La apuesta de Estados Unidos y otros países por políticas cada vez más unilaterales ha dominado el año en Naciones Unidas, que ha tratado de defender como ha podido la bandera de lo multilateral.
“El multilateralismo está bajo ataque justo cuando más se necesita”, advertía el jefe de la organización, António Guterres, antes de recibir este septiembre a los líderes de todo el mundo para sus reuniones anuales en Nueva York.
En esa cita, el presidente de EE.UU., Donald Trump, no tardó en darle la razón: “Rechazamos la ideología de lo global, y abrazamos la doctrina del patriotismo”, aseguró desde el hemiciclo de la Asamblea General de Naciones Unidas.
Tras haber roto consensos internacionales retirándose del Acuerdo de París sobre el clima o reconociendo Jerusalén como capital de Israel, Trump abandonó este año el acuerdo nuclear con Irán, sacó a su país del Consejo de Derechos Humanos de la ONU e hizo que EE.UU. fuese el único país al margen de la negociación de un Pacto Global para la Migración.
Pero Trump no está solo. Precisamente ese acuerdo migratorio ha simbolizado en los últimos meses las crecientes tensiones entre quienes quieren soluciones internacionales para un mundo cada vez más globalizado y quienes lo rechazan de plano y apuestan por volver a lo nacional.
El Pacto para la Migración, un acuerdo de mínimos y de carácter no vinculante, fue acordado en julio por todos los Estados miembros de Naciones Unidas con la excepción de EE.UU.
Desde entonces, sin embargo, Hungría, Austria, Australia, Bulgaria, Israel, Italia, Polonia o la República Checa se han desmarcado del texto, que también ha creado tensiones internas en países como Alemania.
Varios de esos gobiernos defienden que el acuerdo migratorio vulnera su soberanía nacional, algo que niega con vehemencia la propia ONU, que recuerda que se trata de un instrumento totalmente voluntario para fomentar la cooperación y no impone a los países ninguna obligación.
Ese argumento de la defensa de la soberanía nacional se ha convertido más y más en un mantra para dirigentes opuestos a ciertos compromisos internacionales, en todo tipo de ámbitos.
El presidente electo de Brasil, Jair Bolsonaro, lo utilizó para amagar con abandonar el Acuerdo de París sobre el clima. El Gobierno guatemalteco para arremeter contra la Comisión Internacional Contra la Impunidad que investiga la corrupción en el país. Y el líder venezolano, Nicolás Maduro, para rechazar acciones internacionales en respuesta a la crisis nacional.
Del otro lado, varios líderes como el francés, Emmanuel Macron, o el español, Pedro Sánchez, lanzaron en la última Asamblea General de la ONU grandes alegatos en favor del multilateralismo, que por ahora no se han traducido en medidas concretas.
Mientras, Guterres y la ONU tampoco se han cansado de insistir en que el mundo de hoy requiere compromisos colectivos, pero han visto escasos éxitos en los últimos doce meses.
Los esfuerzos de mediación de Naciones Unidas siguen sin lograr un fin a la guerra en Siria, con un bloqueo total en el Consejo de Seguridad dadas las posturas opuestas de Rusia y de Occidente.
En Yemen, tampoco terminan de arrancar las conversaciones de paz ni de ser escuchados los repetidos llamamientos a un alto el fuego entre los rebeldes hutíes y el Gobierno, respaldado por la coalición que lidera Arabia Saudí.
Y en Oriente Medio, la ONU permanece a un lado, a la espera de que EE.UU. presente su nuevo plan de paz, bautizado por Trump como el “Pacto del Siglo”.
Arrastrada por el creciente nacionalismo y por la desconfianza ciudadana en las instituciones, Naciones Unidas busca recuperar el protagonismo y recuerda que ignorar las estructuras creadas tras la Segunda Guerra Mundial puede devolver al mundo al desastre.
“En este difícil contexto, tenemos que inspirar a un retorno a la cooperación internacional”, defendía Guterres el mes pasado en un debate sobre el futuro del multilateralismo.