Sunday, December 22, 2024
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Las historias humanas de David Ferrer

Alejado del ruido que le provocó estar entre los 10 mejores del mundo por siete temporadas, a los 35 años el español David Ferrer saca jugo de la sabiduría de los años y acepta el reto de jugar tenis por el acto humano de hacerlo.

“Al principio cuesta aceptarlo, pero luego lo llevas bien. Se disfruta más cuando eres maduro porque valoras lo conseguido; aun cuando nos movemos por las victorias y trabajamos para ellas, estoy tranquilo conmigo”, dice en entrevista a Efe.

Originario de Valencia, Ferrer se hizo profesional en el nacimiento de este siglo y desde entonces es uno de los jugadores más queridos del circuito de la ATP porque con un instituto de lucha casi animal, durante años trató de tú a los cuatro grandes de la centuria: Roger Federer, Rafael Nadal, Novak Djokovic y Andy Murray.

En una época de dominio dictatorial de esos elegidos, Ferrer se hizo de un lugar, llegó a ser número tres del mundo con 27 títulos, entre ellos el máster 1.000 de París 2012.

“Uno se acostumbra a ciertas victorias y al principio es duro asumir no estar entre los 10. Me costó un año entenderlo y ahora estoy bien”, confiesa.

Ferrer, 38 del mundo, está en Acapulco donde jugará a partir de este lunes el Abierto Mexicano, torneo 500 de la ATP que ha ganado cuatro veces, en el que debutará en primera ronda contra el ruso Andrey Rublev, colocado en el ránking siete escaños encima del español.

“Será un partido duro, hace unas semanas me ganó en cinco sets en el Abierto de Australia y ahora aspiro a hacer cosas diferentes para derrotarlo y seguir adelante”, dice.

A su espalda está la bahía de Acapulco, sitio emblemático de una ciudad imprescindible en la vida del jugador porque en ella ganó cuatro de sus 10 torneos de la categoría 500 y se sintió querido como en pocos lugares.

“Aquí me han tratado fenomenal y siempre me alegra volver. Las emociones en Acapulco solo las puedo comparar con las del torneo Conde de Godó, en Barcelona, de donde tengo buenos recuerdos aunque nunca lo gané, o el de Valencia, en mi casa”, cuenta.

Acostumbrado a la vida de nómada que están obligados los jugadores de la ATP, Ferrer revela sentir apego por la soledad, aunque solo por momentos porque también goza compartir con su gente.

“Debe haber un poco de las dos cosas”, dice en un tono de hombre experto en las pequeñas cosas de la vida.

Ferrer fue por años el típico rival con el que los jugadores preferían no coincidir en la cancha. Con una combatividad de púgil, una preparación física de corredor de maratón y una vocación suicidad de zapador, el español suma seis triunfos contra Nadal y Murray y cinco sobre Djokovic. Solo Federer ha permanecido invulnerable ante su juego.

“Me faltó ganar un ‘Grand Slam’, no pude y no debo pensar mucho en eso. En todos estos años he dado lo mejor de mí y no tengo quejas”, comenta con la entereza de quien duerme tranquilo.

No se le ven arrugas y mantiene sus piernas fuertes, pero por momentos suelta unas reflexiones de filósofo que delatan el paso por los años de un hombre que a punto de cumplir 36 disfruta como nunca vivir historias humanas, unas dentro de la cancha, como jugar tenis por gusto, y otras con los reflectores apagados.

“En mes y medio me convertiré en padre”, anuncia cuando la entrevista termina, se aleja de la bahía, y reflexiona sobre la paternidad, ese momento bendito en el en que los hombres experimentan la bendición de sentirse vulnerables.

Gustavo Borges

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