Por: José J. Záiter.-
Estando yo en la playa de mi pueblo natal de Baní, durante un pasadía familiar, me quedé mesmerado observando como el sol se escondía detrás del vasto y calmado mar. Cuando un familiar se percató de mi intensa mirada, se acercó y me dijo: – “tú ves donde aparenta que el cielo se une con el mar, eso se llama horizonte. Siempre trata de saber qué hay detrás de ese más allá”. – Eso nunca se me olvidó y despertó en mí una curiosidad.
El 19 de marzo de 1965, teniendo yo apenas 9 años de edad, fue la primera vez que tuve la oportunidad de acariciar las nubes en un aeroplano.
Desde ese entonces, he visitado más de 30 países y cientos de ciudades a través del mundo; acumulando así, miles de millas aéreas.
Pero mi más reciente viaje me llenó de nostalgia recordando esos tiempos de cuando explorar qué hay detrás de ese horizonte era un compendio de emociones y alegría.
El 911 cambió eso para siempre. Todo el personal de los aeropuertos y las tripulaciones, hoy día, se han convertido en soldados. La actitud es una de arrogancia y sospecha.
Añoro los tiempos de cuando mi tío viajó un día de “Acción de Gracias” de Boston a Baltimore con un pavo sazonado en una olla y pudo colocarlo en el compartimiento del avión; cuando los familiares o amigos podían despedir al frente de la puerta de partida, cuando podías llevar todo tipo de líquidos y cremas en tu “carry-on” sin importar el tamaño y cuando las aerolíneas eran una industria de “servicios”.
El sábado pasado viajé de Santo Domingo a Chicago, con escala en Miami, con una delegación encabezada por el expresidente dominicano Dr. Leonel Fernández, que incluía a mis buenos amigos Máx Rosa, Ralph Patiño, Guillermo Sención y su hijo Yael.
Estábamos pautado llegar a la “Ciudad de los Vientos” a las 2:15 p.m. La conexión en Miami no disponía de mucho tiempo, lo decidió la línea aérea, no nosotros. Según nos informaron, nos íbamos a retrasar una hora de partida porque la tripulación asignada a nuestro vuelo llegó tarde la noche anterior y de acuerdo a su sindicato, tenían que estar “descansados”. Ese descanso, compilado con otro retraso, hizo que perdiéramos nuestra conexión en Miami. Después del corre-corre y momentos de ansiedad, llegamos a Chicago a las 7.30 p.m. atrasando todo el itinerario.
Para el vuelo de regreso a Santo Domingo, don Guillermo, Yael y yo, coordinamos viajar juntos, debido a que la agenda hizo que la delegación se dispersara. Nuestro vuelo estaba pautado a partir a las 2.39 p.m. Llegamos a O’hare 2 horas antes del vuelo y procedimos a la salida K15 tal como indicaba nuestros boletos. Nos entretuvimos un poco conversando, pero en un momento dado, don Guillermo comentó: “En este gate como que no hay movimiento”. Es cuando leo mi correo electrónico y me dí cuenta que habían cambiado la puerta de partida 4 veces en media hora! Rápidamente vamos a la salida K18 donde llegamos 20 minutos antes de la partida programada y un agente, que parece se había tomado un Valium, nos informa que nuestro vuelo acababa de partir!
Cuando vamos a reclamar un cambio de vuelo, la fila era enorme. Decido ir al mostrador para hacer una pregunta, y sin tener la oportunidad, me mira intensamente la agente, con cara de un perro bulldog, y me dice: “si tú crees que te vas a colar en la línea estás muy equivocado!”. Después de una conversación llena de desesperación entre los Sención y yo, y con la ayuda de la eficiente asistente de don Guillermo en Santo Domingo, decidimos quedarnos una noche más en Chicago y partir la próxima mañana en un vuelo directo a Punta Cana; perdiendo prácticamente otro día más debido a que el vuelo estaba programado llegar a las 3 p.m.
Como ya no aguantaba más las frustraciones que había causado esta odisea, me premié pagando los $169.00 adicionales y poder viajar en “Business”.
Cuando la azafata se me acerca con una actitud de que yo soy el causante de todos sus problemas, me dice: “para desayuno tienes la opción de un Egg Benedict o un Soufflé, pero en caso que se acaben
los huevos, ¿le podemos poner el Soufflé arriba?” -Pienso rápidamente en el disparate que eso sería y
le comento: “¿entonces ustedes no saben cuántos huevos tienen en el avión?” -Me dió una cortada de
ojos y se marchó.
Qué fallo el mío, en poco tiempo me trajo el Benedict con el Soufflé por encima y me dijo:
“Se acabaron los huevos”.-