Varios niños agitan sus recipientes de plástico en un intento de llamar la atención, mientras esperan impacientes que los rellenen de comida a las puertas de un comedor popular de una “villa miseria” de Buenos Aires que atiende a cada vez más personas golpeadas por la pobreza.
“No se preocupen, hay para todos”, dice Norma Colque, al tiempo que vierte los ravioles en los “táper” que los niños llevarán más tarde a sus hogares a la Villa 31 Bis, un barrio de viviendas precarias desde el cual se ven los lujosos edificios de una de las zonas más pudientes de la capital argentina.
En el “Merendero de los niños” que coordina Colque se ha duplicado la demanda con creces porque, según explicó la mujer a la Associated Press, muchas de las familias de los chicos perdieron el trabajo y no pueden pagar los precios prohibitivos de los alimentos básicos.
La pobreza en Argentina, un país repleto de riquezas naturales, se ha incrementado en los últimos meses al calor de la recesión y una inflación que es de las mayores del mundo. La gravedad del mal crónico fue revelada recientemente por el gobierno, después que el de Cristina Fernández (2007-2015) subestimara la cifra de pobres y afirmara que era menor que la de Alemania.
Ahora se conoce: afecta a 32,2% de la población que no goza de los estándares apropiados de vivienda, salud, comida, vestimenta y educación. Entre los pobres, 6,3% son indigentes, es decir, sus ingresos no alcanzan para comprar una canasta básica de alimentos.
“El cero pobreza que (el presidente Mauricio Macri) prometió… ¡Nos mintió a todos! Creímos en él, queríamos un cambio… ahora tenemos el cambio y fue para mal”, se quejó días atrás a la AP Miriam Cruz, de 29 años, mientras señalaba el “Merendero de los niños”. El lugar, situado en una casilla precaria, es frecuentado por sus dos pequeñas hijas desde que su marido perdió el trabajo cuatro meses atrás.
Macri reconoce ahora que la “pobreza cero” es un “horizonte a largo plazo” que “no puede resolver un solo gobierno”. Se defiende afirmando que “venimos de un lustro sin crecimiento, con información falsa”.
Aquellos que acuden al merendero que funciona como una gran cocina donde las mujeres y los hombres se turnan removiendo ollas irán luego a otro y después a un tercero hasta llenar sus recipientes. Cerca, en una calle cubierta por marañas de cables eléctricos, se alzan precarias viviendas de dos o tres pisos construidas con ladrillos a la vista y techos de aluminio. La Villa 31 Bis está considerada, pese a todo, una de las más dignas de la ciudad.
“No podemos acceder a comer carne, verdura y comprar a nuestros hijos zapatillas. Por más que el gobierno nos dé una ayuda, doscientas raciones no nos alcanzan porque vienen muchos más (a pedir)”, sostuvo Colque, de 42 años.
Argentina, una las economías más ricas a principios del siglo XX, tiene ahora 8,7 millones de pobres. La Villa 31, un símbolo de la pobreza estructural, surgió en la década de 1930. En los últimos años su crecimiento dio lugar a la 31 Bis. Ambas son vecinas de una de las principales terminales de trenes de la capital, construida por capitales británicos durante la época de esplendor.
La marginación es un mal que se enquistó con particular saña en los años noventa, cuando las políticas neoliberales generaron una desindustrialización. Luego, durante la profunda crisis de 2001-2002, la situación se agravó cuando la mitad de la población cayó en la pobreza.
Pero a partir de 2003, acorde con la tendencia a los vaivenes de la economía argentina, se sucedieron varios años de mejoría gracias a los altos precios de los granos en el mercado mundial.
Sin embargo, la actividad comenzó a deteriorarse desde 2009 y no terminó de remontar; en los últimos 10 meses la recesión se agudizó debido a ajuste aplicado por el gobierno de signo conservador, que busca enderezar una economía que heredó en diciembre con alrededor de 30% de inflación y un abultado déficit fiscal.
Nada más llegar al poder, la fuerte devaluación ordenada por Macri disparó la inflación, que se ha ensañado con los más humildes.
Cruz, que todas las tardes se sitúa frente al comedor para vender los chorizos que asa en una parrilla, afirma que sobrevive vendiendo ese alimento y con la ayuda social que recibe por una de sus hijas. Junto a su marido, que hace “changas” (trabajos eventuales y de baja remuneración) junta unos 8.000 pesos (520 dólares) al mes, cuando una familia de cuatro miembros necesita unos 12.600 pesos (820 dólares) para no ser considerada pobre.
“No se puede vivir. Todo sube el doble”, indicó Cruz, quien como muchos vecinos de barrios precarios no paga luz ni agua, servicios que junto a otros aumentaron afectando el bolsillo de la mayoría de la sociedad. También aumentaron las tarifas de transporte público.
Macri se defiende afirmando que en 2017 habrá crecimiento, que ha incrementado algunos planes sociales y se ha producido una desaceleración de la inflación. Pese a ello el año finalizará con un aumento interanual de los precios de entre 39 y 40%, dicen economistas.
Mientras tanto, las protestas sociales se agudizan por medidas de ajuste que recuerdan a amargas medicinas aplicadas en los años 90 que profundizaron las desigualdades.
El Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica (UCA) señaló que el aumento de los precios y la caída de la actividad económica llevaron a que entre diciembre y abril surgieran 1,4 millones de “nuevos pobres”. El flagelo, que afectaba 29% de la población a fines de 2015, pasó así a sumar más de tres puntos porcentuales.
El norte del país es la región más castigada; allí chicos indígenas todavía mueren de enfermedades asociadas a la desnutrición. Un informe de la UCA indicó que “la inseguridad alimentaria afectaba en 2015 al 19,5% de la infancia y adolescencia urbana y al 7,7% en niveles graves”.
Eduardo Donza, sociólogo de la UCA, cree que llevará décadas salir de este hoyo. “La forma para hacerlo es que mejore el mercado de trabajo”, dijo a la AP. Según indicó, en este y otros países latinoamericanos casi la mitad de los trabajadores tiene empleos de baja calidad con bajos salarios.
La UCA señaló “los graves errores cometidos en materia de política socioeconómica” de los últimos años y los costos sociales generados por el reciente ajuste. El mayor riesgo lo experimentan no sólo los más vulnerables sino los “millones de hogares que fundan su subsistencia en trabajos precarios, pequeños comercios y trabajadores eventuales”.
El presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, dijo que el índice de la pobreza argentina es “sorpresivo e inquietante”. Pero valoró positivamente que se conozcan los datos exactos de su dimensión.
“Hay desafíos que requieren iniciativas políticas muy fuertes…un problema muy importante es el empleo de calidad”, señaló a la AP Rafael Rofman, líder de Programa de Desarrollo Humano y Pobreza de Argentina, Uruguay y Paraguay en el Banco Mundial.
El horizonte se vislumbra con nubarrones por la falta de consenso entre políticos, empresarios y sindicatos para definir políticas de Estado.
Algunos economistas consideran incluso que el gobierno debería aplicar más recortes del gasto público para enderezar la economía.
Pero esa posibilidad atemoriza. “Éstos (el gobierno) son tan responsables de la situación como todos los que estuvieron anteriormente. Si siguen aplicando la misma medicina, en lugar de curar al enfermo van a matarlo…En Argentina es un crimen que haya chicos que mueren de hambre”, dijo a la AP Luciano Narduli, de 71 años, organizador de una olla popular instalada en la plaza donde se alza la sede del Congreso.
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Por ALMUDENA CALATRAVA y LUIS ANDRES HENAO