En los últimos meses parece que el terror aniquilador ha vuelto a apoderarse de la historia. Pienso que no podemos acostumbrarnos a la acción criminal de una ideología que pervierte el sagrado nombre de Dios.
Me parece que la primera respuesta consiste en la afirmación cotidiana y apasionada de la dignidad sagrada de toda persona creada a imagen y semejanza de Dios, cuyo nombre es misericordia. Es preciso revivir esta conciencia en nuestras relaciones personales, en el discurso público y en la acción política y diplomática.
La lucha contra el terrorismo yihadista requiere una estrecha solidaridad internacional en todos los campos, requiere claridad a la hora de afrontar la guerra en Siria y el riesgo de descomposición de Irak. Es urgente derrotar militarmente al Estado Islámico, pero no basta con eso. Es preciso reclamar una implicación constante y decidida de los principales países musulmanes y de las autoridades religiosas islámicas, para condenar sin fisuras el uso de la violencia en nombre de Dios. Tal como ha señalado el portavoz del Vaticano, en nombre del Papa, la condena debe ser absoluta ante esta manifestación de locura homicida.
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Jesús Domingo Martínez
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