A nadie le dieron un pica pollo y 500 pesos para que asistiera a la marcha ni lo chantajearon con quitarle la tarjeta solidaridad, el bono gas, el bono luz, sacarlo de la nominilla del gobierno, o cancelarlo del ministerio. El que marchó lo hizo por conciencia, porque quiso, porque está harto de tanta corrupción y de tanta impunidad.
Tal vez el hecho más relevante de la exitosa jornada realizada el pasado domingo fue la participación mayoritaria de la clase media, en su mayoría jóvenes profesiones, liberales, pequeños y medianos comerciantes y empresarios, despertando al parecer, del letargo político que le impedía involucrarse en los problemas nacionales, conscientes y militantemente.
Ese segmento de la población que teóricamente se encuentra ubicado entre la “burguesía y el proletariado” o trabajadores, empobrecido cada por la falta de oportunidades, algunas vinculadas a la corrupción y por la falta de políticas públicas adecuadas, mostró su fuerza y su capacidad de movilización en el recorrido realizado desde la 27 de Febrero con Máximo Gómez hasta el parque Independencia.
Estudiantes universitarios, médicos, enfermeras, profesores, abogados, ingenieros, periodistas, economistas, dirigentes comunitarios y políticos, caminaron pacíficamente ejerciendo un derecho constitucional diciéndole al gobierno: ¡Ya basta! ¡No más robos, no más saqueos! ¡Estamos hartos de tantas injusticias y de tantos abusos, de tanta impunidad!
El mensaje no pudo ser más claro, ni más contundente. Miles de hombres y mujeres, reservas éticas y morales del país dieron el primer paso al frente sorprendiendo a los escépticos medios de comunicación y al propio gobierno que dudaban de la participación masiva de la gente.
La clase media juega un papel trascendental en los procesos de cambios de los países como el nuestro independientemente de su comportamiento coyuntural y ambivalente.
Esa clase media que fue a la marcha no es la que se desclasó en el PLD, la que Juan Bosch dijo que no tenía “una escala de valores morales”, la que “no tiene lealtad a nada, ni a un amigo ni a un partido ni a un principio ni a una idea ni a un gobierno”. Para ellos, decía el maestro, “el único valor importante es el dinero porque con él pueden vivir en el nivel que les pertenece desde el punto de vista social y cultural, y para ganar dinero se desconocen las lealtades”. ¡Ese es el PLD de hoy! ¡Contra ese partido y sus líderes marché yo!
Esa pequeña burguesía, “arribista y trepadora”, que llegó al poder bajo la consigna de “servir al partido para servir al pueblo” predicando moral y dividiendo el país entre “peledeístas y corruptos” se aburguesó de tal manera que sus principales dirigentes constituyen el grupo económico más poderoso del país sumiendo en la pobreza a las grandes mayorías incluyendo la clase media que marchó contra la impunidad.
El gobierno recibió un mensaje, es cierto, pero también los partidos políticos de oposición desplazados en la organización y montaje de la protesta. Si los partidos no juegan su rol serán barridos. Surgirán otros partidos o grupos, nuevos dirigentes o líderes. En política los espacios no permanecen vacíos. Otros los llenan. Si los partidos no se ponen las pilas desaparecerán o quedaran tan reducidos que no serán opción de poder en las elecciones del 2020. ¡Están obligados a cambiar la forma de hacer política y de enfrentar la estructura mafiosa del PLD!
Creo, finalmente, que tras el éxito de la marcha contra la impunidad, deben organizarse otras jornadas cívicas similares en todo el territorio nacional para que la chispa del descontento no se apague. La lucha apenas comienza.