La agencia describe un modelo de terrorismo doméstico marcado por un pasado violento, odio paranoico hacia Washington y retroalimentado por la propaganda
Cuarenta años de ataques llevados a cabo por 52 terroristas estadounidenses en su propio país han servido al FBI para publicar, esta semana, uno de los primeros estudios a gran escala sobre esta clase de violencia y quienes la perpetran: prácticamente todos hombres, la mayoría de raza blanca, solteros, con cierto grado de educación universitaria, pasado militar, antecedentes penales y, sobre todo, una precepción extremista contra el Gobierno estadounidense, radicalizada por la propaganda.
El informe se muestra tajante en cuanto a la descripción de género. “Quizás la única tendencia demográfica que se ha visto de manera consistente es la aplastante representatividad de perpetradores masculinos. Aunque las mujeres pueden, y de hecho han efectuado actos de violencia selectiva, todos los 52 responsables investigados en este estudio sobre terrorismo eran hombres”, sentencia el documento.
La repulsión que exhiben estos terroristas hacia la idea de centralismo y, por extensión, la autoridad que lo impone, es el factor principal que define su ‘modus operandi’: un 32 por ciento de los atentados investigados apuntaban contra funcionarios o agentes de Policía.
Este recelo está alimentado por el trastorno mental más extendido entre los ‘lobos solitarios’, la paranoia. “Más de la mitad de los terroristas investigados exhibían una intensa desconfianza hacia los demás, y llegaban incluso a albergaban la creencia de que el resto de la gente conspiraba para hacerles daño. Nada realmente concreto: “en realidad, general y vaga”, precisa el informe, “como sus miedos a las conspiraciones, a la vigilancia permanente del Gobierno y a a existencia de organizaciones secretas”.
Estas ideas acaban enquistadas a través del consumo de propaganda, en el inicio de un círculo vicioso: la búsqueda de información que convalida sus creencias lo que les lleva a su vez a buscar más información. Un 77 de los terroristas consumieron material radical o propaganda antes de cometer sus atentados, según el informe, que destaca además el personalismo de este material: su ideología se ve reforzada cuando es comunicada a través de un “líder influyente o carismático”.
Como dato particular en este sentido, a pesar de la ascendencia de las redes sociales en la difusión de esta información — de los 40 ataques que ocurrieron tras 1999, el año de la emergencia de la red, un 60 por ciento de sus responsables consumieron propaganda a través de plataformas en línea –, el estudio pone de manifiesto la importancia que tienen los medios físicos como el papel impreso, en forma de panfletos o magazines radicales, o los discos compactos de audio que pasan de mano en mano, en privado.
Aunque pudiera parecer que estos terroristas viven en un mundo de ideas difusas, su forma de operar sentencia todo lo contrario. Estas nociones acaban concentrándose en un terrorismo pragmático, real. De los 52 terroristas investigados, nada menos que 38 “eligieron su objetivo por ser instrumental para sus objetivos o su ideología”, según el estudio. La herramienta más empleada para llevarlos a cabo — seis de cada diez atentados — fue el arma de fuego.
UN PASADO DE VIOLENCIA
El terrorista doméstico medio ya conocía de primera mano la violencia antes de atentar. Ocho de cada diez exhibieron previamente un “comportamiento hostil o agresivo” y prácticamente todos ellos — un 96 por ciento — “escribieron textos o protagonizado vídeos destinados a compartir con los demás”. Más de la mitad protagonizaron episodios de violencia física o abuso psicológico. Y es esta “voluntad que han demostrado en sus vidas para ejercer la violencia a la hora de resolver lo que entienden por problemas, la que incrementa el riesgo de que vuelvan a ejercerla de nuevo”, añade.
Es difícil, apunta el informe, que semejante combinación de factores pase desapercibida. “Rara vez”, explican sus responsables, “estos lobos solitarios viven en completo aislamiento”. Es más: “interactúan con familiares, colegas y extraños a través de todo un espectro de contextos sociales, tanto dentro como fuera de las redes”.
De hecho, nueve de cada diez allegados eran conscientes de las ideas del agresor, pero solo una cuarta parte de quienes lo sabían expresaron su preocupación a las autoridades, guiados principalmente por el miedo a que estos individuos pudieran hacerles daño a ellos o a sus seres queridos.
EL FACTOR INDIVIDUAL
El FBI concluye su informe con una importante advertencia: un perfil no es en modo alguno una herramienta suficiente para combatir el terrorismo doméstico porque no existe una combinación específica de factores que desemboque necesariamente en la violencia selectiva.
Sin embargo, y con este estudio, el FBI pide a los ciudadanos que reconozcan estos rasgos — violencia previa, sentimiento antigubernamental y pensamiento paranoico — como un indicio de alarma y los pongan en el contexto del peligro terrorista. “Hay que educar a estos posibles testigos y proporcionarles”, apunta el informe, “las herramientas y mecanismos que les permitan informar de sus preocupaciones”.
La burocracia continúa suponiendo un problema endémico a la hora de lidiar con estos casos, lamenta el informe antes de poner de manifiesto, una vez más, la falta de comunicación entre agencias y los roces jurisduccionales entre las fuerzas de seguridad, de ahí que concluya con un llamamiento a la creación de “estrategias coordinadas” no solo en el seno de la ley, sino en la creación de políticas sociales que “disuadan a estos individuos, les desconecten de toda trayectoria violenta y reducan el riesgo de un ataque letal”.