Alrededor de las ocho de la noche del viernes 12 de agosto de 1966, en la zona colonial de Santo Domingo fue baleado por la espalda el comandante constitucionalista Ramón Emilio Mejía del Castillo (Pichirilo), por un desconocido que le hizo cinco disparos a quemarropa, dos de los cuales seccionaron su médula, ocasionándole neumotórax por hemorragia en el pulmón derecho y una cuadriplejia o inmovilidad de sus articulaciones.
El popular combatiente de la revolución de abril de 1965 no tuvo tiempo de esquivar las balas que penetraron en su cuerpo, ni para defenderse de la acción sorpresiva y cobarde de su agresor que lo atacó sin mediar palabra cuando caminaba desprevenido por la calle Restauración casi esquina Arzobispo Meriño, hacia la casa de unos amigos a pocas cuadras de allí, en el pequeño y emblemático barrio de San Miguel.
Algunos testigos de este alevoso atentado describieron al atacante como un individuo de mediana estatura, relativamente obeso, vestido con pantalones oscuros y guayabera blanca, quien después de la acción homicida recorrió de prisa varios tramos de las calles Las Damas y Emiliano Tejera, tratando de escapar de la persecución de un grupo de jóvenes del área que intentó detenerlo a su llegada al muelle de Santo Domingo, donde se refugió protegido por los custodios de esa instalación portuaria.
En ese instante Pichirilo ya estaba recibiendo los primeros auxilios en el hospital Padre Billini, de donde se le transferiría mortalmente herido y a bordo de un vehículo patrullero lleno de agentes de la Policía, a la clínica del doctor Abel González, en la avenida Independencia de Ciudad Nueva.
Allí, minutos después, dentro de la unidad de cuidados intensivos, sería atendido con esmero por los cirujanos Ney Arias Lora, Frank Hernández, Félix Goico y José De León; los cardiólogos Ángel Chan Aquino, Fernando Enrique Ariza Mendoza, Alfred Staffeld Madsen, Héctor Mateo y Julio Espaillat; los anestesistas Franklyn González y José Fernández, y los doctores Rafael Acra, Washington Aníbal de Peña Rincón y Abel González Massenet, urólogo y principal ejecutivo de la clínica.
Dirigentes políticos, comunitarios y religiosos coparon los pasillos de aquel centro de salud de la avenida Independencia, dado el interés general en conocer el estado clínico del paciente y los pormenores del atentado que lo mantenía al borde de la muerte. Uno de los concurrentes era monseñor Emanuele Clarizio, nuncio apostólico de la Santa Sede en Santo Domingo, quien de modo incesante oraba por la salud del enfermo, proclamando la sacralidad de la vida humana.
Esa misma noche, el presidente Joaquín Balaguer se comunicó por la vía telefónica con el ministro de Interior y Policía, Ramón A. Castillo y el jefe policial Luis Ney Tejeda Álvarez, a quienes ordenó investigar a fondo el motivo del atentado, localizar a los culpables y ponerlos a disposición de los tribunales de justicia.
Balaguer también le envió una carta al ministro de las Fuerzas Armadas, mayor general Enrique Pérez y Pérez, para pedir su colaboración y de los institutos castrenses en las investigaciones que llevaba a cabo la Policía Nacional con el objetivo de que ese crimen no quedara sin sanción y para evitar que el desborde de pasiones políticas y las actividades terroristas continuaran perturbando el orden público.
Sin embargo, el interés del gobernante en esclarecer el hecho, no satisfizo a sus opositores que comenzaron a emitir comunicados públicos, desde la mañana del sábado 13, condenando el estado de violencia que afectaba el país y poniendo en duda el interés de las autoridades en detener a los autores de la agresión y a los responsables del deteriorado clima social.
A la cabeza de esos pronunciamientos estaba el líder del partido blanco, profesor Juan Bosch y los dirigentes del Movimiento Popular Dominicano (MPD) y de la agrupación política 14 de Junio, principales organizaciones de izquierda, quienes culpaban a grupos de la extrema derecha del suceso referido y otros crímenes que se habían ejecutado contra excombatientes de la guerra de abril y jóvenes revolucionarios.
Durante el mediodía de ese sábado 13 un individuo armado con una pistola intentó penetrar al área del quirófano donde se encontraba el comandante herido, originándose un alboroto en el interior de la clínica, aunque afortunadamente el médico José de León se revistió de valor, entorpeciendo la intención del sujeto, mientras su asistente -una enfermera de apellido Uribe- llamaba a un guardia de seguridad, que no vaciló en detenerlo y entregarlo enseguida a la Policía.
Después de este incidente se supo que el paciente difícilmente sobreviviría, porque no había sido posible controlar el sangrado masivo generado por las lesiones que afectaban su columna vertebral y uno de sus riñones, no obstante hacérsele varias transfusiones de sangre con la intención de prepararlo para una intervención quirúrgica.
El moribundo era una persona de contextura física muy fuerte y se había mantenido despierto sin articular una sola palabra, desde las 8:00 de la noche del viernes trágico hasta poco después de ser introducido en el quirófano en estado de coma; siendo imposible operarlo por falta de sangre, pues tenía su volemia baja y por esa causa falleció inevitablemente el domingo 14 de agosto de 1966 a las 9:15 de la mañana, con apenas 45 años de edad.
Historial de Pichirilo
Ramón Emilio Mejía del Castillo nació en La Romana y era hijo de Francisco Mejía Pichirilo (Miró) y de Patria del Castillo. Pasó sus años de infancia en su lar natal, donde mostró apasionado interés por las actividades marítimas, aunque fue en Santo Domingo -en su etapa juvenil- que se entregó plenamente al conocimiento y disfrute de los asuntos del mar, aprendiendo el oficio de marino mercante que desarrollaría más tarde en Cuba, donde logró sobresalir como capitán de buques y de otras embarcaciones de carga.
Pichirilo llegó a la isla fascinante a principios de la década de 1950 y se casó allí con la nativa habanera Dora Vila. También se enroló en las actividades conspirativas antitrujillistas propias del exilio, figurando su nombre en la lista de fundadores del Movimiento Popular Dominicano (MPD), publicada el 20 de febrero de 1956.
Así, en la lucha por la libertad, hizo causa común con Máximo Antonio López Molina, Pablo Antonio Martínez Rodríguez, Esperanza Font de Alfau, Julio César Martínez Sobá, José Tiberio Castellanos Vargas, José Moscoso, los hermanos Andrés, Eleuterio y Francisco Elizardo Ramos Peguero, entre otros exiliados que idearon la construcción de esa entidad marxista-leninista.
En noviembre de 1956, Pichirilo se puso a la orden del joven insurrecto cubano Fidel Castro, quien le asignó la misión de ser el segundo capitán del barco Granma que zarpó de las costas veracruceñas de México con 82 expedicionarios y desembarcó en Cuba la tarde del 2 de diciembre de ese año, a emprender la acción guerrillera contra la dictadura de Fulgencio Batista, que sería derrocada y sustituida el 1 de enero de 1959 por la Revolución Cubana que aún se mantiene activa.
La valoración de ese servicio está contenida en el reconocimiento a su figura que hizo el comandante de aquella expedición guerrillera, en un escrito fechado el 6 de marzo de 2009, de respuesta a un cuestionario que le presentó en La Habana la periodista dominicana Daylis Sánchez Lemus, poco después de que por razones de salud se retiró del poder, luego de agotar 49 años de ejercicio ininterrumpido.
Fidel Castro precisó entonces que el navegante criollo “tomó el mando del buque para apoyarme y en coordinación conmigo, realizó grandes y audaces esfuerzos por engañar a la corbeta de la Marina de Cuba que, con los cañones de proa listos, nos ordenó en el extremo oriental de Cuba retroceder hacia el puerto de Antilla, en la bahía de Nipe, donde el resto de la expedición estaba ya prisionera”.
Era tanta la admiración del líder cubano por este capitán de buques de nacionalidad dominicana, que insertó en el referido escrito estas palabras: “Nadie agradecería más que yo una biografía de Ramón Emilio Mejía del Castillo, no importa cuán modesta sea. Vale la pena que hombres como él, Jiménez Moya y otros heroicos combatientes, sean conocidos por dominicanos y cubanos”.
Once meses después de aquella histórica odisea en el Granma, y luego de veinte años residiendo en Cuba, Pichirilo abandonó esa nación del Caribe con destino a Colombia, donde estuvo exiliado hasta el mes de mayo de 1963, cuando decidió regresar a su país.
Aprovechando entonces la apertura democrática que vivía República Dominicana en el gobierno de Juan Bosch, sin que se le ocurriese pensar que cuatro meses después se produciría un golpe de Estado y sería apresado por orden de los nuevos inquilinos del Palacio Nacional (el Triunvirato formado por Emilio de los Santos, Ramón Tapia Espinal y Manuel Enrique Tavares Espaillat).
Desde antes de que recobrara su libertad, Pichirilo estaba dedicado a las actividades navieras, desarrollando en Santo Domingo su Agencia Marítima del Caribe, con el apoyo de sus hermanos Ramón y César y de Diego Emilio Bordas Hernández, su viejo amigo del exilio antitrujillista, empresario y alto dirigente perredeísta que desempeñaba la función de ministro de Industria y Comercio en el gobierno de Bosch y poseía una empresa marítima de envergadura llamada “Bordas Corporation”.
Pichirilo en la lucha armada
La tarde del sábado 24 de abril de 1965 estalló la denominada Revolución Constitucionalista por los campamentos militares 16 de Agosto y 27 de Febrero en la ciudad de Santo Domingo, para ponerle fin al régimen corrupto del Triunvirato que encabezaba Donald Joseph Reid Cabral. Esta insurrección armada se inició con la detención del jefe del Ejército, general Marcos Rivera Cuesta y la plana mayor de esa institución, ejecutada por el capitán Mario Peña Taveras y otros oficiales.
En ese momento, Picharlo se encontraba en su hogar, situado en la calle Francisco Cerón No. 5 del barrio San Miguel, en la zona colonial y se enteró de lo que estaba ocurriendo, al escuchar el programa Tribuna Democrática que se transmitía a la 1:30 de la tarde por Radio Comercial, el cual era sintonizado por una gran parte de los dominicanos, como si estuvieran apegados a una ordenanza oficial de toque de queda.
En ese espacio radial, José Francisco Peña Gómez, secretario de prensa y propaganda del partido blanco, anunció el apresamiento de Rivera Cuesta y llamó al pueblo a respaldar en las calles la vuelta a la constitucionalidad sin elecciones y el regreso de Juan Bosch al poder.
Después de escuchar esa perorata, Pichirilo casi enseguida hizo contacto con los dirigentes del Sindicato de Trabajadores Portuarios de Arrimo (POASI) y sus asesores Miguel Soto y Pedro Julio Evangelista, que eran los líderes del buró sindical del partido blanco, para asumir la responsabilidad histórica de ser uno de los primeros civiles en respaldar la sublevación militar que tuvo como conductor inicial al coronel Miguel Ángel Hernando Ramírez y luego al coronel Francisco Caamaño Deñó.
El excomandante del buque Granma participó en la creación del primer comando rebelde surgido de manera espontánea en el barrio de San Antón de la capital, comandado por Eliseo Andújar -Barahona- y Federico Orsini -Fico, dos hombres de la estrecha confianza de Peña Gómez, para hacerle frente a las tropas invasoras que desembarcaron por el puerto de Haina el 28 de abril de 1965.
La propia dinámica de aquella jornada patriótica, determinó que Pichirilo formara su propio comando con miembros de POASI, que operó desde el edificio La Atarazana, en la zona colonial. Allí ofreció innumerables pruebas de coraje y heroísmo, pues ese comando paró en seco el avance de los soldados extranjeros que intentaron vulnerar la zona constitucionalista, al mantener a raya a los francotiradores gringos apostados en el octavo piso del edificio de Molinos Dominicanos que disparaban con fusiles automáticos M-16 a los combatientes de abril.
En esa guerra Pichirilo se convirtió en leyenda, y su rol heroico fue destacado por el profesor Juan Bosch, a su retorno del exilio el 25 de septiembre de 1965, cuando aseguró ante la multitud reunida en la Plazoleta Rubén Darío de la avenida George Washington, que el comandante constitucionalista era un héroe de abril y pertenecía a los hombres que se dedicaban por entero a la causa de la libertad.
El líder perredeísta reiteró ese planteamiento el 15 de agosto de 1966, en otra intervención pública en la que lamentó su asesinato, calificándola como “una mancha deshonrosa en la historia nacional”. Y agregando que “a lo largo de la historia, en todas partes del mundo, los héroes han merecido siempre el respeto de sus seguidores y de sus enemigos”. El cadáver del comandante Mejía del Castillo, fue velado en la capilla La Humanitaria, en la calle 30 de Marzo, cubierto por la bandera nacional y conducido en hombros por decenas de dolientes hasta el cementerio de la avenida Independencia donde fue sepultado.