Santo Domingo, Este, R. D.-Con Haití no hay posibilidad de entendimiento; todas las verdades de las ciencias políticas y económicas se estrellan contra esa realidad brutal.
Es una cultura de miseria, depredación y pobreza que se los tragará irremediablemente a menos que opongan una serie de resistencia. Cierren la frontera o retrinjanla al máximo.
Que se invierta todo lo que se quiera, internamente en Haití, pero no liguen los pueblos porque nada bueno saldrá. Haití no es una nación, es una masa de gente, y con intenciones muy siniestras hacia los Dominicanos.-
José MARTI
Asi se expreso uno de los Libertadores mas insigne de America Don Jose Marti
¡¡¡DESPERTEMOS DOMINICANOS!!!
A luchar dominicanos valientes, defendamos nuestra nación. –
Hati: “Porque no queremos, ni podemos, ni debemos olvidar”
¡¡¡Adelante Compatriotas ni un paso atrás!!! , imitemos al dominicano residente en Uruguay, Rafael Pineda, que nos narra la siguiente historia:
Haití: Porque no quiero, ni puedo, ni debo olvidar
EL AUTOR es escritor. Reside en Uruguay.
Por RAFAEL PINEDA
Fecha: 19 julio, 2018
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Por Rafael Pineda
Montevideo, Uruguay- Yo no quiero, ni puedo, ni debo olvidar que desde su fundación, Haití, con tan incuestionable superioridad militar y económica que incluso llegó a prestar ayuda a Simón Bolívar, invadió, ocupó y tiranizó durante 22 años a mi pueblo. Una historia que por absurda, brutal e inaudita que parezca, es real.
Haití, con sus grandes plantaciones de caña de azúcar, café, cacao y algodón era la colonia más rica de América y cuando se proclamó Estado independiente, tenía el ejército mejor armado y entrenado del continente. En cambio República Dominicana era un pueblo descalzo, una nación sin ejército, sin armas ni entrenamiento militar.
Repasando páginas de la Segunda Guerra Mundial, recuerdo lo que leí sobre Klaus Barbie, un alto oficial de la Gestapo nazi, también conocido como “El carnicero de Lyon” por estar involucrado en crímenes de guerra contra la humanidad y haber torturado personalmente y asesinado a casi 900 prisioneros en Francia, incluyendo a 41 niños que se habían refugiado en una iglesia. Cuando, finalizada la guerra, este personaje fue sentado ante un tribunal y el juez le preguntó si había cometido los crímenes que se le imputaban, respondió: “yo no recuerdo nada, y si ustedes recuerdan eso es problema de ustedes”.
El olvido es la aureola para el criminal, y la tragedia para los pueblos.
Cuando entré en el mundo de los turbulentos tiempos de mi adolescencia, al fragor de los debates juveniles escuché esta frase: “Los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla”.
No la interpreté como una frase hueca, ni como un invento de mis eufóricos antagonistas de entonces: es una deliberación escrita y repetida en sus discursos por el filósofo romano Marco Tulio Cicerón, uno de los hombres más sabios y de los mejores oradores de la historia.
Como dominicano que soy recuerdo los crímenes que en el pasado cometieron los haitianos contra mi pueblo. Los nombres de los invasores y asesinos quedan grabados en la memoria: Toussaint Louverture, Jean-Pierre Boyer, Jean-Jacques Dessalines, Faustino Soulouque, Charles Hérard, Henri Christopher, Jean-Louis Piérrot.
Junto a ellos pongo los nombres de los dominicanos que traicionaron la soberanía nacional y se pusieron al servicio de poderes extraterritoriales.
Reflexiono sobre esto bajo el presentimiento de que la historia dominicana empieza a repetirse. Haití, con descaro desmedido, invade la heredad de nuestros padres, se burla de nuestra soberanía, irrespeta nuestras leyes, chantajea a nuestras autoridades, ocupa nuestros espacios públicos, desplaza a los dominicanos de sus comunidades, de sus puestos de trabajo, pisotean, queman y escupen nuestra bandera y nada les está pasando.
La ocupa es de tal magnitud que hay lugares donde un extranjero no sabría distinguir si llegó a Puerto Príncipe o a Santo Domingo. Incluso para los mismos dominicanos a veces resulta difícil desigualar su barrio.