La realidad está ahí y no se puede enmascarar por más que deseemos ocultarla. El mundo de las atrocidades se impone y la especie humana convive con el sufrimiento. La persistencia de conflictos armados en varias regiones del planeta, la sucesión de enormes catástrofes naturales, junto a la lacra de los sembradores del terror, aparte de causar un número impresionante de muertos, han originado en muchos supervivientes traumas psíquicos, a veces difícilmente recuperables.
Asimismo, los expertos también reconocen que, en los países de elevado desarrollo económico, la crisis de valores morales influye negativamente en el origen de nuevas formas de malestar mental. También las familias se separan como jamás, con lo que ello conlleva de sufrimiento y dolor.
Lo mismo sucede con los abusos de sustancias, las personas que se hacen adictas probablemente tengan condicionantes biológicos genéticos que los haga más vulnerables. Por eso, hoy más que nunca las personas afectadas necesitan asistencia de todos nosotros, de esos primeros auxilios psicológicos que son vitales para poder seguir viviendo, sin escaparse del esfuerzo personal que cada cual ha de poner sobre el camino trazado. Nada cambia si uno no quiere.
Nuestra vida vale lo que nos ha costado en voluntad. Ahora bien, solo se aguanta una civilización si muchos aportan su colaboración al arranque conjunto. Claro que el ánimo es importante para salir de cualquier atmósfera, ya sea de un cielo estrellado o sin estrellas. En su tiempo lo decía el inolvidable filósofo griego, Platón, de que “tres facultades hay en el hombre: la razón que esclarece y domina; el coraje o ánimo que actúa; y los sentidos que obedecen”. Pienso que es un buen referente para ese hacer camino humanitario, con conciencia crítica, que cualquier caminante busca.
Precisamente, el tema del Día Mundial de la Salud Mental de este año, observado el día diez de octubre, activa este socorro de autoayuda, de sostén psicológico y social, de manera que se respete su dignidad, su entorno cultural y sus costumbres o habilidades. Si en verdad queremos satisfacernos armónicamente, tendremos que suavizar las actitudes y recargar la mente de comprensión hacia nuestros análogos.
Sin duda, las primeras ayudas humanitarias han de ser anímicas, ante cualquier crisis, situación de emergencia, o acontecimiento grave. Desde luego, el número de personas expuestas a factores estresantes extremos se incrementa cada día, por lo que el factor de riesgo para la salud mental y los problemas sociales aumenta también proporcionalmente con la realidad tan asfixiante que nos circunda. En cualquier caso, no debemos fallar a la gente que nos necesita. Nuestra propia historia nos juzgará por nuestra capacidad de entrega y generosidad hacia aquellas personas que llaman nuestra atención, que nos piden ayuda y por la manera que tengamos de responderles.
Nos consta que los sistemas de salud aún no han respondido adecuadamente a la carga de los trastornos mentales. Como consecuencia, la brecha entre la necesidad de tratamiento y su disposición es amplia en todo el mundo. En los países de bajos y medianos ingresos, entre el 76% y el 85% de las personas con trastornos mentales no reciben tratamiento para su perturbación. En los países de ingresos altos, entre el 35% y el 50% de las personas con trastornos mentales están en la misma situación. Además del apoyo de los servicios de salud, las personas con enfermedades mentales suelen requerir, también, asistencia permanente y atención social.
Son tantas las fuerzas contrarias, que hemos de tener una visión universal, integral y transformadora, sobre todo para prevenir y mejorar el bienestar de todos, considerando prioritario la inclusión de la salud mental en todas las agendas, máxime en un mundo tan convulso como el presente. No olvidemos que son muchas las personas estigmatizadas y discriminadas por problemas psicológicos, que necesitan ser oídas, escuchadas, como una forma de encuentro. De ahí, la importancia de fomentar una cultura del ánimo, o si quieren del esfuerzo, donde nadie se sienta solo, y todos nos sintamos acogidos. Esta es la cuestión de fondo.
Las víctimas de la exclusión continúan siendo las personas más débiles, más frágiles. Realmente cuesta entender cualquier evasiva, puesto que son muchas más las cosas que todas las personas tenemos en común que las que nos diferencian. Las sociedades debieran ser más empáticas, sobre todo a la hora de interesarnos los unos por los otros, donde nadie debería sentir superioridad alguna sobre sus semejantes.
En efecto, la cuestión fundamental no es la aportación psicológica ante un ser que nos pide ayuda, sino el acompañamiento, el ponernos en el lugar del otro y saber lo que siente o incluso lo que puede estar pensando; pero cuidado, así como no es lícito apropiarse de los bienes de otro o atentar contra su integridad corporal sin su consentimiento, tampoco ha de estar permitido entrar contra su voluntad en su ámbito interior.
Por consiguiente, la apuesta de una ayuda humanitaria anímica será efectiva en la medida que sintonice con la persona que nos pide apoyo; sin obviar que la persona normal, cuando utiliza como debe las energías interiores que están a su disposición, es capaz de vencer cualquier dificultad. Nos lo recuerda el mismo refranero: Querer es poder. En última instancia, todo tiene arreglo. Indudablemente, llegado a este punto siempre hay que respetar la individualidad del ser humano.
Cada uno es como es, con su personalidad y actitudes. En consecuencia, a lo mejor no es necesario hacer nada, simplemente estar presente o dejarle que se halle la persona misma consigo mismo. Lo que es evidente que las circunstancias actuales nos exigen salir de la penumbra, levantar vuelo humano, siendo más conscientes de que una mente saludable siempre tiene solución para cualquier problema que se le presente. La mejor manera de levantar el ánimo, ante cualquier desdicha, pasa por respetar la autonomía de la persona, ofreciéndole un enfoque de recuperación que inspire esperanza y realmente le apoye a conseguir sus objetivos y aspiraciones.
Sabemos que por el estado de ánimo alegre nos hacemos jóvenes y hasta nos embellecemos. A veces me pregunto, ¿cómo callar las tristezas ó, al menos, cómo aminorarlas. Qué difícil se nos hace cultivar lo armónico en nuestra propia existencia. Ciertamente, el desconsuelo nos impide tantas veces vivir, que parece que nos han robado la vida. Frente a los mil atropellos que sufren moradores por todo el planeta, no podemos permanecer pasivos, tampoco podemos echarnos atrás, hay que caminar con los que sufren, vivir con los que resisten y sobrellevan la angustia, darles aliento, tutelar su dignidad, ser su voz y también buscar su bien.
Pensemos que cualquier ser humano ha de estar en el centro de todo, habite donde habite, y con él hemos de estar, estimulándole hacia el espíritu del bien colectivo. Desde luego, la vocación humana al desarrollo ayuda a buscar la promoción de toda la ciudadanía y de todo ciudadano. Lástima que la irresponsabilidad, en ocasiones, nos lleve por otros caminos que para nada nos revierte en concordias.
Felices los valientes, los que saben renacerse y rehacerse con ánimo parejo de la derrota o de las palmas. Al fin y al cabo, nuestra recompensa siempre se halla en el esfuerzo que pongamos. Todo es resultado del valor injertado, conocedores de que cuanto mayor es el trance, mayor también será la gloria.
Víctor Corcoba Herrero/ Escritor
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