Rodolfo R. Pou.
Arquitecto. Empresario. Dominicano en el Exterior.
Escribiendo en época de Navidad y en la era de los refugiados y los inmigrantes, desde un país en el cual continuamente soy recordado que no es el mío, llega el fin de año, y con él, el inicio de otro ciclo de vida desde la diáspora. Físicamente lejos de la nación dominicana, tal como hacen todos mis compatriotas para esta época de pascuas, preguntándome, ¿Cuándo regresaremos?
Idóneo momento y lugar este fin de año, para recurrir al pecho, cuando se decide escribir sobre las esperanzas de lo venidero para uno y para la Patria. Porque al menos que sea que estés en el Aeropuerto Internacional de las Américas, en fila para regresar al exterior, el corazón no reconoce que es el último domingo del año, ni que sus impresiones puede que queden sin leer, por causa de la fecha en la que serán publicadas. Sin embargo, ya seas tú o él mismo el que las emita, hay que plasmarlas.
Luego de varias semanas de sopesar sin escribir, arribo al vislumbro del 2019 como punto optimista, ajeno a la fragilidad con la que se le pudiera caracterizar de antemano. Trazando desde ahí, desde el pecho, porque a pesar de que el corazón a veces peca de ingenuo e ignorante, ese musculo y motor de las ambiciones del cuerpo, la mente y el tiempo, resulta ser la fuente más sincera del hombre.
A pesar de las decepciones, desencantos y aspiraciones amputadas, como dominicano “ausente”, como se nos tilda, percibo este nuevo año que se avecina, como la antesala de lo que será el inicio de una época de transformación social y política en la media isla del Caribe, con nosotros, “los de fuera”, como parte de sus soluciones.
Lo que ha de acercarse es un periodo que también posicionará a las comunidades dominicanas alojadas en las diferentes diásporas de América y Europa, repelándolas de las influencias segregacionistas y minúsculas que vienen desde la media Española, permitiéndole a todas, elevar su perfil e iniciar finalmente los valiosos e intangibles aportes que tanto requiere la Patria por parte de ella.
Pese a la visible modernidad que refleja la República Dominicana, sus avances tecnológicos y de servicios o el mismo incremento económico y las propias ambiciones de las últimas décadas, los vientos de la equidad y el acceso a las oportunidades que estas brindan, ya han cruzado el punto donde era necesario rebobinar la brújula moral y con ello el de la justicia, el de la sociedad y sobre todo el de los electos a representarla en los ordenes culturales, económicos y políticos.
Lo comprendo así, esperanzado en que las agendas que rigen tanto a los compatriotas de manera individual como a la de los demás estamentos sociales del país y de las comunidades dominicanas en el exterior, acepten que, este es un periodo que traerá conclusión al comportamiento acusador y desmenuzante que durante décadas venimos amontonando. Afirmemos todos que, no podemos continuar trazando soluciones de manera egoísta, miope y unilateral.
Para los que vivimos en el extranjero y seguimos atado a la Patria, vemos que en el 2019 una diáspora que, además de ser partícipe en las tomas de decisiones en la República Dominicana que le puedan afectar directa o indirectamente, también debe serlo en las localidades donde se encuentra. Por ello es necesario un “Plan de Desarrollo para la Diáspora”. Una especie de iniciativa en colaboración intencionada, por parte de los miembros de nuestra comunidad y sectores no-políticos en el exterior y no por las figuras que nos fijan los partidos.
Ser miembro de un partido político no te define como dominicano, como tampoco lo hace ser fanático de un equipo de pelota. Por lo que creo que en este periodo de reorientación socio-cultural nuestra, las políticas de las diásporas, además de ser sectoriales y locales, también deben ser definidas, estructuradas e implementadas por los miembros que la componen. Sabemos que el Instituto del Dominicano en el Exterior -INDEX posee gran interés y nobles gestos en ser el facilitador de procesos de este tipo, sin embargo, la iniciativa de un “Diálogo de la Diáspora” en favor de un Plan de Desarrollo para la Diáspora que arroje políticas de inserción, claras y productivas, sostenibles en el tiempo. Estas deben surgir de las mismas organizaciones y figuras locales de las diásporas y no de aquellos que temporalmente representan los estamentos de la nación, aunque acepto que el ejercicio pudiera ser facilitado por los recursos de ella. La visión sectorial y local de lo que requiere una comunidad, es y deberá siempre ser un asunto de institución y no de hombres.
La idea de un Diálogo de la Diáspora y un posible Plan de Desarrollo es un aporte que se añade a las propuestas que vengo haciendo desde hace ya un tiempo. Y que complementan los esfuerzos de mucho otros. Porque los dominicanos en el exterior de hoy, no somos los de una vez. Ni pensamos tampoco volver a ser definidos como tal. Son muchos los que han sacrificado haciendo Patria en casa ajena, trazado el camino para que seamos vistos diferente.
Y es que, luego de décadas de sacrificio, entre todas las cosas que exporta la nación de Duarte, lo menos que envía desde sus arrecifes, lo es gente conflictiva o en necesidad. Hace tiempo que superamos esa oferta de mercado. Sin importar lo que creas haber visto en las noticias. Tres fantoches y dos facinerosos ya no nos definen. Desde hace décadas, la República Dominicana está exportando gente para cubrir las necesidades que otros han sido incapaces de cubrir, no gente en necesidad.
Y no lo ato tan solo, a los evidentes deportistas, sino que los médicos, dentistas, arquitectos, gerentes, peluqueras y micro-empresarios dominicanos, están supliendo las vacantes que están en necesidad de personal capacitado. Los dominicanos que están llegando a los Estados Unidos desde hace décadas, están haciéndolo, con los valores innatos que por eras nos definieron. El sudor en la frente, la compasión, el respeto, la capacidad y la sonrisa. Y es por ello que somos la reserva más idónea en re-asumir el enderezamiento de lo descarrilado en la Patria.
Sin restar merito a todos los que lo hacen bien y con admiración. Ni insinuar que, tampoco hayan hombres y mujeres capaces y con deseo de hacer lo correcto, sino que sin saberlo, los frutos de sus deseos están permeados por las experiencias de lo cotidiano, las cuales eventualmente tornan a la selección de la sutil corrupción de lo diario y el giro de cara a lo piadoso, que ya se han hecho aceptable.
Y es en el marco de esta inversión de la brújula moral que, los ausentes pueden regresar a cubrir las necesidades que otros han sido incapaces de cubrir, en su nación de origen. Con valores congénitos que por épocas nos identificaron.
El motivo de la inserción de los dominicanos en el exterior dentro del tren gubernamental y de la sociedad empresarial y profesional, lo es con el interés de complementar a nuestros recursos humanos en República Dominicana y contrarrestar la necesidad de resaltar y las pugnas por control de poderes representativos que impide que algo tan sencillo como ponernos de acuerdo pueda trascender y favorecer nuestro potencial como nación.
Los miembros de las diásporas dominicanas estamos preparados para regresar y ser parte de las soluciones de nuestro país y a su vez de las comunidades a las que pertenecemos cuando estamos fuera de él.
En el 2019, más que a partidos políticos y sus candidatos, elijamos abordar las problemáticas con soluciones conjuntas. Más allá de lo difícil y de lo desconocido. Unifiquémonos alrededor de lo posible y no de las pequeñeces de lo individual o meramente grupal.
Trascendamos nuestro estado estático más allá de la superficie. Más allá del pasado. Más allá del presente. Más allá de lo colores y las elecciones. E insertemos por una vez y por todas, a “los de fuera”, como parte de los recursos de lo cual dispone la Republica Dominicana, para trazar sus políticas, propuestas y porvenir dentro y fuera del gobierno.