“¡Cabeza de caballo, significa hombre!”, asegura Ekaterina Kostrikina al mirar la cera caliente fijarse en un vaso de agua fría: en un apartamento de Moscú, un grupo de amigas intenta adivinar el futuro apelando a tradiciones paganas.
A la luz de la vela, fijan con la mirada la cera fundida que se supone da un indicio sobre lo que les espera este año, en el plano amoroso o profesional. Luego queman una bola de papel para observar la sombra proyectada en la pared y buscar alguna señal adicional.
Muy difundidas en Rusia entre la Navidad ortodoxa (el 7 de enero) y la Epifanía (el 19 de enero), estas prácticas adivinatorias se remontan a las tradiciones de los pueblos eslavos paganos que no desaparecieron tras la llegada del cristianismo en 988.
“Consideramos que durante ese período nos liberamos de nuestras obligaciones con la Iglesia, porque Jesús fue bautizado el 19 de enero, y entre Navidad y la Epifanía, el mundo permanece bajo influencia pagana: todavía podemos invocar a los espíritus”, explica Ekaterina Kostrikina, que por lo demás se declara ortodoxa.
“Por eso es el mejor momento para intentar conocer el futuro”, comenta esta arquitecta y escenógrafa que trabajó en varios teatros de Moscú mientras se dispone a fundir la cera en una cuchara de plata, junto a su amiga Liubov Soldatikova, analista financiera.
Condición obligatoria para operar esos rituales de antaño: no llevar puestos objetos de metal como anillos o aros, ni cinturón, para dejar el cuerpo en “libertad absoluta”, explica Kostrikina.
También es frecuente preparar pasteles en los que se coloca una moneda, granos de pimienta o un anillo, signos anunciadores, para quien se tope con ellos, de que el próximo será un año sin problemas financieros, rico en acontecimientos picantes o con bodas.
– Según el estado de ánimo –
“¡Parece que me espera un año interesante!”, sonríe Liubov Soldatikova, intrigada al encontrar los granos de mostaza en su tajada de pastel.
Natalia Chpakovskaya, masajista de 39 años en una prestigiosa sala de masajes de Moscú, admite por su parte ser adepta desde sus años colegiales a la tradición favorita de las solteras, que consiste en preguntar el nombre al primero que se cruzan por la calle el día de la Epifanía. Según la tradición, será el nombre del futuro esposo.
“Un día, una amiga en la escuela estaba furiosa porque el nombre que le dijo el primer transeúnte era el mismo que el del chico más feo de la clase”, contó a AFP.
“Sin embargo, unos años más tarde, esta amiga conoció a su futuro marido y efectivamente llevaba ese mismo nombre”, asegura esta mujer esbelta de cabello oscuro, casada y madre de una chica de 16 años.
“A la gente no siempre le gusta enterarse de su futuro” admite Ekaterina Kostrikina, “pero todo depende del estado de ánimo”.
“Estando deprimido, solo se perciben señales negativas. Cuando nuestro ser se abre a la felicidad, los cambios positivos no se hacen esperar”, asegura.