Tepito es un barrio bravo, cuyo nombre en México evoca de inmediato delincuencia y narcotráfico y donde se vive cada día con intensidad mientras la muerte ronda a cada momento.
Las calles del barrio tienen de día y noche más vida que cualquier otro lugar de la Ciudad de México con la muerte como una realidad cotidiana por las rivalidades de los grupos que controlan el narcotráfico y todo tipo de negocios.
“Si Dios nos da la vida, Tepito nos da la comida”, dice el lema del barrio y así se comportan sus habitantes a los que nadie ha regalado nada.
Desde niños se buscan la vida y aquí se crece a chingarazos, entre tianguis abarrotados y operativos policiales.
La guerra desatada entre La Unión y la Fuerza Antiunión y otras bandas de delincuentes tiene como escenario las calles de Tepito y otras avenidas del centro histórico.
Las extorsiones, secuestros exprés y pago de rentas de protección están a la orden del día. Y sus principales víctimas son los pequeños comerciantes tepiteños que alzan su voz ante la inhibición del Gobierno y la policía.
El narcomenudeo abunda y las balaceras son habituales, como también es usual que nunca se detiene a ningún culpable.
En estas circunstancias, Tepito sobrevive obedeciendo sus propias leyes y sorteando la vida como se esquiva una bala.
“El ser tepiteño es difícil de definir, es una forma de vida, un modo de ser, un estado de ánimo, un estado mental”, según Alfonso Hernández, cronista oficial de Tepito y presidente de la Asociación de Cronistas de la Ciudad de México.
“Ser tepiteño es traer siempre en chinga a nuestro ángel de la guarda. Eso que nos enseñaron nuestros abuelos y que de grande cada cual practica: comer bien, coger fuerte y enseñarle los huevos a la muerte”, explica a Efe Alfonso Hernández.
Nacido, criado y residente de Tepito, el barrio mas bravo de la Ciudad de México, Alfonso Hernández es desde hace décadas el cronista oficial de uno de los barrios mexicanos más estigmatizados.
Con aires de bibliotecario, Alfonso, a sus más de 70 años, defiende el barrio sin enarbolar banderas políticas, siempre a través de la arquitectura amable, asociaciones ciudadanas, culturales, de comerciantes y académicas.
Alfonso es también maestro de albures y profesor de la diplomatura de albures, además de conductor del Tepitour, recorrido por las entrañas de este barrio de tan mala fama y precursor de una economía informal que derrocha imaginación.
“La palabra Tepito en México, igual que la palabra México en el extranjero, es sinónimo de violencia, resistencia. No digo que nosotros no hayamos contribuido a crear esa imagen de barrio cabrón pero en una ciudad tan caótica un barrio sin sombra no infunde respeto”, afirma Hernández.
Autodidacta, Alfonso ha viajado por todo el mundo, ha conseguido premios arquitectónicos para Tepito, ha recibido a Anthony Bourdain, David Hammons, con obra en el MOMA de Nueva York y a Manuel Castells Oliván, sociólogo, economista y profesor universitario de Sociología y de Urbanismo en la Universidad de California en Berkeley, entre otros.
Como tepiteño y nativo del lugar, Alfonso ha aprendido a tejer los hilos gruesos y delgados de la historia de Tepito para hacer de su crónica un arte, siempre respetando el lenguaje y el sentir de sus gentes.
Lo que da personalidad a un barrio son sus habitantes, y eso defiende Alfonso para que no se lo coman las grandes inversoras inmobiliarias con sus condominios verticales y sus Airbnb, como explica, sucede en un barrio emblemático como Lavapiés en Madrid.
En Tepito todo es comercio seis días a la semana, excepto los martes, el único día que el barrio descansa y duerme su economía propia, un capitalismo a la brava compuesto por más de sus diez mil tianguis, esos pequeños comercios donde todo se puede comprar y vender.
La violencia y la muerte siempre están presentes en Tepito donde se encuentra el más antiguo santuario dedicado a la Santa Muerte de México.
El altar dedicado a la “Niña Blanca” y el sencillo santuario está presidido por su Guardiana, Doña Enriqueta, “Queta”, madre de siete hijos y abuela de más de 50 nietos.
Doña Queta pertenece a esa raza de mujeres cabronas que son veneradas en Tepito y forma parte del Mural de las Siete Cabronas conmemorativo que las celebra. La muerte también lleva nombre de mujer.
El barrio reivindica el rol femenino porque es una sociedad matriarcal “donde las mujeres son más cabronas que bonitas”. Prueba de ello es el Mural de Las Siete Cabronas, donde están representadas las mujeres más notables de Tepito, admiradas y respetadas.
Los hombres, por supuesto, siguen llevando los pantalones, pero a la tintorería, recuerda Alfonso.
La liberación sexual también llegó mucho antes a Tepito que al resto de México.
En el Callejón de las Ganas, multitud de puestos, ungüentos, cremas y elixires se desparraman y tepiteños que podrían pasar por cariñosos abuelitos y abuelitas explican al potencial cliente las bondades de artilugios eróticos.
Como todo es chiste y albur en este barrio, “el callejón es para las damas. Los caballeros se sentirían acomplejados de los equipamientos que hay aquí”, comenta jocoso Alfonso, quien considera que las mujeres son las maestras de la vida.
El respeto a la diversidad sexual también asombra en Tepito. Cuenta con el equipo de fútbol Las Gardenias, integrado por transexuales y travestis, una tradición de más de 50 años y cuyo partido anual se juega en el estadio ‘Maracaná’ del barrio el 4 de octubre para celebrar a San Francisco de Asís.