¿Sigue siendo embrutecedora la televisión como la han definido varios pensadores?
Umberto Eco entre ellos, quien llegó a decir que “”Hoy no salir en televisión es un signo de elegancia”.
Más aún, el director de cine italiano, Federico Fellini, expresó que: “La televisión es el espejo donde se refleja la derrota de todo nuestro sistema cultural”.
Ante el surgimiento y auge de la Internet es indiscutible que la televisión ha perdido audiencia entre otros factores debido a la interacción directa que tiene el público en las redes.
Ahora se busca replantear y adecuar la televisión a los tiempos actuales, como lo hicieron los diarios impresos.
La gente se ve más representada en las diversas redes sociales que en la pantalla chica, donde todavía la exclusión, racismo y los lineamientos de una programación cerrada caracteriza su operatividad.
La programación televisiva depende de una medición de espacios y tiempo que tiene su mayor aliado a la publicidad, sin que se consulte para nada a los usuarios.
En cambio, en las redes entramos y nos comunicamos con una o varias personas sin tener que pedirle permiso a nadie, y sin estar sujetos a una programación específica porque las opciones son diversas.
Es un mundo en las manos aunque vivamos en Santo Domingo, Pedernales, Hato Mayor del Rey o en la ciudad de El Seíbo.
¿Por qué tenemos en la República Dominicana una producción de televisión tan embrutecedora y alarmista, particularmente los noticiarios?
Es porque nuestra televisión se parece tanto a la sociedad actual, caracterizada por altos niveles de violencia, ruidos innecesarios y una marcada propensión a no “barajar pleitos”.
Umberto Eco, destacado escritor y semiólogo italiano, quien falleció en febrero del 2016, decía que: “Si la televisión había promovido al tonto del pueblo, ante el cual el espectador se sentía superior”, el “drama de Internet es que ha promovido al tonto del pueblo como el portador de la verdad”.
No se concibe que ante tantas innovaciones y avanzadas tecnologías la calidad de la televisión nacional haya descendido.
Incluso por debajo de la producción televisiva de aquellos años cuando las imágenes eran en blanco y negro; sin esa carga explosiva de sexo, palabras descompuestas, desconsideración y ofensas hacia las mujeres, violencia verbal, satanización e incongruencias y errores gramaticales tan evidentes a la hora de hablar frente a las cámaras o de escribir un texto a través de la tituladora.
El “romance campesino” escenificado por el cuadro de comedias que protagonizaban Macario y Felipa; las ocurrencias de Julio César Matías y su personaje de “Pololo”, las brillantes actuaciones de Freddy Beras Goico, Cuquin Victoria-Boruga, Balbuena, Roberto Salcedo y Ramón Asencio llenaron una etapa durante casi cuatro décadas difícil de superar.
La mayoría de los programas transmitidos en la televisión del país, incluyendo los supuestamente de “entretenimientos” incluyen en sus formatos contenidos informativos y hasta de opinión.
Violencia Verbal
Pero resulta que en la generalidad de los casos no son periodistas profesionales los que hablan sino más bien conductores del programa, productores y ciertos comunicadores que desconocen inclusive las reglas elementales de los géneros periodísticos.
En sus exposiciones unifican los géneros informativos y de opinión, convirtiéndolos en una mezcla difícil de descifrar en cuanto a la claridad del mensaje.
Olvidan olímpicamente el ¿Qué?, ¿Cuándo?, ¿Cómo?, ¿Quién? ¿Dónde? y ¿Por qué? de un determinado acontecimiento.
Y qué decir de la ausencia de dicción, fluidez y entonación en los temas abordados. Y por supuesto, de buen contenido.
La bulla, tono de voz altisonante, interrupción constante y la incoherencia discursiva caracterizan las exposiciones de muchos de los que se expresan hoy en día en la radio y televisión dominicana.
Hay improvisaciones y ocurrencias fuera de tono precisamente por carecer muchos de esos espacios de un libreto o guión previamente pautado.
Obviamente que la falta de cultura general, de conocimientos de historia, política y de una base documentaria que sustenten los planteamientos expuestos disminuyen la calidad del mensaje.
Los malos hábitos en el uso del lenguaje en la radio han sido llevados a la televisión, que incluyen palabras obscenas de todos los calibres. ¿Y las autoridades por qué no actúan?
Una profesora de larga data como Consuelo Despradel continuamente lanzas sus palabrotas en el micrófono y ni qué decir de Alvarito Arvelo, el padre del “letrinaje radiofónico”.
El programa de variedades de transmisiones diarias más longevo “El Show del Mediodía” que desde sus inicios hace 50 años estaba sujeto a un guión, ahora es conducido con notoria improvisación, provocando incoordinación, discusiones agresivas, contradicción y hasta cuestionamientos frecuentes entre los integrantes del equipo de presentadores y comentaristas.
Expresiones fuera de lugar y con notoria agresividad en un horario abierto para todos los públicos, que debería ser aprovechado para entretener, divertir y orientar con precisión a la teleaudiencia.
“La tele-realidad” de Iván Ruiz, actual productor del tradicional espacio que en sus años de gloria llevó mucha alegría, cultura y orientación al país, merece una revisión crítica. Prefiero el formato inicial del “Show del Mediodía” con las presentaciones de orquestas en vivo y reportajes, y no esas acaloradas discusiones particularmente de temas políticos.
¿Por qué tanta violencia en los contenidos de la televisión nacional? ¿Por qué tanto hablar, hablar y hablar y tan pocas visualizaciones de los temas tratados?
La pobreza en los contenidos generales de pre producción y producción final de aquellos que se intenta comunicar en la radio y la televisión dominicana podría ser la causa principal del deterioro.
La violencia en el lenguaje verbal; insultos, diatribas y maltratos físicos entre algunos comunicadores que interactúan en esos programas radiales y televisivos es muy lamentable, precisamente en la era de la expansión de la comunicación.
Ni hablar de la obsolescencia escenográfica y de las dificultades técnicas en el audio y movimientos de cámaras.
Roberto Cavada apela al uso de titulares con ribetes alarmistas en el noticiario de Telesistema de las once de la noche así como a la constante combinación de sus opiniones personales con lo informativo, restándole fuerza y veracidad a la noticia.
La consola de audio es llevada al máximo volumen especialmente cuando va al aire el bumper del noticiario, que además de extenso, es extremadamente ruidoso.
Cavada abusivamente mezcla el contenido noticioso con la publicidad, en un intento de provocar que el teleauditorio acepte un determinado producto con la misma intensidad a la de una historia informativa que le haya conmovido.
Desde tempranas horas de la mañana hasta tarde de la noche, hay una “descarga verbal” en lo que se intenta comunicar a la sociedad dominicana.
Los domingos la programación televisiva nacional no podría ser más infeliz, exceptuando las entregas de “Divertido” de Jochy Santos a través del canal 5 de Telemicro.
Verdaderamente deprimentes y anarquizadas las ofertas de Robertico Salcedo y Daniel Sarcos en sus respectivos programas, al promover excesivamente el Reggaetón y Dembow, cuyas letras incentivan la violencia y maltratos contra las mujeres.
TV por Cable
Gracias a las imágenes del sistema de televisión por cable podemos disfrutar de algo diferente que nos viene desde el exterior.
Estoy entre los que consume muy poca televisión local porque desgraciadamente su contenido es embrutecedor y alarmista.
CNN en español, la cadena venezolana Telesur, ésta última fundada por el fallecido presidente Hugo Chávez Frías y la Cadena Global de Televisión de China están entre mis opciones televisivas preferidas.
Expresiones y muletillas son frecuentemente intercambiadas por conductores de la televisión local, entre ellas, “como debe ser”, atribuida a Cavada, pero que ciertamente tiene patente original en las cadenas hispanas de Estados Unidos.
Originalidad, calidad y creatividad son tres aspectos esenciales que requiere urgentemente la televisión de República Dominicana del siglo 21. Ni más ni menos.
Artículo de Manuel Díaz Aponte