El mundo presencia la guerra más peligrosa de este milenio, la cual, en gran parte, se ha producido porque Kiev ha alentado a bandas armadas hitlerianas.
Ucrania se ha convertido hoy en el único país del planeta en el cual el Estado impulsa y financia un batallón que abiertamente reivindica a nazis y que usa sus símbolos y métodos de tortura y de limpieza étnica.
Este es el “Regimiento Azov”, el mismo actúa en Mariupul, la principal ciudad costera del mar que lleva tal nombre y del Donbás. Sus integrantes saludan levantando la mano como fascistas, su símbolo es el “Wolfangel” que empleaban divisiones de las SS de Hitler y su ideología se basa en la limpieza étnica de los rusos.
Según las repúblicas prorrusas de dicha región al sudeste de Ucrania, las bandas nazis que componen a dicho regimiento son responsables de haber matado a muchos civiles solamente por ser ruso-hablantes. También les acusan de causar que no se permita la evacuación de civiles a quienes buscan utilizar como escudos humanos contra el avance de las milicias ruso-ucranianas locales y del ejército ruso.
El Gobierno ucraniano, por su parte, trata a dicho batallón como héroes. Inicialmente, los consideraron como parte de las patrullas de tareas especiales de la policía y de los batallones regulados y financiados por el Ministerio del Interior, y luego le ascendieron de rango para ser considerados un regimiento de la Guardia Nacional. Pese a que varios congresistas de EEUU han querido incluir a este regimiento y a otros destacamentos armados nazis en Ucrania dentro de la lista de organizaciones terroristas, para Kiev sus acciones han sido imprescindibles para lograr recapturar en 2014-15 a unos 2/3 del territorio de las separatistas repúblicas de Donetsk (donde Mariupul es el principal puerto y su segunda ciudad) y de Luhansk, las cuales conforman la macro-región del Donbás.
La verdad es la primera víctima
Mientras la BBC habla de que a 2 semanas de la guerra hay unos 1,200 civiles muertos en dicho puerto (lo que implicaría la cifra mayor de bajas no militares en esta guerra), no se detalla quién es el responsable de la mayor parte de esta tragedia. Mariupul es la segunda urbe de la autoproclamada república popular ruso-hablante del Donetsk, cuyo Gobierno denuncia que las fuerzas armadas ucranianas y sus grupos nazis afines son responsables de la mayor parte de las atrocidades que desde el 2014 han quitado la vida a 14 mil civiles, muchos de ellos asesinados bajo tortura o decapitación, así como de haber ocupado 2/3 de territorio del Donbás.
En toda guerra lo que primero muere es la verdad. Esto viene pasando en este conflicto donde en Inglaterra (donde me encuentro) y Europa la TV rusa está eliminada de los sistemas de cable, YouTube o redes sociales y donde toda la información se basa en presentar a Vladímir Putin como un despiadado agresor que ha invadido a una pacífica democracia para eliminar su derecho a la autodeterminación nacional.
El 8 de marzo, cuando el mundo recordaba el día de la mujer, el Parlamento británico, por primera vez en su historia, permitió que el Presidente de una república en guerra se dirija directamente a esta vía pantallas gigantes. A Ucrania se le ha presentado como la mujer inocente que es víctima de las palizas y el abuso de su vecino macho y prepotente. Casi todos los 650 miembros de la Cámara de los Comunes le recibieron a él llevando cintas o emblemas ucranianos en sus pechos y ovacionándolo de pie. Volodímir Zelenski, quien habla perfecto el inglés, prefirió comunicarse en ucraniano (para darle mayor autenticidad y permitir que los traductores hagan su trabajo), lengua en la cual parafraseaba a Churchill y a Shakespeare, para apelar a los británicos.
En muchos de los pueblos más chicos del Reino Unido se pueden encontrar banderas ucranianas y se presenta a esta nación como la víctima de un brutal ataque que debe ser parado a toda costa. La visión que hay en Reino Unido es muy distinta a la que hay dentro de mucha gente de Latinoamérica y de varios pueblos del “Tercer Mundo”.
En el Sur hay mucha gente que simpatiza con Rusia porque creen que esta le está conteniendo a una OTAN que antes ha invadido y destrozado Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia o Siria, y a EEUU como promotor de la mayor cantidad de invasiones, bombardeos y golpes militares en las Américas y el planeta. En cambio, el grueso de los británicos se identifican con los EEUU, con quienes comparten orígenes, cultura e idioma, y con Ucrania, al cual ven como otro pueblo europeo víctima de un prepotente invasor.
Esta guerra, por su parte, viene siendo apoyada por TODAS las bancadas parlamentarias. Para el Primer Ministro Boris Johnson esta le ha permitido que la población se olvide de que hace algunas semanas muchos pedían su cabeza por haber desobedecido sus propias órdenes de guardar la cuarentena durante la pandemia. Ahora él aparece como el paladín de la unidad europea y occidental contra Moscú y ese día en el Parlamento dijo que era hora de unirse todos para poner a un lado sus diferencias.
Para el Líder de la Oposición, el laborista Sir Keir Starmer (quien, según el sistema británico, actúa como una suerte de “Primer Ministro en la sombra”), este conflicto le posibilita aplastar a su principal rival (el cual no son los conservadores, sino el ala izquierda de su partido, a cuyo exlíder, el socialista Jeremy Corbyn, y a sus asociados, él quiere purgar). Cualquier parlamentario laborista que se atreva a proponer una moción contra la OTAN corre el riesgo de ser expulsado, por lo que todos ellos han debido bajar la cabeza.
Los parlamentarios nacionalistas de Escocia, Gales e Irlanda del Norte se han unido al coro pro-ucraniano por su solidaridad ante toda nación europea agredida por una potencia, aunque ello va a implicar fortalecer el sentimiento pro-unidad del Reino Unido contra los intentos del Gobierno de Edimburgo de ir pronto a un referéndum sobre la independencia.
Mientras en Inglaterra y Europa solamente se permiten canales que muestren a los rusos como unos brutales invasores, en Rusia, por su parte, muchos medios occidentales están censurados. La versión oficial allí es que Ucrania quiere volver a dotarse de armas nucleares y unirse a la OTAN con lo cual Moscú podría recibir el impacto de un misil atómico a 5 minutos de ser lanzado, y que Kiev ha venido librando una guerra de exterminio contra la población ucraniana ruso-hablante, la misma que ha conducido a eliminar al ruso como idioma cooficial y a que miles de civiles ruso-hablantes de las 2 regiones del Donbás (las que en 2014 se proclamaron como independientes) hayan sido masacrados y sus pueblos están bajo constantes bombardeos e incursiones militares.
Durante los últimos años la media rusa ha venido denunciando todas esas violaciones a los derechos humanos y a la autodeterminación nacional. Esta ha presentado a Kiev como un Gobierno que masacra a sus propios habitantes por querer la independencia o por hablar en ruso, y son numerosos los reportajes en los que se han destapado la existencia de hospitales, escuelas, fábricas, minas y viviendas demolidas, así como de fosas comunes.
Todas estas denuncias han caído en saco rato en muchos medios occidentales. En uno de los debates del Parlamento británico, un legislador del oficialismo conservador sostuvo que las aseveraciones de Moscú acerca de la agresión a los ciudadanos ruso-hablantes en Ucrania le hacían recordar a las quejas que hacía Hitler de la situación de los germanos en los sudetes checos (lo que condujo a su anexión), aunque, entonces, los hablantes de alemán en esas tierras no eran víctimas de guerras, bombardeos o limpiezas étnicas.
Nos encontramos ante un conflicto donde las versiones son tan dispares que es difícil generarse una opinión certera. Por ejemplo, al día 14 de la guerra los datos oficiales del Gobierno de Ucrania hablan de 300 tanques enemigos abatidos y de 12,000 soldados rusos muertos. Esta última cifra implica casi mil militares eliminados por día, una cantidad varias veces mayores a las de las bajas ucranianas (y hasta 10 veces mayor a las que Moscú reconoce). Esto último, a su vez, implicaría que los “invasores” son un ejército muy preocupado por los civiles que conquista, pues prefiere a que se mueran sus efectivos antes que a sus atacados.
La desinformación se agrava por los fuertes elementos de censura que en uno y otro bando se viene produciendo. Y, mientras la OTAN presenta a Rusia como el agresor y Rusia presenta a la OTAN como el agresor a quien se le ha frustrado avanzar, hay dos grandes sectores que pagan la cuenta.
Por un lado, están los casi 50 millones de habitantes de Ucrania y de sus antiguas regiones separatistas, los mismos que sufren los bombardeos o el desplazamiento de al menos 2 millones de personas. De otra parte, están los pueblos del mundo, pues esta guerra está haciendo elevar los precios del gas, el petróleo y todos los demás productos. Y, todo ello, justo cuando salimos de la pandemia y los distintos Gobiernos requieren implementar políticas de ajuste para recaudar los fondos destinados a hacer frente a las cuarentenas, las vacunaciones y la baja industrial producida por el Covid.
Quien quiere encontrar mayor información sobre los paramilitares nazis en Ucrania en la prensa occidental va a tener que rebuscar demasiado, pues es un tema que es intencionalmente “olvidado”. Recientemente, participé en un seminario sobre Ucrania del “Economist”, el semanario más completo en habla inglesa, y cuándo les pregunté a sus editores sobre los nazis que operan en ese país, mi inquietud fue 100% ignorada.
Cuando en mi Facebook coloqué una foto del batallón Azov y los denuncié como hitlerianos, esta red me ha suspendido, pese a tener más seguidores en esta que la actual presidenta del Congreso peruano. Por increíble que parezca, Facebook permite que el “Azov Batallion” tenga una página con ese mismo nombre en su sistema, pero ha excluido de este a todo medio televisivo ruso.
El nazismo ucraniano en la II Guerra Mundial
El símbolo del Regimiento Azov es el “Wolfsangel”, exactamente el mismo que durante la II Guerra Mundial (1939-45) utilizó la II División Panzer Das Reich de las SS. Las SS eran el cuerpo de elite que Hitler utilizaba contra sus enemigos y para exterminar a millones de judíos y eslavos. La II División Das Reich fue muy activa en Ucrania donde reclutó a varios nacionalistas locales antisoviéticos. Esta participó en numerosas masacres en toda Europa (desde Dunkerke, contra la evacuación de las tropas occidentales en barco hacia Inglaterra 1940 hasta las invasiones de Yugoslavia, Grecia y Rusia de 1941). Estuvieron en batallas como la de Yelna de 1941, que inició el avance de Hitler contra la URSS o la de Moscú. Participaron en la batalla de Járkov (la segunda ciudad de Ucrania, la misma que hoy es escena de un fuerte enfrentamiento) y en la de Kursk (donde, por primera vez, los rusos y ucranianos unidos contuvieron el avance alemán). Millares de civiles fueron asesinados por esa división de las SS, desde Francia hasta Ucrania, incluyendo alrededor de un millar de judíos de Minsk, la capital de Belarús.
Para progresar en sus ofensivas militares, Hitler había impulsado bandas locales nazis de croatas, lituanos, letones, estonios o ucranianos a quienes les prometía que él los iba a liberar del “yugo” de Belgrado o de Moscú para que conformasen repúblicas fascistas independientes. Dichos “ejércitos de liberación”, como les gustaban ser llamados, se caracterizaron por una extrema brutalidad contra sus compatriotas que no querían colaborar con los invasores (por sus conocimientos de la población local estos eran particularmente despiadados), contra otros eslavos que no les apoyaban y contra los judíos a quienes mataban en el acto o trasladaban a los campos de concentración y exterminio de las SS.
El más famoso ucraniano que colaboró con la invasión germana fue Stepán Bandera (1909-1959), cuyo retrato es uno de los más vistos en numerosas marchas en Ucrania, sobre todo durante el levantamiento de febrero 2014, el mismo que depuso a un Gobierno constitucional del Presidente electo Viktor Yanukovych. Mientras Occidente denomina a este acontecimiento como la “revolución de la dignidad”, sus opositores le tildan de haber sido un golpe derechista impulsado por EEUU y la Unión Europea.
Bandera ingresó desde muy joven en la Unión por la Liberación de Ucrania (ULU), una organización terrorista nacida en 1914 en su Galicia natal. En 1934, a sus 25 años de edad, él fue sentenciado a la pena de muerte por haber orquestado el asesinato del ministro del interior polaco Bronisław Pieracki, pero su pena fue cambiada por la de la cadena perpetua. Cuando en 1939 los nazis ocuparon Polonia le liberaron y él se fue a vivir a Krakovia, la ciudad sede de la administración alemana de dicho país.
Bandera ofreció sus servicios a Hitler para luchar contra los soviéticos. Él organizó unos 7 mil “grupos móviles” de la ULU para avanzar junto a las tropas nazis desde la Polonia ocupada hacia Ucrania. En 1942 la ULU creó el Ejército de Liberación de Ucrania (UPA, por sus siglas en ucraniano), la cual combatía junto a los nazis contra los soviéticos y se dedicaba a arrasar poblaciones nativas de polacos, rusos o bielorrusos de territorios que esta quería que pasasen a conformar una Gran Ucrania. Su bandera bicolor negra y roja sigue siendo utilizada por la ultraderecha ucraniana y varios de sus grupos paramilitares.
En sus escritos él demandaba la limpieza étnica y el exterminio de judíos, polacos, “moskali” (ucranianos ruso-parlantes) y de los ucranianos cuya lengua nativa no se fuese el ucraniano. Bandera quería una gran Ucrania “pura”, así como Hitler quería una gran Alemania “pura”. Debido a que grandes pedazos de la Ucrania reclamada por Bandera hablan otros idiomas (como el ruso, polaco, belaruso, rumano, tártaro, yiddish, etc.), su estrategia “mono-étnica” condujo a terribles masacres, como las de Volhinya (región hoy repartida entre Polonia, Belarús y Ucrania) o Galicia. Se estima que alrededor de 100 mil civiles polacos, judíos, bielorrusos y rusos fueron asesinados por los banderistas en todas estas regiones.
Bandera fue al autor de la declaración de la independencia de Ucrania en junio 1941, en el mismo mes en el cual Berlín comenzó la “operación Barbirroja” para capturar todo el oeste soviético. Su centro operativo estaba en territorios ocupados por los nazis, de los cuales recibieron 2,5 millones de marcos para sus actividades armadas contra los soviéticos. Bandera escribió que deberían “trabajar muy cerca de la Gran Alemania nacional-socialista, bajo el liderazgo de su líder Adolf Hitler, el cual está formando un nuevo orden en Europa y el mundo y está ayudando al pueblo ucraniano a liberarse él mismo de la ocupación moscovita”.
A pesar de sus intentos de ser peones de Hitler, Berlín llegó a chocar con los banderistas cuando estos no se les supeditaban, razón por la cual su líder llegó a estar arrestado en algún momento. En 1944 él fue liberado por los mismos captores nazis para infiltrarse en Ucrania para combatir a los soviéticos. Sus huestes siguieron creando problemas a la URSS hasta varios años después del fin de la II Guerra Mundial, donde algunos reportes indican que desde sus bases en el oeste ucraniano y en los montes Cárpatos produjeron una gran cantidad de soviéticos muertos, a una escala similar al que 3 décadas después tendría esta misma potencia al invadir Afganistán.
Sobrevivientes del holocausto nazi
Aún hoy hay muchos iberoamericanos cuyas familias fueron exterminadas por los nazis en dicha guerra. La mayoría de los 15 millones de judíos vivos de hoy tienen ancestros asesinados por Hitler o por sus aliados locales, quienes planteaban que la “solución final” era acabar con la mayor minoría etno-religiosa de la Europa de entonces.
En el caso peruano es posible que parte de la familia del expresidente Pedro Pablo Kuyczynki haya muerto en dicho conflicto. De lo que sí tenemos certeza es de que un alto porcentaje de los judíos de Lima provienen del oeste de Ucrania o de las zonas adyacentes de Polonia y Rumanía.
Hay dos antiguos primeros ministros peruanos (Efraín Goldemberg y Salomón Lerner) quienes han tenido ancestros judíos asesinados en Ucrania en los cuarentas. En mi caso particular, mi abuelo materno, José Lerner, nació (según se indica en su tumba) en Hotin (Ucrania) y sé que su madre Lehi, su hermana mayor Liova y sus sobrinas Rebeca y Brana, entre otros tantos parientes y allegados suyos, fueron ejecutados al este del río Dnieper, en la actual Ucrania. Estas dos últimas, cuentan muchos de mis parientes, fueron sometidas a sádicos experimentos humanos por ser gemelas. Toda mi familia materna que se quedó en esa región fue exterminada, por lo que hoy ya no tenemos a nadie en Ucrania o Moldavia.
Los soviéticos trataron de proteger a sus ciudadanos judíos, pero muchos de los que fallecieron en el holocausto provenían de reinos que no eran parte de su Estado. Numerosos judíos, incluyendo parientes míos, participaron en el ejército soviético, el cual liberó varias de estas zonas y a casi todos los campos de concentración y exterminio.
Los nazis ucranianos, rumanos y húngaros que combatían junto a las tropas germanas fueron claves en organizar o facilitar dicho holocausto.
Ihor Miroshnychenko, uno de los dirigentes del movimiento que derrocó al Gobierno constitucional del 2014 y que abrió las puertas a la actual guerra interna contra la minoría ruso-hablante del este de Ucrania, llegó a acusar a la célebre actriz ucraniano-americana Mila Kunis de no ser ucraniana sino “zhydivka” (un término antisemita peyorativo contra los judíos).
Llama la atención de que el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, si bien es de origen judío, siga trabajando con estos grupos. En la medida en que buena parte de la población yiddish de Ucrania ha muerto o emigrado y se ha reducido, el racismo de los nazis locales no va encaminado contra ello sino contra los ruso-hablantes. De otro lado, Zelenski, al igual que los mandatarios de la OTAN e Israel, conciben que el enemigo principal es Vladímir Putin, contra el cual hay que aliarse hasta con tirios y troyanos.
La bandera de Bandera
Cuando las potencias occidentales derrotaron a Hitler en 1945, estas supieron atraer a numerosos movimientos nacionalistas pro-nazis que operaban en los territorios que habían ido a parar a la URSS o al Pacto de Varsovia. Bandera se refugió en la Alemania occidental, donde coordinaba estos en una unión de movimientos antibolcheviques. Tras haber colaborado con la GESTAPO nazi, Bandera pasó a hacer lo mismo con el MI-5 británico y con la CIA norteamericana. En octubre 1959 la KGB lo asesinó con veneno en Múnich, donde inicialmente fue sepultado.
Hoy sus restos han sido transferidos a Lvov, donde en el 2007 dicha ciudad, la principal de la Ucrania occidental, le erigió un monumento. Dos años después, en 2009, durante su centenario de nacimiento, la nueva república de Ucrania imprimió estampillas con su nombre y figura. En 2014, en ocasión al 105 aniversario natal de Bandera, 15 mil personas marcharon con sus retratos en Kiev y otros millares en Lvov.
Un enorme retrato de Bandera fue colocado en el frontis del local central del movimiento que comandó la insurgencia del Euromaidán de febrero 2014. Uno aún más descomunal dominaba la tribuna donde estaba la barra del equipo de Lvov en un partido contra el de Donetsk, como diciendo que están con los nacionalistas que quieren que solo se hable ucraniano contra los traidores cuya lengua materna es el ruso.
A 110 eneros del nacimiento de Bandera, su nieto y tocayo, Stepán Bandera, aceptó el galardón que el Presidente de Ukrania, Viktor Yushchenko, le dio como “héroe de Ucrania” por “defender las ideas nacionales y batallar por la independencia de un Estado ucraniano”. Esta ceremonia se dio en el día de la Unidad Nacional de Ucrania del 2010 en la Ópera Nacional de Ucrania.
Los millares de manifestantes que llevan los retratos de Bandera pertenecen a grupos ultraderechistas como “Svoboda” (“Libertad” en ucraniano). Este nombre, similar al que tuvo el movimiento peruano de Vargas Llosa en 1989, se dio para abandonar su apelativo inicial que era el de ser “partido nacional-social” ucraniano, todo con el fin de tapar su origen “nacional-socialista” (nazi).
Svoboda llegó a sobrepasar el 10% de los votos en las elecciones parlamentarias de octubre 2012 y luego en la insurgencia anti-izquierdista que depuso al Gobierno constitucional de febrero 2014, este partido llegó a tener 3 ministros en el nuevo gabinete. Su militante Oleksandr Sych ocupó la cartera de vice-Premier. Esta era la primera vez en la Europa de la postguerra en la cual un movimiento fascista que reivindicaba a escuadrones de la muerte pronazis de la II Guerra Mundial, lograba entrar a un Gobierno.
Si bien, luego Svoboda perdió peso electoral y cargos en el Gobierno, los grupos paramillitares nazis fueron incorporados a las fuerzas armadas o policiales del nuevo régimen ucraniano post-2014.
A partir de ese golpe anticonstitucional, la derecha aliada a la ultraderecha llegó al poder en Kiev y desde allí iniciaron una ofensiva contra los sindicatos, las izquierdas y los ruso-hablantes. El Partido Comunista, que era el más grande de todos, fue proscrito, al igual que otras formaciones de izquierda; los monumentos a los héroes de la revolución soviética e incluso muchos de la resistencia antinazi fueron demolidos; y el ruso fue eliminado como idioma cooficial (pese a que 1 de cada 5 a 6 ucranianos lo habla como idioma materno y la gran mayoría lo entiende).
Mientras la izquierda era proscrita, el nazismo era tolerado y hasta financiado e incorporado a las instituciones armadas oficiales.
El giro hacia la ruso-fobia condujo a que varias regiones de Ucrania, donde la inmensa mayoría de sus habitantes hablan como primera lengua al ruso, organizasen referéndums por la independencia. En Crimea, Luhansk y Donetsk ganó ampliamente el sí a la separación de Ucrania, lo cual condujo a la primera intervención militar rusa. Moscú volvió a anexarse a la península ucraniana (la cual hasta 1956 había sido parte de su Federación), mientras que se constituyeron las “repúblicas populares” de Luhansk y Donetsk, en el sudeste de Ucrania, las cuales solamente serían reconocidas como tales por el Kremlin el 21 de febrero 2022.
Kiev, en vez de aceptar los resultados de dichos plebiscitos (o de organizar unos nuevos), ha tildado a los separatistas de ser “terroristas”, con lo cual se ha justificado una brutal guerra, donde el gran perjudicado ha sido la población civil del Donbás, donde se habla de hasta 14 mil muertos en 8 años de conflicto.
En la guerra contra la población civil ruso-hablante del Donbás se han distinguido grupos nazis como el Regimiento Azov. Diversos reportajes de Russian TV muestran fosas comunes, cadáveres decapitados, nucas cortadas y demás carnicerías.
Para Moscú eso es un sinónimo de “genocidio” pues la población civil ruso-parlante es sometida a intentos de liquidarla por parte de un Estado mucho mayor y mejor armado, así como por el Regimiento Azov y otros grupos nazis.
Nacionalismo excluyente
Llama la atención el contraste que hay entre cómo el actual régimen ucraniano destaca el rol del nazi Bandera y oculta por completo el de otros héroes ucranianos que también lucharon por un Estado independiente en lo que hoy es Ucrania. Por ejemplo, Kiev no hace homenaje, museo o estatua alguna para Néstor Makhno (1888-1934) quien durante la guerra civil rusa (1918-21) erigió en Ucrania el mayor “Estado” anarquista que haya conocido el mundo (y cuya sede estaba en las costas del Mar Azov donde hoy actúa el referido regimiento nazi), como tampoco al de otro ucraniano que derrotó ese levantamiento y que fue el gestor del Ejército Rojo (León Trotzky). Este último, en su lucha contra José Stalin, planteó a fines de los 1930 el unificar a los distintos territorios ucranianos que estaban dentro y fuera de la URSS en una “Ucrania independiente, unida y socialista”.
Tampoco nadie quiere hablar del reino de Jazaria, uno que se dio en Ucrania entre los siglos VII y XI, el cual llegó a tener 3 millones de kilómetros cuadrados y era, junto al imperio chino, el mayor Estado del planeta de entonces. Esto último, debido a que su religión oficial era la judía, algo que incomoda tanto a los ortodoxos cristianos (que les hace ver como “recién llegados”) como a los sionistas pro-Israel, quienes quieren presentar a todos los judíos del mundo como descendientes directos de los de las tierras bíblicas, y por ende quieren dejar en el olvido a millones que conformaron otros reinos judaicos en otras partes del mundo durante el medioevo. En mi caso, como descendiente de judíos de Ucrania y de sus alrededores, me siento orgulloso de tener potenciales raíces en Jazaria y quisiera que haya más excavaciones arqueológicas e investigaciones sobre esa civilización tan extensa en tiempo y superficie, la misma que tanto se quiere ignorar.
El actual nacionalismo que domina a Kiev no se basa en uno que reivindica a todas las sangres que han conformado ese territorio (por el cual han pasado tantos pueblos desde el este al oeste, y de dónde emergió el primer Estado ruso), sino en uno excluyente e influenciado por la extrema derecha. Además, el actual Gobierno ucraniano quiere potenciarse convirtiéndose en una avanzada de la OTAN y de la Unión Europea (a la cual Zelenski ha pedido que acelere la inmediata integración de su país) contra Moscú, lo cual ha generado confrontaciones.
Hoy, el pueblo ucraniano es una víctima de la pugna entre la mayor alianza militar de la historia (OTAN) contra la república más extensa que hay y la que más armas nucleares tiene (Rusia). Sería una gran tragedia que este conflicto se alargue y que se multiplique la cantidad de muertos, de casas, edificios, puentes y caminos arrasados, y de millones de desplazados. Más peligroso es que en esta guerra alguien pudiese apretar el botón nuclear generándose la primera hecatombe atómica de la humanidad.
Una posible solución al conflicto pasa necesariamente por eliminar y proscribir a los grupos nazis y a todos aquellos que promueven las limpiezas étnicas y el racismo. El Reino Unido se jacta de ser el mayor aliado de Ucrania, por lo que, si fuera consecuente, debiera aconsejarle que siga su ejemplo.
En las islas británicas, menos del 1% de sus habitantes habla el galés como su idioma de casa, pero esta lengua (que en Inglaterra es mucho menos hablaba que el castellano) es oficial para todo trámites o asunto del Estado. Cuando en el 2014 Escocia pidió un referéndum por la independencia se le otorgó este, el cual se dio sin un solo detenido y de manera 100% pacífica. En cambio, en Ucrania, más del 17% de sus habitantes habla el ruso como su lengua materna y la mayor parte de sus ciudadanos le entiende. El ruso, que dejó de ser idioma cooficial, debiera retornar a tener el mismo status.
En el mismo año en el cual Escocia tuvo su referéndum por la independencia, 3 regiones de Ucrania tuvieron el suyo propio: Crimea, Donetsk y Luhansk. En todos estos ganó ampliamente la independencia. Kiev, al igual que Londres, debiera reconocer esos resultados o, en su defecto, llamar a un nuevo plebiscito con supervigilancia internacional. En vez de haber hecho eso desconoció los resultados, tildó a todos los pueblos que votaron por la separación como terroristas, armó a nazis en contra de ellos y produjo miles de muertos.
Un tema clave es el de la OTAN. Irlanda se escindió del Reino Unido y decidió no reconocer a la corona y convertirse en república. En las 2 guerras mundiales los nacionalistas irlandeses no apoyaron a los británicos. Hoy la República de Irlanda no es parte de la Mancomunidad Británica de Naciones y es el único Estado independiente al oeste de Suiza en no querer integrar a la OTAN. Si Dublín decidiera hacer una alianza militar con Moscú e instalar misiles nucleares en su territorio, ni Londres ni París lo permitirían.
La mayor garantía para la paz en el este europeo es que Ucrania adquiera el mismo status neutral que lo tienen Irlanda o Suecia (que son parte de la UE) o Suiza y Noruega (que son parte del Acuerdo Económico Europeo).
Lo que hoy estamos viendo es una lucha por arrinconar y castigar a Rusia, algo que puede salpicar a todo el mundo. Alemania y el centro europeo dependen de la energía rusa. La espiral guerrera y las sanciones van a hacer que encarezcan los hidrocarburos, los productos y el costo de vida. Además de los muertos por la guerra en Ucrania, vamos a tener allí y en otras partes del planeta muchos que mueran como efecto del avance de la carestía, la escasez y la pobreza.
Isaac Bigio
Politólogo economista e historiador con grados y postgrados en la London School of Economics & Political Sciences.