Thursday, November 21, 2024
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Muhammad Ali, ícono que trascendió el deporte

Fue rápido de pies y manos, y también con la boca, un campeón del peso completo que prometió sorprender al mundo, y así lo hizo. Más que todo emocionó, incluso después, cuando pagó cara la acumulación de golpes y su voz era apenas un susurro.

Fue Muhammad Ali. Fue El Más Grande.

Ali falleció el viernes a los 74 años.

Con un ingenio tan agudo como sus puñetazos, Ali dominó el boxeo durante dos decenios antes que el mal de Parkinson, causado por miles de golpes a la cabeza, destruyese su cuerpo, enmudeciese su voz y pusiese fin a su carrera en 1981.

Ganó y defendió su título pesado en combates épicos y escenarios exóticos, habló enérgicamente en favor de los negros y se negó a ser conscripto en el ejército durante la Guerra de Vietnam por sus convicciones musulmanas.

Pese a su debilitante enfermedad, viajó por todo el mundo y encontró calurosas recepciones, incluso cuando su una vez poderosa voz fue reducida a un susurro y se vio limitado a comunicarse con un guiño o una sonrisa.

Fue reverenciado por millones y vilipendiado por muchos. Nunca se cansó de acuñar frases ingeniosas, como cuando se describió a sí mismo al decir que “floto como una mariposa y pico como una avispa”.

Finalizó su trayectoria con un récord de 56-5 y 37 nocáuts, y fue el primer púgil en ganar tres veces el título de la máxima división del boxeo.

Venció abrumadoramente al temible Sonny Liston, desafió los pronósticos para imponerse a George Foreman en Zaire y casi peleó hasta la muerte con Joe Frazier en las Filipinas. Todo ello con una pintoresca comitiva que agigantó su leyenda.

“Retumba, muchacho, retumba”, le decía el second Bundini Brown desde su esquina.

Y eso fue lo que hizo Ali. Peleó contra todos los mejores en su división, y se ganó millones de dólares con su centelleante jab. Pero fueron sus payasadas — y sus declaraciones — fuera del ring las que transformaron al hombre bautizado Cassius Clay en el astro Muhammad Ali.

“Soy el Más Grande”, dijo una y otra vez. Muy pocos se atreverían a contradecirle. Ali le dio la espalda a la sociedad blanca al adoptar la religión musulmana y cambiarse su nombre. Desafió el llamado a filas durante la Guerra de Vietnam — “Yo no tengo problemas con el Viet Cong” — y perdió tres años y medio del momento cumbre de su carrera.

Fascinó a líderes mundiales, diciéndole una vez al presidente filipino Ferdinand Marcos: “Vi a tu esposa. No eres tan tonto como pareces”.

Más adelante se embarcó en una segunda carrera como misionero del Islam.

“El boxeo fue mi trabajo, la primera parte de mi vida”, dijo en 1990, y añadió su típica fanfarronería: “Voy a ser el mejor evangelista de la historia”.

Ali no pudo cumplir ese objetivo porque el Parkinson le robó el habla. La enfermedad se cobró un saldo tal en su cuerpo que verlo en sus últimos años sorprendió y entristeció a quienes que le recordaban en su época de gloria.

“Naturalmente la gente va a sentirse triste por los efectos de la enfermedad”, dijo Hana, una de las hijas de Ali, cuando éste cumplió 65 años. “Pero si pudieran verle realmente en la calma de su vida diaria, no sentirían pena por él. Él está en una completa paz, y está aprendiendo una lección más importante”.

El silencio de los últimos años de Ali fue un marcado contraste con el rugido de una carrera que tuvo picos impresionantes y caídas estrepitosas. Irrumpió en la escena pública con una serie de peleas televisadas que mostraron a un carismático campeón que entretuvo a millones al entablar duelos verbales con gente como el comentarista Howard Cosell en entrevistas.

Ali calculó una vez que había recibido 29.000 golpes a la cabeza y ganado 75 millones de dólares en su carrera, pero el efecto de los puñetazos permaneció mucho después de que gran parte del dinero se había esfumado. Eso no le impidió viajar incansablemente para promover el Islam, reunirse con líderes mundiales y hasta abogar por una ley con su nombre que buscaba reformar el boxeo.

Aunque tuvo que aflojar el paso en años recientes, se las arregló para hacer numerosas presentaciones, incluyendo un viaje a Irlanda en 2009. Despreciado por algunos por sus opiniones y su negativa a inscribirse en el ejército en los 60, el Ali envejecido se convirtió en una figura conmovedora cuya mera presencia en un acontecimiento deportivo causaba largas ovaciones.

Con el rostro casi paralizado por el Parkinson y las manos temblorosas, Ali encendió la llama olímpica en Atlanta 1996, en un espectáculo casi tan emocionante como algunas de sus peleas más memorables. Unos pocos años después, Ali se sentó calladamente en la sala de un comité del Congreso en Washington. Su mera presencia fue suficiente para convencer a los legisladores a aprobar la ley de reforma del boxeo que llevaba su nombre.

Miembros de su círculo íntimo no se sintieron sorprendidos. Ellos lo habían conocido desde hace tiempo como una persona humanitaria, que no lo pensaba dos veces para montarse en su auto y conducir durante horas para visitar a un niño enfermo. Ellos vieron a un hombre que parecía querer a todo el que conocía — incluyendo a su archirrival Frazier.

“Yo me considero una de las personas más afortunadas en el mundo porque él es mi amigo”, dijo su antiguo apoderado de negocios Gene Kilroy. “Si yo muriese hoy y subiese al cielo eso sería un paso atrás. Mi paraíso fue estar con Ali”.

Uno de sus mayores oponentes se convirtió más tarde en un gran admirador. En vísperas del 35to aniversario de su gran pelea en Zaire, Foreman rindió tributo al hombre que le venció en 1974.

“Yo no le llamo el mejor boxeador de todos los tiempos, pero él es el mejor ser humano que he conocido”, dijo Foreman. “Es la persona más excitante que he conocido en mi vida”.

Nacido Cassius Marcellus Clay el 17 de enero de 1942 en Louisville, Kentucky, Ali comenzó a boxear a los 12 años después que le robasen su bicicleta nueva y le prometió al policía Joe Martin que él le daría una paliza a la persona que se la hurtó. Clay pesaba apenas 40 kilos en aquel entonces, pero Martin comenzó a entrenarle en su gimnasio de boxeo, en el inicio de una carrera amateur de seis años que concluyó con la medalla de oro en los pesos ligeros en las Olimpiadas de 1960.

Ali ya había tenido que lidiar con el racismo. En viajes deportivos, él y sus compañeros de equipo tenían que quedarse en el coche mientras Martin les compraba hamburguesas. Cuando regresó a Louisville con su medalla dorada, la Cámara de Comercio le otorgó un homenaje, pero dijo que no tenía tiempo para patrocinar una cena en su honor.

En su autobiografía, “The Greatest”, Ali escribió que lanzó su medalla de oro al río Ohio tras una pelea con una pandilla de motociclistas blancos, que comenzó cuando a él y a un amigo les negaron servicio en un restaurante en Louisville.

Esa anécdota pudo ser inventada, y Ali más tarde le dijo a amigos que simplemente había perdido la medalla. No obstante, lo que quiso decir estaba claro.

Tras vencer a Liston para ganar la corona pesada en 1964, Clay sorprendió al mundo del boxeo al anunciar que era miembro de la Nación del Islam y que rechazaba su “nombre de esclavo”. De ahí en adelante sería conocido como Muhammad Ali y su libro sería el Corán.

La afiliación de Ali con la Nación del Islam indignó y perturbó a muchos estadounidenses blancos, pero fue su negativa a registrarse en el ejército lo que les enfureció más. Eso sucedió el 28 de abril de 1967, un mes después de que noqueó a Zora Folley en el séptimo asalto en el Madison Square Garden de Nueva York en la octava defensa de su cetro. Se le condenó por evadir la conscripción al ejército. Fue despojado de su título y expulsado del boxeo.

Ali apeló el fallo sobre la base de que era un clérigo musulmán. Se casó con Belinda Boyd, segunda de sus cuatro esposas, un mes después de ser convicto, y tuvo cuatro hijos con ella. Procreó dos más con su tercera esposa, Veronica Porsche, y él y su cuarta esposa, Lonnie Williams, adoptaron un niño.

Durante su destierro boxístico, Ali habló en universidades y se presentó brevemente en un musical de Broadway llamado “Big Time Buck White”. Aun enfrentando la posibilidad de ir a prisión, se le permitió regresar al boxeo tres años más tarde.

Ali noqueó a Jerry Quarry en tres asaltos el 26 de octubre de 1970 en Atlanta, pese a esfuerzos del gobernador del estado de Georgia para impedir la pelea. Y seguía enfrentando la posibilidad de cárcel cuando peleó con Frazier por primera vez el 8 de marzo de 1971, pero unos meses más tarde la Corte Suprema anuló la condena por votación de 8-0.

“Ya yo he celebrado todo lo que tengo que celebrar”, dijo Ali al conocer la decisión. “Voy a rezarle a Alá”.

Muchos en el mundo del boxeo opinan que Ali no volvió a ser el mismo después de su larga ausencia, pese a que ganó la corona otras dos veces y la defendió varias más, incluyendo la legendaria pelea con Foreman y las tres batallas con Frazier.

Ali perdió el título ante Leon Spinks, y regresó para recuperarlo el 15 de septiembre de 1978, cuando se llevó una decisión sobre Spinks en el Superdome en Nueva Orleáns. Se retiró, pero regresó para tratar de ganar el cetro por cuarta vez ante Larry Holmes el 2 de octubre de 1980 en el Caesars Palace en Las Vegas.

Pero Holmes, su ex compañero de entrenamientos, básicamente jugueteó con él hasta que el entrenador Angelo Dundee se negó a dejar que Ali respondiese al campanazo en el undécimo asalto. Unos pocos años más tarde, Ali dijo que no hubiera peleado con Holmes si no hubiese pensado que podía ganar.

“Si hubiera sabido que Holmes iba a vapulearme y dañarme el cerebro, no hubiera peleado con él”, dijo Ali.

Pero peleó una vez más: una derrota por decisión en 10 asaltos ante Trevor Berbick en las Bahamas. En 1990, viajó a Irak por iniciativa propia para reunirse con Saddam Hussein y regresó a Estados Unidos con 15 norteamericanos que habían sido tomados como rehenes.

Uno de esos rehenes narró el encuentro con Ali en la biografía de 1990 “Muhammad Ali — His Life and Times”, de Thomas Hauser. “Siempre he sabido que Muhammad Ali era un superdeportista, pero durante esas horas que estuvimos juntos, dentro de ese enorme cuerpo vi a un ángel”, dijo Harry Brill-Edwards.

Por su parte, Ali no se quejó del precio que tuvo que pagar en el cuadrilátero.

“Lo que sufrí físicamente valió todo lo que he logrado en mi vida”, dijo en 1984. “Un hombre que no tiene el coraje de arriesgarse no logra nada en su vida”.

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Por TIM DAHLBERG | Associated Press

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