Se trataba de un acto tan rutinario como inocuo. El presidente en turno contaba algunos chistes, el equipo campeón le entregaba un jersey con su apellido y todos sonreían para la foto.
Pero en una nación polarizada, este acto ha adquirido mayores tintes políticos.
Es cierto, otros deportistas han desairado antes a algún presidente. Pero el hecho de que seis jugadores que conquistaron recién el Super Bowl con los Patriots de Nueva Inglaterra se hayan negado a visitar la Casa Blanca incluso antes de que les llegara la invitación del presidente Donald Trump evidencia los nuevos tiempos.
Y difícilmente será el último acto de este tipo.
“El equilibrio de poderes en el deporte profesional se inclina ahora más hacia los deportistas que hacia los dueños”, consideró Stephen Mosher, profesor de administración y prensa deportiva en el Ithaca College. “Sin una fuerza de trabajo, Robert Kraft (el dueño de los Patriots) no tendría sino un estadio vacío. Él tiene que permitir que sus empleados hagan estos pronunciamientos políticos si quiere ganar. Tiene que hacerlo. Hay diferentes puntos de vista políticos que tienen los jugadores de la NFL”.
De hecho, Mosher opina que esta realidad “es refrescante”.
Los Pats fueron parte del discurso político incluso antes de que remontaran una desventaja de 25 puntos para derrotar a los Falcons de Atlanta en el Super Bowl.
Kraft es amigo de Trump. El quarterback Tom Brady causó controversia después de que una gorra con el lema de campaña del ahora mandatario apareció en su casillero en los albores de la contienda electoral.
Y mientras los Patriots celebraban la conquista del Super Bowl, el tight end Martellus Bennett dejó claro que no tenía intenciones de visitar a Trump.
Cinco compañeros han hecho lo propio: el defensive back Devin McCourty, el corredor LeGarrette Blount, el defensive end Chris Long, el linebacker Dont’a Hightower y el defensive tackle Alan Branch. La mayoría argumentó que tiene diferencias políticas con el gobierno republicano.
Son diferencias significativas. Pero hay algunos antecedentes de desaires al presidente.
NO A LA CASA BLANCA
Desde la administración de Ronald Reagan, cuando comenzó la tradición de invitar a los campeones deportivos a la residencia oficial, una veintena de deportistas ha rechazado la oportunidad.
Entre ellos figura Brady, quien no se presentó a la celebración en 2015, por “un compromiso familiar”. Sin embargo, algunos especularon que el quarterback estaba disgustado con los comentarios que hizo un vocero del presidente Barack Obama sobre el escándalo de los balones desinflados.
Para otros, reunirse con el presidente simplemente no es la gran cosa.
Larry Bird desdeñó la invitación de Reagan después de que los Celtics de Boston se coronaron en la NBA.
“Si el presidente quiere verme, sabe dónde encontrarme”, razonó.
Luego de ganar uno de sus seis campeonatos, Michael Jordan comentó que prefería pasar tiempo con su familia que departir con George H. W. Bush. James Harrison, linebacker de los Steelers de Pittsburgh, rechazó dos ofertas para visitar la Casa Blanca, tras deducir —acertadamente— que no se le habría invitado si su equipo no hubiera ganado el Super Bowl.
Algunos sí adujeron diferencias políticas.
Tim Thomas portero de los Bruins de Boston en el hockey sobre hielo se coronó en 2011, y escribió en las redes sociales que no visitaría a Obama porque el gobierno “se ha descontrolado, amenazando los derechos, las libertades y la propiedad de la gente”.
Matt Birk, centro de los Ravens de Baltimore, se declaró antiabortista y tampoco quiso ver a Obama. El golfista Tom Lehman fue más severo con Bill Clinton, a quien llamó “asesino de niños”.
CÓMO EMPEZÓ TODO
En 1865, poco después de que concluyó la Guerra Civil y antes de que existiera el basquetbol profesional, el presidente Andrew Johnson se reunió con un par de equipos amateur, los Nationals de Washington y los Atlantics de Brooklyn, de acuerdo con la Asociación Histórica de la Casa Blanca. Johnson heredó el cargo tras el asesinato de Abraham Lincoln, y probablemente pensó en recibir publicidad positiva mediante aquella reunión, en momentos de crisis.
Calvin Coolidge invitó a los Senadores de Washington después de que conquistaron la Serie Mundial de 1924. Ningún otro equipo de la capital estadounidense ha vuelto a ganar un título del Clásico de Otoño.
Según Mosher, Richard Nixon fue el primer presidente que buscó una relación constante con los deportistas. Algunos especulan que el mandatario quería compensar así su sueño no materializado de destacarse en el fútbol americano.
Nixon llamaba por teléfono al camerino del equipo campeón, en medio de los festejos.
Y Reagan, que con sus antecedentes de actor sabía cómo posar para las cámaras, empezó a usar la Casa Blanca como marco para recibir a los campeones. Probablemente, Reagan sabía que estas reuniones no eran después de todo tan ajenas a la política.
Reflejarse en la gloria de un equipo campeón nunca hace daño a un presidente, mucho menos en épocas de elecciones, explicó Mosher.
“Ellos nos dicen una y otra vez que el deporte y la política no se mezclan”, señaló. “Pero no es así”.
¿QUÉ SIGUE?
La protesta que Colin Kaepernick encabezó durante toda la campaña contra los abusos de la policía y el sistema judicial ha desatado un nuevo activismo entre los deportistas.
El simple hecho de que el quarterback se haya arrodillado durante la interpretación del Himno Nacional “es muy diferente a lo que he estudiado en el pasado”, opinó Mosher. “Lo hizo de manera muy cortés, con mucho respeto. No estaba llamando la atención sobre sí mismo. Y todo esto se volvió noticia sólo cuando la gente lo notó. Ello contrasta con todos los dimes y diretes que la campaña política expuso frente al público estadounidense”.
Y las manifestaciones de este tipo no cesarán.
___
Paul Newberry