Cuando uno deja la tierra que lo vió nacer, en este caso Quisqueya la bella, teniendo uso de razón, la nostalgia se apodera de los sentidos y solo los buenos recuerdos subsanan la ansiedad. Pero también, en la nueva tierra empezamos a identificar compatriotas con quienes compartir y buscar los productos criollos para preparar ese buen sancocho, o mangú con salchichón y queso frito (la tripleta) o arroz, habichuelas y carne (la bandera).
Pero para mí, con apenas nueve años de edad cuando nos mudamos para (Nueva Yol), lo que más añoraba de mí país era el contagioso ritmo del merengue (soy un musico frustrado). Desafortunadamente, para esa época, el merengue no era tan difundido en las escasas emisoras que transmitian en español – apenas dos o tres. Pero sí la musica Afro-cubana, y por supuesto la del idioma inglés.
Tenía que alimentar mis oidos con nuestra música, era parte de mi esencia, y paulatinamente empecé a oír guaguancó. Recuerdo que los músicos de esas orquestas eran Cubanos y Puertoriqueños y punto. Hasta que un día le hice el comentario a mi amigo, Reyito, al respecto y me dijo, “y tu no has oido a Johnny Pacheco y su Charanga? Es un músico completo! Oyelo que es de los nuestros!”.
Desde ese entonces empecé a oir la música del Maestro.
Pero cuando la disquera Fania, de la cual él era co-dueño y también la visión musical, catapultó el nuevo género bautizado como “salsa” a nivel mundial, el cual se convirtió en euforia, Johnny Pacheco fue el capitán de ese barco. Elevando así la dominicanidad. Porque por lo general, aparte de unos pocos dominicanos que empezaron a tocar con orquestas salseras, Pacheco era el que llevaba la bandera tricolor en sus hombros, donde el público que llenaba teatros, salones de bailes y estadios para oir y bailar salsa, en su mayoria, no eran dominicanos.
Me identifiqué tanto con el Maestro porque él también llegó a una temprana edad a La Gran Urbe (a los once años).
Cuando me enteré de la triste noticia, lo primero que me vino desde el baúl del recuerdo fueron sus célebres palabras que siempre decía con orgullo en cualquier parte del mundo, “yo soy dominicano y nunca lo he negado”.
Para mí, el sueño se convirtió en realidad cuando en Octubre del 1988, tuve la oportunidad de conocer y platicar con el orgullo del barrio, Los Pepines de Santiago de los Caballeros.
Maestro, solo deseo que en la Gloria lo hayan esperado con: tres de café y dos de azucar.