Por años, nuestros países, los llamados del tercer mundo, hemos sido una especie de graneros de los estados desarrollados. Nuestras mayores exportaciones consisten en “Commodities” o sea materias primas.
Enviamos a esos países, naranjas, mangos, tamarindos y recibimos de ellos jugos y concentrados. Exportamos cacao y ellos nos facturan bombones y confites. Aceptamos bolsitas de papitas fritas a cambio de nuestros contenedores de papas frescas.
En fin, ellos se benefician del valor agregado de nuestras materias primas, mientras nosotros nos conformamos con lo poco que podemos sacar del trabajo casi esclavo de nuestros campesinos.
Las cosas comenzaron a cambiar un poco cuando la comunicación se fue haciendo más global y el mundo se abrió a los conocimientos en todos los sentidos. Informaciones que tardaban semanas, a veces meses en llegar de un país a otro, hoy las tenemos en nuestros celulares, tabletas o computadoras de forma instantánea. Con la ventaja de que es casi imposible manipularlas, pues las fotos, audios y videos nos llegan en crudo, casi siempre tomados por testigos o por los mismos protagonistas.
Este cambio dio lugar a que las exportaciones comenzaran a diversificarse y a la par del envío hacia el exterior de materias primas, también comenzó a emigrar, buscando un mejor porvenir, la mano de obra.
Como era una mano de obra sumamente barata, que además no exigía ninguna de las conquistas laborales de los nativos, los grandes terratenientes e industriales vieron un tremendo filón. No tenían que pagar por fletes marítimos ni aéreos, ni impuestos de importación, ya que todo se produciría dentro de sus fronteras.
Pero esto también empezó a cambiar. Los inmigrantes comenzaron a tener familia y los hijos se convirtieron en ciudadanos. Muchos de los cuales emprendieron su preparación técnico profesional, así como el conocimiento de sus derechos.
Como el capital no tiene ni sentimientos, ni patriotismo, solo angurria, comenzaron a elucubrar como enfrentar este nuevo desafío. ¡Inmigración ilegal! Fue la respuesta. Pues como ilegales, no podían exigir derechos ni beneficios. Pero esto poco a poco se les fue saliendo de las manos, pues aunque ilegales, les estaban dando nueva forma a una sociedad que cada vez, Estados Unidos como ejemplo, se hispanizaba mucho más.
A tal grado que las estadísticas señalan que para el año 2050, uno de cada tres norteamericano será de origen hispano.
El miedo a la transculturización, ha disparado las alarmas, no solo en los Estados Unidos, sino también en otros grandes países como Inglaterra, Australia, etc.
Esto, junto a la automatización de gran parte de la producción, ha hecho que la mano de obra no calificada sea cada día menos necesaria y quieran volver a los tiempos de importación, esta vez no solo de materias primas, sino también, en algunos casos, de productos terminados. De ahí los tratados de libre comercio.
La semana pasada, el presidente Donald Trump, junto a su cacería de ilegales, sometió un proyecto de ley al senado norteamericano, donde pretende reducir la inmigración legal, sí, lo escribimos bien, “legal”, en un 50%.
A partir de esa ley, los residentes y ciudadanos naturalizados, tendrán mayores y más complejos requisitos para traer sus familiares cercanos y los demás solicitantes deberán hablar inglés y tener una profesión u oficio que sean necesarios en Los Estados Unidos de América.
Esta es la tendencia global. Nuestros gobernantes tienen que pensar, que si estos inmigrantes triunfaron o por lo menos sobrevivieron en países extranjeros, muchos de ellos con diferentes idiomas, climas extremos y no en las mejores condiciones laborales, bien podrían hacerlo en sus respectivos países.
Es solo cuestión de darles la oportunidad. Recesar, aunque sea por un tiempo, la corrupción, el robo y la impunidad y poner esos recursos al servicio del desarrollo de sus pueblos.
Creemos que no es mucho pedir.
Carlos McCoy
CarlosMcCoyGuzman@gmail.com