Hay varias formas de instaurar una República. Unas se han establecido con largas y sangrientas guerras contra las potencias que las subyugaron.
México, Argentina, Venezuela, etc. Otras, se han constituido de forma pacífica como es el caso de Panamá que se separó de España para unirse a la Gran Colombia sin disparar un solo tiro.
Varias lo han hecho de modo colectivo y de una forma tan sosegada, como fueron los casos de Guatemala, Honduras, El Salvador Nicaragua y Costa Rica, que la única pólvora que se quemó fue la de los fuegos artificiales, celebrando el acta de independencia el 15 de septiembre del 1821.
Otros estados, como Israel, fueron creados en un solo día, 14 de mayo de 1948, por la aprobación de las Naciones Unidas de dividir el territorio palestino.
El caso de Haití es el único en la historia, donde unos esclavos negros se liberaron de sus amos, por medio de una sangrienta revuelta.
Aunque la revolución haitiana (1791-1804) es considerada erróneamente como el primer movimiento revolucionario de América Latina, pues casi 300 años antes, ya el Cacique Guarocuya, Enriquillo para los españoles, se había rebelado contra sus opresores en las montañas de Bahoruco.
Esta introducción nos sirve de base para establecer que una república, un estado, se puede instaurar en un corto tiempo. A veces hasta en un solo día. No pasa lo mismo con los pueblos.
Un pueblo se crea con el tiempo. Con las inter relaciones de personas que comparten una misma cultura, un mismo idioma, regularmente hasta una misma religión.
La isla La Española nos sirve de ejemplo para diferenciar lo que es una república y un pueblo.
Haití se constituyó en República el 4 de enero de 1804, pero no se pudo establecer como un pueblo, pues los esclavos que la implantaron no tenían lazos que los unieran.
Estos seres humanos convertidos en esclavos, llegaron a esa parte de América, desde distintos lugares del África occidental donde hablaban cientos de diferentes dialectos, profesaban múltiples creencias, pertenecían a distintas tribus con variadas etnias y costumbres.
Llegados al Santo Domingo Francés, el lugar donde era más férrea la esclavitud, nunca pudieron organizarse como sociedad y mucho menos como núcleo familiar.
La vida útil de un esclavo en las condiciones infrahumanas en que los mantenían, era alrededor de 15 años, pues era más barato comprar un esclavo joven y fuerte, que alimentarlos y mantenerlos saludables.
En estas condiciones triunfa su revolución. Unidos solo por el intenso odio a sus amos y los deseos de liberarse del yugo de la esclavitud, pero sin ningún otro nudo fraternal que los unificara.
Muchos de los protagonistas de ese levantamiento, una vez triunfante, siguieron esclavizando a su propio pueblo. Se declararon emperadores y reyes, o sea, imitaron exactamente los regímenes de los cuales se habían liberado.
Mientras esto sucedía en Haití en los principios del siglo XIX, siglos antes, comenzaba a nacer una nación en el Santo Domingo español. Donde la esclavitud no fue tan terrible, pues era el lugar de toda América donde mejor se trataba a los esclavos. Al punto, que algunos historiadores sostienen, que en vez de esclavitud, en la parte oriental de la isla lo que existió fue una especie de feudalismo tardío.
En este panorama, una casta de “criollos”, hijos de españoles que no les interesó irse al viejo continente y además la pobreza de la colonia, pues España no aceptaba que se comercializara con otras naciones, los presionó a mezclarse con los indígenas y los negros creando un arcoíris de razas; blancos, negros, mulatos, mestizos y zambos, que en gran medida, ha perdurado hasta nuestros días.
Esto dio lugar a que, a través del tiempo, se fueran organizando clanes familiares, hasta crear un pueblo sin rencores, con idioma, religión, costumbres y metas comunes.
Esa es, en la actualidad, la diferencia entre la República de Haití y la República Dominicana. Ambas son repúblicas, pero solo una, Dominicana, es un verdadero pueblo.
Carlos McCoy
CarlosMcCoyGuzman@gmail.com