Raquel Godos |
Su rostro comienza a ser familiar en los hogares de Estados Unidos tras entrar en ellos por la televisión para informar sobre la investigación de la matanza de Dallas, pero David Brown, jefe de policía de esa ciudad texana, sabe mucho más de lo que cuenta sobre el dolor y la pérdida por la violencia armada.
Antes de sufrir la muerte el jueves pasado de varios de sus agentes aparentemente a manos de un francotirador, que hirió a otros siete policías y dos civiles, Brown tuvo que afrontar la pérdida de un hijo, de un hermano y de un compañero de patrulla.
Corría el año 1988 cuando el actual jefe de policía de Dallas respondió a la alerta de un tiroteo en el que se informaba de un agente abatido en estado grave, relata el diario local “The Dallas Morning News”.
Al llegar a la escena del crimen, Brown vio un par de gafas que le resultaban familiares y su temor se confirmó: la víctima era su compañero de academia Walter Williams, quien a los 47 años fallecería horas después en un hospital por heridas de bala.
“Cuando suceden cosas así y eres una persona muy cercana, no puedes creer que sea cierto durante mucho tiempo (…) Cuando pierdes a un compañero (del cuerpo) con quien has trabajado nunca lo superas”, dijo el propio Brown a ese periódico cuando llegó a su cargo actual en 2010.
Tres años después de la muerte de Williams, la violencia se acercó aún más a su vida, esta vez acabando con la de su hermano menor, Kelvin Brown, quien falleció en 1991 en Fénix (Arizona) a manos de unos narcotraficantes.
Después de aquella pérdida, el agente se volvió aún más introspectivo y reservado y se resistía a hablar de la muerte, aunque nunca dejó de lado ninguna de sus obligaciones como policía.
Sin embargo, la desgracia no se detuvo con aquella pérdida y, veinte años más tarde, le sacudiría todavía más cerca y aún más fuerte, cuando apenas acababa de ser designado para el puesto que ahora ocupa.
En junio de 2010, apenas dos meses después de su nombramiento, tuvo que volver al luto, en esta ocasión por la muerte de su hijo, quien llevaba su mismo nombre, a los 27 años.
El día de su fallecimiento, la novia del joven había llamado a la policía para pedir ayuda, ya que “había sufrido un ataque psicótico” y a causa de ello la había golpeado.
El joven Brown, que sufría de bipolaridad, disparó horas más tarde a otro chico de 23 años y mató a un policía, momento en que otro agente de seguridad respondió al tiroteo y le disparó hasta en doce ocasiones, provocándole así la muerte.
En aquel momento, tal vez el más difícil de su vida, los compañeros que trabajaban con él recuerdan cómo superó la tristeza para, de igual forma, hacer bien su trabajo y llegó incluso a reunirse con los familiares víctimas de su hijo para disculparse.
“No puedo negar que es una parte de lo que soy -confesó entonces- Sé por lo que tienen que pasar las familias de las víctimas. Mi familia tuvo que pasar por eso. Pero no estoy seguro de que ello me haga un policía diferente o comportarme de una manera distinta”.
Por desgracia, esta semana tuvo que volver a ponerse en la piel de aquellos que pierden, dejar a un lado esa introspección y explicar a todo un país un suceso que a la mayoría le resulta inexplicable. EFE