abandonar el poder el mismo día en que el presidente Barack Obama deje la Casa Blanca, después de ocho años haciéndole sombra en el Despacho Oval.

Quienes le conocen saben que habría querido tomarle el relevo a Obama y muchos lo consideraban su sucesor natural dado su férreo respaldo de las medidas del mandatario y su tendencia a ser más progresista que Clinton, especialmente en política exterior.

Le costó al menos dos años decidir si presentarse o no a las elecciones primarias, en un proceso marcado por la muerte de su hijo Beau en mayo de 2015 y que finalmente concluyó con el anuncio, en octubre pasado, de que no competiría, en parte por el duelo y en parte por la falta de tiempo para orquestar una carrera exitosa.

“Fue la decisión correcta para mi familia”, aseguró hoy Biden en una entrevista en la cadena de televisión MSNBC.

Biden aseguró que no se “arrepiente” de esa decisión y bromeó sobre el apoyo que ha recibido, al afirmar que “la forma de hacerte realmente popular es anunciar que no te presentas a la Presidencia”.

El vicepresidente aceptaba así que se quedará a un paso de la Casa Blanca, un cargo al que aspiró en dos ocasiones, la primera en 1988 y la segunda en 2008, compitiendo contra Obama y Clinton.

Con la exsecretaria de Estado ha tenido desencuentros sonados -como su oposición a la operación contra Muamar el Gadafi en Libia que Clinton promovió en 2011 dentro del Gobierno de Obama- y en ocasiones incluso la ha criticado abiertamente, por lo que su apoyo de hoy era especialmente importante para la candidata demócrata.

La vehemencia de Biden ha sido el factor definitorio de su vida política: mientras unos lo aplaudían por honesto y genuino, otros lo tachaban de impulsivo y metepatas.

La contraposición entre el cálculo de Obama y el ímpetu de Biden es para muchos lo que hace funcionar a su equipo, definido por el exvicepresidente Walter Mondale como “un matrimonio sin posibilidad de divorcio, pero que vive en casas diferentes”.

Al “número dos” de Obama le costó hacerse al papel de subalterno de alguien a quien triplicaba en experiencia y no dejó de recordar con algo de nostalgia los días en los que era su propio jefe.

Pero este veterano exsenador supo adaptarse a un cargo en el que las responsabilidades definidas son pocas y la misión tiene la vaga descripción de servir de respaldo al presidente.

Cuando Obama le propuso ser su mano derecha, Biden puso una sola condición, según confesó en 2008: que “en cualquier decisión clave, económica y política, pudiera estar en la habitación”, y desde entonces nunca teme llevar la contraria al presidente.

Con Obama ha tenido desencuentros sonados, como ocurrió con su consejo de no impulsar la reforma sanitaria en un momento de dificultad económica o cuando recomendó no lanzar la operación que mató a Osama bin Laden en mayo de 2011.

Pero una vez en marcha, Biden se convirtió en el defensor más ferviente de esas políticas, y en 2012 dijo que el ataque contra Bin Laden fue la decisión “más audaz” que nadie ha tomado “en 500 años”.

Pese a su amplia experiencia, la lengua sin tapujos de Biden le ha jugado algunas malas pasadas.

Esa tendencia a prescindir del guión también sentó las bases para un cambio trascendental: en mayo de 2012, Biden afirmó que se encontraba “absolutamente cómodo” con el matrimonio homosexual.

Poco después, Obama se vio obligado a reconocer su apoyo a las uniones del mismo sexo, generando una corriente que culminó en la decisión del Tribunal Supremo de legalizar el matrimonio gay.

Joseph Robinette Biden nació en una familia humilde -su padre era vendedor de automóviles- y eso le ha ganado tirón con los votantes blancos de clase trabajadora, los mismos que se le resistían a Obama y que todavía son escépticos con Clinton.

Su historia personal está profundamente marcada por el accidente de tráfico que mató a su mujer y su hija cuando él tenía 29 años y saboreaba su elección como senador.

Él no se ahogó en la amargura y se volcó en sus otros dos hijos, y el año pasado volvió a dar ejemplo de entereza tras perder a su primogénito, Beau, fallecido de un tumor cerebral a los 46 años.

Su muerte le llevó a liderar con más fuerza una campaña para la lucha contra el cáncer, que abandera con entusiasmo.

En 1977 se casó de nuevo con su esposa actual, Jill Biden, con la que tuvo otra hija, Ashley.

En 1988, compitió por la Presidencia por primera vez, pero tuvo que dejarlo tras descubrirse que había plagiado un discurso, un borrón en su expediente que le persiguió desde entonces.

En 2008 lo volvió a intentar y se llevó el segundo premio: quedarse apenas a un paso del cargo con el que tanto soñó y que, finalmente, se le escapó de las manos. EFE

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