Aunque su origen está situado en el año 1992, atribuido al dramaturgo serbio-estadounidense, Steve Tesich, no es sino hasta mediados del 2016, cuando el término de la posverdad o mentira emotiva, cobra notoriedad en medio de las turbulentas y polarizadas elecciones presidenciales de los Estados Unidos de América (USA), en donde resultó electo el presidente Donald Trump.
La posverdad, define un fenómeno sociológico que describe o revela el drama que afecta a la política global del siglo XXI, bajo cuya nefasta influencia, los hechos objetivos tienen menor relevancia que las apelaciones a emociones y creencias de los individuos cuando se trata de formar una opinión pública, incurriendo en manipulaciones para distorsionar su razonamiento.
Por eso, cuando ponemos en contexto, las circunstancias que determinan un resultado en algunas encuestas preelectorales, tratamos igualmente de examinar cómo funciona el neologismo de la posverdad, para entonces comprender mejor un escenario que, intrínsecamente, describe lo sucedido detrás de las actuaciones “neutrales” de sus promotores.
La teoría de la posverdad, aplicada al manejo inescrupuloso de la información, ilustra un esquema de perversión que contrasta con la búsqueda de la imparcialidad, al utilizar una herramienta de orientación pública para corromper la verdad, estableciendo una mentira construida con argumentos falsos que son forzados a encajar dentro de la psique del ciudadano.
Para evitar que se prostituya o contamine el proceso que sirve como termómetro de la campaña electoral, la Junta Central Electoral (JCE), acreditó un número importante de empresas dedicadas a realizar sondeos de opinión, las cuales, debían operar bajo ciertas condiciones profesionales para garantizar una información con resultados diáfanos, creíbles y transparentes.
Sin embargo, contrario al comportamiento que debería exhibir una empresa comprometida con un correcto servicio de orientación a la población, diariamente, se publican encuestas cuyas informaciones se contradicen entre sí, poniendo en evidencia un esquema corrompido de desinformación generalizada que desdice bastante del criterio para el cual, fueron debidamente acreditadas.
En lugar de servir al proceso de formación de las ideas, orientadas a construir una voluntad popular genuina, varias empresas encuestadoras de las establecidas en el país, han actuado de manera cínica e irresponsable, incluso, elaborando guiones prediseñados para proyectar tendencias ficticias que buscan posicionar a determinados candidatos como una manera de reconfigurar la perspectiva inconsciente del electorado.
La encarnizada guerra desatada por posicionar a determinados candidatos en la preferencia del electorado nacional, ha desnaturalizado la norma ética que rige al proceso de investigación, dañando su integridad, sin reparos ni miramientos, y arriesgando su prestigio mediante un acto doloso, servido al mejor postor como un simple instrumento de promoción electorera.
En el fondo, algunas encuestas parcializadas, pretenden modificar la percepción del votante respecto al resultado final de las elecciones, generando un efecto pernicioso que busca cambiar su comportamiento e inclinarlo por quien “se supone que va arriba”, lo cual, indica que, las encuestas, están siendo instrumentadas como mecanismo disuasivo, a razón de su capacidad para impactar en la orientación del voto, motivando al simpatizante desalentado y desincentivando al contrario dudoso.
En efecto, la premeditada distorsión de la voluntad popular que está siendo inducida por encomienda expresa de los partidos políticos, debe motivar para que, luego de concluido el presente proceso electoral, la JCE, aplique reformas profundas en su mecanismo que regula a las empresas encuestadoras, imponiendo severas sanciones, conforme un régimen de consecuencias que castigue de manera ejemplar a quienes incurren en ese despropósito.
Esto de ninguna manera quiere decir que, ahora, la realidad se impondrá por sí sola y que, finalmente, el rechazo a las encuestas, terminará creando conciencia por sus propios medios. ¡No!. La idea en cuestión, sería tan ingenua como la pretendida por quienes promueven encuestas falsas, porque es claro que la información que genera, distorsiona e invierte la realidad, aunque no se puede ignorar que la forma de la conciencia no tiene vida propia, ni puede auto sustentar su desarrollo sin que exista un instrumento de motivación.