El martes 20 de mayo de 1969 el Senado de la República ofreció su respaldo al doctor Joaquín Balaguer para que optara por un segundo mandato consecutivo en la administración del Estado, al atribuirle una “excelente obra gubernativa” durante casi tres años de gestión pública. El tema de la reelección fue introducido en esta sesión por veinte senadores del Partido Reformista, mediante una resolución compuesta de un dispositivo y seis considerandos que hacía hincapié en la eficiencia del mandatario en la gerencia estatal y en la conveniencia de que siguiera en el poder para el período constitucional 1970-1974.
Esa resolución fue aprobada en ausencia de los senadores del partido blanco, quienes abandonaron el hemiciclo antes de que se sometiera a votación. Sus proponentes eran -entre otros- los reformistas Adriano Uribe Silva, de la provincia San Cristóbal; Atilio Guzmán Fernández, Espaillat; Rodolfo Valdez Santana, La Altagracia; Yolanda A. Pimentel de Pérez, Peravia; Quirino Antonio Escotto, Dajabón; Bardolindo Pérez Rodríguez, Independencia; Víctor Manuel Rodríguez Tapia, Salcedo; Antonio de Jesús Moya Ureña, Duarte; Julio Sergio Zorrilla Dalmasí, El Seibo; Jacinto Pérez Acosta, Bahoruco; Hermes H. Quezada, Puerto Plata; Luis Hipólito Fontana T., Samaná; Marcos A. Jáquez Fernández, Sánchez Ramírez; José Pompilio García, Valverde; César Brache Viñas, La Vega y Fernando A. Hernández Pérez, Estrelleta.
Esta pieza legislativa, así como otra similar aprobada por los diputados reformistas, con el voto disidente de su correligionario Roque Bautista y sin la participación en el hemiciclo de sus colegas perredeístas, originó al día siguiente una controversia en la prensa escrita, iniciada por el doctor Freddy Gatón Arce, director del periódico El Nacional, quien escribió en ese diario un artículo titulado “Amenaza Agorera”, donde advertía que la República Dominicana se encontraba bajo amenaza de una dictadura legitimada por el Congreso reformista, utilizando los siguientes términos: “Esta amenaza ominosa se viene conformando en el ambiente desde que se discutía la Constitución hoy en vigor, cuando los corifeos adorantes de la eternización en el poder buscaron fórmulas oscuras para destruir el espíritu democrático de la Carta de 1963, que garantizaba la práctica del principio de la alternabilidad y la celebración de elecciones con el mínimo de presiones oficiales”.
El conocido poeta, periodista y abogado lamentó que a principios del gobierno de Balaguer fuera modificado el artículo 123 de la Ley Sustantiva de la nación que establecía que el primer mandatario no podía “ser relegido ni postularse como candidato a la Vicepresidencia en el período siguiente”. Y recordó que ese artículo fue redactado por los miembros de la asamblea constituyente de 1963 para proporcionar al pueblo“la seguridad de que cada cuatro años triunfaría el candidato de su preferencia mayoritaria y no el que el régimen en el mando quisiera imponer”.
Gatón Arce igualmente consideró que esa conquista le fue arrebatada a la ciudadanía con intenciones continuistas, lo que se había demostrado con la escogencia del plenario de las cámaras legislativas “para desfogar entusiasmos sectarios que debieron escucharse sólo en las sedes del Partido Reformista, corrillos y plazas”.
A su juicio tal acción había que calificarla “como una amenaza de que técnicamente los diputados y senadores oficialistas pueden modificar la Constitución a su antojo, prolongando el período presidencial o aun proclamando Presidente vitalicio al doctor Balaguer”. Agregando que “su desorbitación culminó cuando precipitadamente una comisión de esos legisladores asistió a un almuerzo en el Palacio Nacional y entregó el documento al jefe del Estado”.
Sin duda que dicha resolución mostraba la subordinación del Poder Legislativo al Ejecutivo, pese al falso desinterés continuista del presidente Balaguer, quien el 2 de julio de 1968 había expresado en una rueda de prensa efectuada en el Palacio Nacional que no era partidario de la reelección presidencial, aunque más adelante y en varias ocasiones, rehusó referirse nuevamente al tema, indicando que era extemporáneo hablar del mismo faltando casi dos años para entrar de nuevo en un proceso electoral.
El jefe del Estado llegó a desautorizar incluso a uno de sus funcionarios, el profesor Eleodoro de los Santos, quien en septiembre de 1968 era el guía de la primera acción reeleccionista que acontecía durante su gestión de gobierno, perpetrada en la ciudad de Hato Mayor del Rey bajo el impulso de autoridades locales y decenas de munícipes agrupados –en su mayoría- en el Movimiento de Ciudadanos Independientes que ganó las elecciones municipales de ese año.
Balaguer rechazó la promoción extemporánea de su candidatura presidencial orientada por el profesor de los Santos, advirtiendo que ésta contribuía “a traer agitación” y entorpecer “el desenvolvimiento económico del país”. Pero esa actividad reeleccionista, aparentemente frenada, resurgiría con el soterrado apoyo de altos funcionarios palaciegos que se pusieron detrás del lanzamiento público -el 7 de enero de 1969- del Movimiento Nacional de la Juventud (MNJ), presidido por el joven abogado Víctor Gómez Bergés, que aglutinó a cientos de profesionales y técnicos simpatizantes de Balaguer en todo el territorio nacional.
Entre los directivos de esa organización estaban, Domingo Porfirio Rojas Nina, Leonardo Matos Berrido, Luis Arturo Puig Messon, Malaquías Jiménez, Elba Franco, París Canuto Goico Jacobo (Parisito), Darío Mañón Canó, Francisco Brugal Muñoz, Gerardo Tamayo Balaguer, Luis Pablo Dhimes, Fausto Sicard Moya, Manuel Rincón Pavón, Carlos Eligió Linares, Eudoro Sánchez y Sánchez, Héctor Cocco Castillo y otros jóvenes balagueristas de la época que durante el año 1969 pasaron a ocupar cargos públicos bien remunerados, algunos con funciones difusas calificadas de canonjías; o amparados en jugosos contratos renovables en las empresas autónomas del Estado.
No obstante, la meta del MNJ chocaba con el proyecto político del vicepresidente de la República, licenciado Francisco Augusto Lora, que controlaba entonces los principales cargos partidarios y trabajaba discretamente en los organismos municipales en busca de la candidatura presidencial; además de que contaba, para concretizar su objetivo, con el respaldo del secretario general del Partido Reformista, Raúl González y de los presidentes de los directorios del Distrito Nacional y Santiago, los populares alcaldes Guarionex Lluberes Montás y Miguel Ángel Luna Morales.
Sin embargo, con la aparición de la maquinaria política vivaz del MNJ, auxiliada por el Gobierno, el nerviosismo se apoderó de los estrategas del proyecto electoralista del vicepresidente Lora, que lanzaron un ataque bestial contra el doctor Gómez Bergés, a quien acusaron de fomentar la división del partido, al tiempo en que su jefe político emplazaba su artillería verbal contra el presidente Balaguer, reprochándole el uso de su organización política como vehículo para llegar al poder y que lo hubiese luego desechado para sustituirlo “por la creación ridícula y deleznable del llamado Movimiento Nacional de la Juventud”.
Lora calificó esa entidad de “partido paralelo creado para oponerse al reformismo por si éste le fallaba (a Balaguer) como apoyo de sus ansias y apetitos continuistas”. Y calificó de evidente fracaso los llamados actos plebiscitarios realizados por los reeleccionistas en varias provincias del país, los cuales pusieron en ridículo a sus organizadores.
Balaguer desplaza a Lora del partido para ser candidato
El 27 de junio de 1969 el presidente Joaquín Balaguer pronunció un discurso radiado y televisado que cambió bruscamente la situación interna del Partido Reformista, al anunciar que retomaba sus funciones de presidente de esa organización, las cuales desde su ascenso al poder estaban a cargo del licenciado Francisco Augusto Lora González, en su calidad de primer vicepresidente.
El líder reformista dijo categóricamente: “En este mismo momento he resuelto asumir la presidencia efectiva del partido y que, en consecuencia, desde ahora en adelante nada podrá hacerse, a nivel nacional, sin que la medida o la orden que se dicte vaya refrendada con mi firma e investida con la autoridad que me confiere la investidura con que fui honrado por la convención del partido celebrada el 16 de junio de 1968”. Con lo cual retomaba el timón y control de su organización y propinaba un nocaut político a su rival interno.
Con su determinación Balaguer estaba sellando la división en el Partido Reformista, acentuando en lo inmediato sus contradicciones con el vicepresidente Lora, quien se había alejado del Palacio Nacional, instalando su oficina en la suite que ocupaba en el hotel El Embajador, desde donde organizaba su proyecto presidencial.
La posición que asumió el mandatario intensificó el proselitismo político y fue el inicio de los trabajos preparatorios de la convención nacional reformista, donde quedarían totalmente marginados los dirigentes que se habían identificado con la línea antireeleccionista sustentada por el vicepresidente Lora. Siendo así que el 25 de febrero de 1970, se celebró la gran jornada electoral donde fue formalmente presentada y aprobada la candidatura presidencial de Balaguer y la del abogado seibano Carlos Rafael Goico Morales, como su compañero de boleta.
Previamente en esta asamblea fue intensamente aclamado el licenciado Fernando Álvarez Bogaert, para la segunda magistratura de la nación, pero luego de un emotivo discurso de Balaguer, los reformistas acordaron que el joven secretario de Estado de Agricultura sustituyera al licenciado Lora sólo en su alta posición de primer vicepresidente del directorio ejecutivo central de su partido. El apoyo a Álvarez Bogaert fue expuesto por el doctor Patricio Badía Lara, presidente de la Cámara de Diputados.
Luego de esta convención, a finales del mes febrero, el vicepresidente Lora y sus seguidores, pasaron a ser parte de la oposición más activa a la continuidad en el poder de Joaquín Balaguer, por lo cual decidieron abandonar las filas reformistas y constituir un nuevo partido político con el nombre de Movimiento de Integración Democrática (MIDA), organización antireeleccionista que celebró su convención nacional el 31 de marzo de 1970, escogiendo a su líder como candidato presidencial. Días más tarde, éste recorría todo el país dando a conocer su nueva plataforma electoral, así como su compañero de boleta, ingeniero Elías de Jesús Brache Pellice y su eslogan de campaña: “El hombre en cuya palabra se puede confiar”, una manera de recordar que en 1966 Balaguer le había prometido respaldar su aspiración de ser presidente para las elecciones de 1970.
Lora cae una vez más frente a Balaguer
El licenciado Francisco Augusto Lora González justificó la constitución del MIDA diciendo que se había ido del reformismo porque “el presidente Balaguer se ha empeñado, no solamente en reelegirse, sino que con verdadero empecinamiento ha venido utilizando cuantos medios y recursos oficiales le debía estar vedados por el más elemental sentido de respeto a sus pronunciamientos de antaño, lanzándose a la escabrosa aventura de imponer su afán continuista con manifiesto desdén al formidable clamor mayoritario del pueblo dominicano”.
Asimismo acusó al mandatario de tener ambición irrefrenable y de incurrir en excesos para imponer la reelección que el pueblo rechazaba, lo que a su modo de ver había originado el colapso de la normalidad del proceso electoral. Y destacó su permanente decisión en “consagrar como principio constitucional el que propicie y asegure la alternabilidad de los poderes, por entender que no solamente era un anhelo evidente del pueblo dominicano, sino porque ha sido el continuismo, el afán de perpetuarse en el mando, el ambicioso objetivo del poder, lo que ha ocasionado los grandes trastornos republicanos”.
Balaguer había triunfado en la batalla por el control del Partido Reformista y la situación política del país indicaba con claridad que esa victoria se repetiría en las elecciones nacionales, ya que en esta ocasión le beneficiaba el hecho de que el profesor Juan Bosch, presidente del partido blanco y principal líder de la oposición había adoptado como táctica política la abstención electoral, en el marco de su estrategia por imponer en el país la denominada tesis de la Dictadura con Respaldo Popular.
Sin la participación electoral de este líder político y su partido, era imposible pensar en derrotar a Balaguer; sobretodo, con una oferta opositora de tres candidatos presidenciales sin arraigo, Francisco Augusto Lora, el general retirado Elías Wessin y Alfonso Moreno Martínez, representando al MIDA, al Partido Quisqueyano Demócrata (PQD) y al Partido Revolucionario Social Cristiano (PRSC), sin que se advirtiera el más mínimo interés de alianza, pese a que todos ellos participaban en las reuniones que se celebraban en la residencia de la familia Amiama Tió, con el aparente propósito de constituir un bloque opositor que pusiera en jaque el proyecto reeleccionista de Balaguer.
Además el proceso electoral de 1970 estuvo marcado por la reaparición de los actos terroristas, los asesinatos selectivos de líderes de izquierda y la incursión de militares y policías en actividades reeleccionistas, comenzando por el secretario de Estado de las Fuerzas Armadas, mayor general Enrique Pérez y Pérez, que llegó a decir en más de una ocasión que la reelección era “una necesidad nacional” y permitió que los recintos militares y los cuarteles policiales se llenaran de letreros y carteles con leyendas alusivas a la postulación de Balaguer, algunos de los cuales decían: “Libertad y Salvación con la Reelección”.
En esas condiciones, la reelección de Balaguer era inevitable y eso fue lo que ocurrió en las urnas el 16 de mayo de ese año, donde el caudillo reformista fue favorecido con 653 mil 565 votos; logrando además una mayoría abrumadora en el Senado y la Cámara de Diputados. El segundo lugar fue ocupado por Lora y el MIDA, con 252 mil 220 votos, un senador y 11 diputados; mientras que el tercero lo obtuvo Wessin y el PQD con 168 mil 751 votos y tres diputados. Moreno Martínez logró 63 mil 697 votos, que fueron insuficientes para llevar un representante al Congreso.
Ese resultado electoral demostró que la prédica de unidad cayó en terreno baldío por el anacrónico prurito de superioridad y el exagerado individualismo que primó en el escenario político.