Thursday, November 14, 2024
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LA PRISIÓN DEL CANTANTE FELIPE PIRELA EN SANTO DOMINGO

El jueves 23 de mayo de 1968 fue arrestado a las 7:15 de la noche, mientras salía de la emisora Radio Radio de la zona Colonial de Santo Domingo, el popular cantante venezolano Felipe Pirela, acusado de haber estropeado -manejando un carro Fiat color verde obscuro, la noche anterior- a un joven de 23 años de edad, llamado José Adolfo Hernández Sosa, en los alrededores del área de diversiones de Güibia, en la avenida George Washington, de la Capital.

“El Millonario de Zulia”, como se le llamaba en Venezuela por su éxito en la canción romántica, fue encerrado en una celda del Palacio de la Policía y luego trasladado a otra en el Palacio de Justicia de Ciudad Nueva, presumiéndose que fuese el autor directo de ese accidente, causante del internamiento en la clínica Doctor Gómez Patiño del joven referido, quien fue operado de emergencia de su pierna derecha, la cual presentaba seis fracturas entre la tibia y el peroné, además de otras lesiones en el codo de su brazo derecho, en su clavícula y el sacro, que proyectaban con certeza -según el  primer diagnóstico médico- que se mantendría en cama largo tiempo con lesiones físicas notorias.

Mucha gente estuvo sorprendida con esta triste noticia, pues nadie esperaba que un cantante que había escalado lo más alto del pedestal de la música, convirtiéndose en el ícono del bolero, asociase su nombre a un lamentable accidente automovilístico en Santo Domingo, aunque sus seguidores conocían que en ese instante tenía cinco semanas en el país, donde estaba por segunda vez, puesto que el año anterior había agotado una exitosa jornada de actuaciones artísticas en varios centros recreativos de Santo Domingo; recordándose sus impactantes recitales en el cine-teatro Olimpia y el cine Trianón, donde reunió un gran público de clase media y pobre, que escuchó su voz inconfundible, melodiosa  y penetrante; rindiéndose a sus pies al término de cada función, aclamándolo de modo vibrante, y gritando repetidamente  -con insistencia-: “¡Otra…otra…otra!”, para que volviese a interpretar sus canciones más conocidas, en medio de una extendida manifestación de alegría, ovaciones y firma de autógrafos.

Nuestro buen amigo José Vargas González, que lo vio en el cine-teatro Trianón, que era entonces famoso al aire libre y que estaba situado en la avenida Teniente Amado García Guerrero esquina calle París, en la zona limítrofe entre los sectores geográficos de Villa Consuelo y Villa Francisca, nos ilustró señalando que la actividad allí fue a casa llena, pues el lugar estuvo abarrotado por un público concurrente, procedente en su mayoría de las barriadas citadas, que se deleitó, disfrutó y gozó con cada una de sus interpretaciones.

Vargas González estuvo allí y fue testigo al igual que nuestro dilecto amigo, el periodista y fotógrafo Valentín Pérez Terrero, de aquella euforia que todavía hoy en día se recuerda entre los habitantes de esos sectores, quienes mencionan con nostalgia dicho acontecimiento, porque tuvo sin duda un impacto memorable en la juventud de la Capital.

Ahora el “Bolerista de América”  estaba  de nuevo en Santo Domingo, de vacaciones, con el deseo de disfrutar de un merecido descanso, luego de una intensa gira de tres meses por diversos escenarios de la ciudad de Nueva York, y de una reciente presentación artística en el hotel El Embajador, que según dijo había sido un obsequio a las madres dominicanas, en la proximidad de la celebración de su día. También tuvo un par de apariciones en un programa meridiano de farándula por la estación de TV oficial, Radio Televisión Dominicana, para luego caer atribulado en esta inesperada contrariedad que dañaba su sueño de recreo en la “Ciudad Primada de América” y que ponía en peligro incluso la posibilidad de volar de inmediato a Puerto Rico a cumplir compromisos profesionales.

Felipe Pirela tenía una numerosa fanaticada que le daba seguimiento en el país a sus éxitos musicales y a su vida personal, desde que saltara a la fama como solista en 1961 con el pegajoso álbum musical “Canciones de  ayer y de hoy”, que contenía temas muy populares, entre los que citamos a “Terciopelo”, “Fue mentira” y “Enamorada”, los cuales fueron grabados cuando se desempeñaba como el solista principal de la orquesta de cuerdas del maestro Billo Frómeta,

La primera vez que escuchamos a conciencia a este célebre vocalista ya había abandonado la orquesta “Billo´s Caracas Boys”, de Frómeta, y su fama se había extendido por todo el continente americano, debido al éxito comercial de los boleros: “¿Quién tiene tu amor?”, “Entre tu amor y mi amor”, “Sombras nada más”, “El malquerido”, “Perdámonos” y “Pobre del pobre”. Eso fue en 1967, mientras estábamos junto a una linda nieta de doña Juana Lora, la esposa del empresario Rogelio Collado, subidos en  el Carrusel de una feria mecánica -con su Estrella y Sillita Voladora- que había sido instalada en un terreno baldío en la intersección de las calles Valerio y Mella del pueblo de Bajabonico -frente a la antigua Farmacia Flora-, aunque nunca nos ocupamos de preguntar de dónde provenía  el nítido sonido de la voz angelical que llegaba a nuestros oídos, sintiendo la sensación de una alucinación paradisíaca.

Era el bolerista de moda, por lo que luego oímos hablar bastante de él durante una plática abierta y espontánea entre jóvenes del pueblo, alrededor de los bancos del parque Sánchez, siendo el tema introducido por el joven Martín Rodríguez (Papi Quicio), quien era su fervoroso admirador (lo mismo que de los boleristas Javier Solís y Roberto Yanés), y nos quiso dar a conocer su vida, explicando el motivo de que hubiera calado tan hondamente en el gusto de un público cada vez más numeroso que exigía a los locutores de las emisoras locales -“La Voz del Atlántico”, “Radio Isabel de Torres”, “La Voz de la Libertad” y “Radio Puerto Plata”- que pusiesen sus canciones repetidamente; de manera que a nadie extrañaba en ese tiempo que cualquier chico imberteño estuviese por las calles tarareando sin cesar su celebrada melodía: “Quien tiene tu amor/ Ahora que yo no lo tengo/ Dime de quien es y quien se ha llevado tus besos/ Donde reinara el dulce mirar que no siento ya/Yo no sé porque te perdí sin quererlo…”

El joven expositor Martín Rodríguez era amante de la música y solía actuar como tenor durante las serenatas nocturnas que ofrecían los enamorados a las chicas del municipio de Imbert, interpretando una y otra melodía popularizada por Pirela, o por su artista preferido Roberto Yanés; y por eso su tenacidad en actualizarse en materia de arte, poseyendo un conocimiento cabal del origen de ese intérprete venezolano, que fue bautizado al nacer -el 4 de septiembre de 1941, en la ciudad de Maracaibo, estado de Zulia- con el nombre de Felipe Antonio Pirela Morón, convirtiéndose a los veinte años en “El Bolerista de América”, gracias  al apoyo que le brindara el afamado músico dominicano Luis María Frómeta Pereira (Billo), quien a comienzos de la década de los años 60 lo incorporó a su reestructurada orquesta “Billo´s Caracas Boys”, tras valorar por su conocimiento artístico, que poseía una voz prodigiosa y un gran porvenir en el mundo de la canción.

El joven más conocido por el sobrenombre de “Papi Quicio”, refirió en ese momento que Billo Frómeta era un músico académico que hacía magia tocando el saxofón, y que igualmente era muy bueno en el uso de la guitarra y el clarinete, además de ser un verdadero maestro de la música que había logrado crear la orquesta más popular y respetada de Venezuela; con lo cual había puesto en alto el nombre de la República Dominicana, al igual que lo hiciera en Europa otro director de orquesta y talentoso saxofonista criollo, llamado Napoleón Sayas, quien fuera el pionero en la propagación de la música caribeña en el viejo continente y en África, y quien diera a conocer al mundo los merengues “Caña Brava”, “Dolorita”, “Juanita Morel”, “El Negrito del Batey”, “Cara Sucia” y “La Maricutana”.

Sin duda que Felipe Pirela fue en 1967 el bolerista más escuchado en el municipio de Imbert, sonando su voz sin cesar no sólo en la radio, sino también en las velloneras instaladas en  los negocios de diversión de Juanito Collado y Alberto Canahuate Resek (Choe), que eran el Josie Bar, ubicado frente al parque municipal, y el Julie Bar, de la calle Mella, administrado en  ese tiempo por Dominguito Mercado y luego por Adrovel Fernández Guzmán.

Volviendo al apresamiento en mayo de 1968 del llamado “Millonario de Zulia”, diremos que nuestros ojos se toparon con la información del infortunado acontecimiento del acccidente, estando residiendo en la calle de la Gallera, en Bajabonico, a través del periódico matutino “El Caribe”, que era el único que con puntualidad inequívoca llegaba todos los días al municipio en aquel tiempo. La noticia parecía increíble, sobre todo, porque se le imputaba un proceder irresponsable e inhumano durante el hecho, por supuestamente no haberse detenido a auxiliar y conducir a un centro de salud a la víctima; lo que era una peligrosa acusación, considerando la drasticidad de la ley de tránsito, de ayer y de hoy, que castigaba con prisión por un término no menor de seis meses ni mayor de dos años, a los conductores que emprendían la fuga.

Pirela fue apresado en la fecha y a la hora señalada, por un agente policial que llegó hasta él por casualidad, para advertirle que había dejado mal estacionado el vehículo en que viajaba, al situarlo en la intersección de la calle El Conde con Duarte; y optó por detenerlo -junto a sus amigos, los señores Raúl Sánchez y Tony Lugo-, luego de observar la placa del carro que el artista había rentado a Rent Car Santo Domingo y relacionarla de inmediato con una querella interpuesta por la familia del joven atropellado la noche anterior. Ahí mismo se malogró su plan de cenar esa noche junto a sus inseparables amigos, para pasear más tarde por la avenida George Washington -como se había hecho habitual-, ya que le gustaba estar en el área del malecón todas las noches, cuando estaba en la ciudad.

Pirela fue conducido al cuartel de la Policía teniendo que vivir desde ese instante una serie de molestias y sinsabores,  pues la familia del joven estropeado insistía en señalarlo como responsable del accidente, aunque él lo negaba categóricamente cuando todos los indicios y testimonios de los testigos oculares lo implicaban en el mismo. En eso él mantuvo una posición invariable, diciendo en el despacho del consultor jurídico de la Policía, en presencia del capitán abogado, Fabio C. Terrero Ramírez, que desde las 6:30 de la tarde hasta las 11:30 de la noche del día infortunado, había permanecido en la casa de sus amigos de la calle A No. 17 del ensanche Ozama.

Pirela fue encerrado en una celda del palacio policial y luego fue movido para el Palacio de Justicia, aunque logró, debido a  la puntual intervención del cónsul de Venezuela, que se le permitiese ir a dormir cada noche a la sede diplomática, con el compromiso de no fallar en sus citas judiciales para agilizar el proceso; y así se mantuvo un buen tiempo, hasta que se quedó definitivamente en la embajada venezolana, sin poder movilizarse por la ciudad y compareciendo con puntualidad a las ocho audiencias a la que fue convocado, junto a su abogado, el doctor Alejandro González, quien contando con la asesoría del destacado jurista Héctor Sánchez Morcelo, gestionó los trámites de su libertad provisional; obteniéndola el 27 de mayo, tras el pago de una fianza por un valor de cinco mil pesos.

En la liberación del famoso cantante venezolano jugo un rol determinante el consulado de su país, pues a cargo de éste corrieron sus gastos  judiciales, incluyendo el pago de la póliza de seguros; amén de su influencia para que pudiera lograr una sentencia de no culpabilidad, con la quietud añadida de la parte civil constituida a favor del joven accidentado, que no objetó el dictamen judicial.

Luego de eso Pirela tuvo que permanecer un buen tiempo más en el país, debido a que estaba viviendo una mala racha económica desde que se produjo su costoso divorcio con una linda quinceañera de Maracaibo, llamada Mariela Guadalupe Montiel Prieto, con quien procreó una hija, llamada Lennys Beatriz Pirela Montiel, la cual estaba siendo criada por su abuela, quien hizo en su contra una incesante campaña de maledicencia, señalando entre sus supuestas faltas, el abandono del hogar y el pago de la pensión alimenticia.

En aquel mal momento, sin embargo, tuvo la efectiva solidaridad de sus amigos del ensanche Ozama y estuvo hospedado con ellos todo el tiempo que le fue necesario, aunque no pudo subir de nuevo a un escenario en el país por la incomprensión de sus propios seguidores que se mostraron indiferentes a su tragedia, y de los comunicadores y empresarios que decretaron una especie de boicot a sus discos, influyendo para que dejaran de tocarse en las emisoras locales. Fue así que el otrora cantante favorito de los dominicanos, quedaría relegado y olvidado, sintiendo en su favor sólo la conmiseración de sus leales partidarios.

Pirela logró marcharse y aunque se creía que jamás volvería, lo hizo poco después de modo silencioso, instalándose en el hotel Embajador; pero entonces tampoco contaba con suficientes recursos económicos, y muy pronto se vio precisado a refugiarse en la casa de sus amigos del  ensanche Ozama, con quienes anduvo por la región sur y el Cibao, pudiendo captar que pese al boicot de algunos comunicadores, seguía siendo el preferido del público en el interior del país.

Pirela regresó a Puerto Rico, donde se había residenciado, pero hasta la hora de su  muerte, siguió en contacto con los dominicanos, grabando incluso una bella canción del cantautor Víctor Víctor, llamada  “Como tú, una flor”.

Con Pirela terminó el reinado musical del bolero de sonoridad romántica y lenguaje metafórico que marcó a los sobresalientes intérpretes de los años 50, Lucho Gatica, Leo Marini, Daniel Santos, Pedro Infante, Alfredo Sadel, Antonio Prieto, Roberto Ledesma, Roberto Yanés, entre otros; abriéndole el camino a los géneros del bolero-balada (que dio fama al cantautor mexicano Armando Manzanero) y a la balada romántica, que cosechó grandes éxitos a partir de 1966, en las voces de Nicola Di Bari, Charles Aznavour,  Raphael, Palito Ortega, Leo Dan,  Sandro y Leonardo Favio.

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