Por JUAN T H |
La naturaleza fue sabia al concebir, como elementos fundamentales para la reproducción y continuidad de la vida, varón y hembra en casi todas las especies que pueblan el planeta.
La raza humana –la única que existe científicamente- no habría podido sobrevivido sin la mujer. Ella ha pagado un precio muy alto viendo sus hijos partir en largas jornadas de cacerías y viéndolos morir en las guerras.
En la antigüedad la mortalidad materna infantil era extraordinariamente alta. Se calcula que morían entre 500 y 600 por cada mil bebes nacidos. Muchas morían durante el parto.
Cuando los hombres partían en busca de alimentos, ellas se quedaban con los hijos. Los hombres tardaban semanas, incluso meses, en regresar. Una buena parte no volvía. La vida entonces era extremadamente dura y difícil.
Las mujeres “inventaron” la agricultura, uno de los mayores logros de la humanidad hasta el día de hoy. (Sería imposible alimentar a más de 6 mil millones de personas)
Los historiadores afirman que las “Cesáreas” (sacer el bebé del vientre de la madre para salvar a uno de los dos o los dos) se practicaban 700 años antes de Cristo a costa de la vida de la madre, para que no corriera peligro el niño o la niña de familias poderosas.
(Hay quienes afirman que Julio César, el gran Emperador Romano, nació mediante ese procedimiento y que de ahí el nombre de “Cesárea” que en latín proviene del verbo que significa “cortar, hacer una fisura”. Sea como sea, la madre era la mayor perjudicada. Generalmente pagaba con su vida.
Durante miles de años la mujer ha sido enajenada, maltratada, humillada y asesinada por los hombres que la han considerado una “cosa”, ser inferior alrededor del cual se crearon mitos y leyendas absurdas (el sexo débil, sin fuerza, con el cerebro más pequeño que los varones, etc., etc.).
Pese al desarrollo de la ciencia y la tecnología la mujer sigue en segundo plano. No hay equidad, ni igualdad de género aunque ellas, con su lucha persistente, han logrado avances extraordinarios que le han permitido ocupar posiciones cimeras en algunas sociedades. (Pero es mucho lo que falta aún).
Más de 300 mil mujeres mueren todos los años durante el parto. El uno por ciento apenas en los países del primer mundo, donde el aborto está legalizado, con salud y educación aseguradas; el resto se produce en los subdesarrollados como el nuestro, según la Organización Mundial de la Salud.
Parir es cosa de mujeres, no de hombres. Si los hombres resultaran embarazados, si la naturaleza les hubiera dado esa facultad, el aborto estaría legalizado y permitido en todos los países del mundo.
Oponerse al aborto –en cualquier condición- es continuar sacrificando mujeres, sobre todo pobres, sin educación, salud y ni empleo, porque las de clase media o alta viajan a Estados Unidos o Europa a practicarse un legrado sin ningún problema y en condiciones óptimas.
Las iglesias no tienen calidad moral para hablar sobre el tema.
La Biblia, uno de los libros más machistas y sexistas de la historia, condena a las mujeres a “parir con dolor”, las culpa de la tragedia humana en la fábula del árbol sagrado, la serpiente y la manzana. No permite les permite ser sacerdotisas, Cardenales, Obispos ni Papa, (les da un rol inferior como el de monjas). Por lo tanto, es la menos indicaba para opinar. (Y no hablemos de pederastia ni violaciones).
Los congresistas, en su mayoría varones, tienen que legislar pensando en la vida y la salud de las mujeres que pueden ser sus madres, sus esposas y sus hijas. (Ninguna mujer puede ser obligada, por ninguna ley, a parir una criatura fruto de una violación o en condiciones donde está en juego su vida). Tener o no tener hijos es una facultad femenina. Es cosa de mujer.
No olviden, señores de la política que la mujer es “la mitad de la población y la madre de la otra mitad”.