Es en términos libertarios, en que la acción reviste papeles protagónicos para burlar el acoso que, un fantasma llamado excusa, ataca en su contra cada posible vez; sin embargo, no siempre ocurre así.
“Todo tiempo pasado es mejor”, se afirma reiteradamente en conversaciones donde quienes dialogan, prefieren tomar la tangente de la pasividad, en vez de luchar por mejorar las circunstancias, los proyectos y objetivos; se trata de darle paso a la frustración y anteponerse al fracaso, con la esperanza de hallar apoyo en cada interlocutor. Quien exclama la inferioridad del presente, subvalora su espacio y tiempo, ignorando a su vez que, quienes le antecedieron, manifestaban lo mismo de sus predecesores, con igual resultado cíclico para quienes les sustituyan a posteriori.
La fuerza del precitado aforismo halla lugar en su analogía funcional, pues no solo las murmuraciones surgidas en el rellano preceden al fenómeno de una sociedad más delegante que luchadora, sino que, además, se percibe mediante transmisiones audiovisuales, en redes sociales, salones de clases y oficinas estatales; de hecho, lo vemos ante la ejecución de un importante proyecto o bien frente a manifiestos planes migratorios, cuando es señalado “el otro” como indiscutible favorecido por causas naturales, alegándose que, en la propia persona, no se hace presente tal facilismo y condición.
El casado, por ejemplo, ve en el soltero el escenario idóneo, por no presentar riesgos de emprendimiento ni depender de autorizaciones otorgadas por la socia conyugal, siendo que, este último, percibe la mitad del sacrificio cuando dos personas dan el paso juntas, así como un bono de apoyo ambulante y el doble de ingreso patrimonial; e incluso, cuando se juntan ambas realidades, declaran supremamente favorecido a quien, más que acompañado, lleva a cuestas un menor, por servirles de motor que enciende la causa, a la vez que disiente, este marido y progenitor, por ver la dificultad en su propia carne, considerando que no lo dudaría, si estuviera en la escena de los otros dos.
No siendo suficiente lo anterior, vivimos dentro de una sociedad en la que importa mucho la vida del vecino de enfrente, la bandera del combatiente y el apellido del pretendiente; donde el activo financiero pesa más que los valores, sea éste legítimo o mal habido. La plasticidad conquistó los intereses de un pueblo que yacía derecho, y que hoy, derrumbado, pide reformas profundas, aun sin evidentes intenciones de querer pasar el control o cambiar de canal.
La mayor esclavitud, no es aquella que se vivió en épocas precolombinas, sino la que se hace presente en la actualidad, en que regidos por un sistema de mercadeo moderno y muchos prejuicios, acabamos delimitando nuestro campo accionario, mientras que adoptamos clichés sociales como normas reguladoras de un comportamiento que solo sirve para cortan las alas, obstaculizar el redescubrimiento interno e impedir la autorrealización; dedicando, el transcurrir de la realidad propia, al seguimiento de una historia ajena con protagonismos sin portador.
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Zaki Banna / @ZakiBanna
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