¡Fuera Yankees de Quisqueya!, era un grito sostenido en tono apasionado por decenas de estudiantes movilizados frente al Palacio Nacional la mañana del 9 de febrero de 1966, exigiendo entre otras demandas que las tropas estadounidenses interventoras desocuparan la sede central de la Universidad Autónoma de Santo Domingo, así como las escuelas y liceos de la Capital.
¡Fuera Yankees de Quisqueya!, era la consigna de la muchachada rebelde, de los decenas de adolescentes y niños venidos de esas escuelas y liceos, sin otros pertrechos que sus libros, lápices y cuadernos, y con una conciencia de patria que había germinado en la fragua de la escuela.
Aquello era una increíble expresión de repudio al atropello cometido por el invasor extranjero que mancillaba la soberanía nacional; y este clamor tenía un sonido hermoso en los labios de aquellos chiquillos que habían ocupado las escalinatas de la sede del Gobierno y las bocacalles en la intersección de la Moisés García y la Doctor Báez, portando una enorme bandera nacional, que tremolaba vibrante e incesante, afianzando su orgullo dominicano y el sentimiento nacionalista que brotaba con fervor y frenesí en su ánimo patriótico.
Aquellos muchachos estaban allí reunidos siguiendo las orientaciones de la Federación de Estudiantes Dominicanos (FED), una organización liderada por el bachiller Amín Abel Hasbún, que había sido creada en 1961, tras la caída de la tiranía trujillista, para aportar al desarrollo democrático de la nación, y luchaba ahora planteándose como objetivo esencial defender la soberanía del país y democratizar la UASD, a partir del reconocimiento a sus nuevas autoridades y al Movimiento Renovador en marcha, surgido recientemente del proceso de destrujillización en esa alta casa de estudios.
Meses antes; específicamente la mañana del lunes 27 de septiembre de 1965, había sido asesinado allí un estudiante de 17 años, de nombre Pedro Tirado Calcaño, quien recibió un disparo de fusil máuser por la espalda, en el curso de una manifestación de estudiantes de la escuela secundaria, exigiendo la desocupación de las tropas extranjeras de los liceos y escuelas públicas. Este olvidado incidente ocurrió al final de una entrevista con el presidente de la República, sostenida por una comisión estudiantil en la que figuraba el jovencito José Bujosa Mieses (El Chino), representando a la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER), junto a otro estudiante apodado Vargas Vila, delegado de la Juventud Revolucionaria Cristiana (JRC) y una muchacha que era la portavoz del liceo Estados Unidos de América.
Ahora estaban de nuevo en Palacio exigiendo que desocupen los liceos y se reconozca a las nuevas autoridades de la UASD. Los allí presentes eran unos muchachos, en su mayoría niños con edades de 12 a 14 años; pero la verdad era que parecían hombres y mujeres, evidenciando un espíritu firme y decidido, capaz de infundir temor y nerviosismo a los guardias y policías colocados en diversos puntos del perímetro palaciego. Hasta los soldados del ejército invasor, con sus carros blindados, sus armas y municiones de diferentes calibres, y con su uniforme azul de la Fuerza Interamericana de Paz (FIP), lucían impresionados y temerosos, observando a distancia aquella imponente manifestación de chiquillos insurreccionados, cuyos pertrechos de combate eran sus útiles escolares y una bandera.
En medio de aquella algarabía y del insistente grito: ¡Fuera los invasores!, se oyó una voz retumbando en aquel tenso ambiente, anunciando la presencia de un alto dirigente de la FED:
“¡Abran paso, ahí viene Llinás!”.
Casi de inmediato apareció un joven de porte elegante, color indio claro, pelo ensortijado y de unos seis pies de tamaño, abriéndose paso entre la multitud, tratando de alcanzar un sitio donde su figura fuese más visible para poder realizar su propósito. Era el joven estudiante de ingeniería civil Romeo Llinás, quien en la ocasión pertenecía al Bloque Revolucionario Universitario Cristiano (BRUC) y a la dirección de la FED, convirtiéndose con el correr de los años en un destacado geólogo, experto en minería y asuntos sísmicos, ocupando la dirección de Minería y la gerencia de Hidrocarburos de la Comisión Nacional de Energía.
Guiado por el joven Rafael G. Santana, dirigente de la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER), el bachiller Llinás se aproximó al lugar idóneo para orientar a los presentes en torno a las gestiones que realizaba una comisión de la FED para entrevistarse con el ciudadano presidente de la República, que era a la sazón el doctor Héctor Rafael García-Godoy Cáceres.
Esa comisión estaba presidida el secretario general de la Federación de Estudiantes Dominicanos(FED), bachiller Amín Abel Hasbún, y los otros miembros de dicha organización estudiantil universitaria, bachilleres Diomedes Mercedes, Carlos Dore Cabral, Carlos Amiama, José Sosa Valentín, Jimmy Sierra, Luis E. Brea, Romeo Llinás, Arístides Martínez, Gustavo González y Héctor Florentino; además, la representación de la Unión de Estudiantes Revolucionarios (UER), con incidencias e influencias en el estudiantado de los liceos secundarios, y que eran los jóvenes Otto Pichirilo, Juan Vargas y Pedro Díaz; y, también, los representantes de la Juventud Revolucionaria Cristiana (JRC), Juan Barón Fajardo, Jacobo Valdez y Miguel Gómez.
Junto a ellos estaban el nuncio apostólico Emmanuelle Clarizio, el sacerdote católico Sergio Figueredo y Narciso González (Narcisazo), quienes participarían en la reunión con el presidente García Godoy, de materializarse.
Para que hablara Llinás se improvisó en el acto una tribuna sobre un balcón, pero en el momento en que éste trataba de subir por una verja de una casa pintada de amarillo, recibió un culatazo de un policía que suscitó la ira colectiva; de modo que uno de los estudiantes ripostó lanzando un vaso conteniendo frío-frío al rostro del referido uniformado, sonando al instante el primer disparo, seguido de la voz de un oficial policial ordenando ¡Fuego!
Ahí mismo se armó la de Caín, sintiéndose durante un largo rato el tableteo de las ametralladoras y el rugido de los fusiles, que no se detuvo ni con el inútil intento de otro oficial de la policía por contener aquella infernal balacera que amenazaba la vida de cientos de chicos indefensos que se movían de un lado a otro buscando un refugio donde escapárseles a la muerte.
Ese día murieron los jóvenes Miguel Tolentino, Antonio Santos Méndez y Luis Jiménez Mella; y un mes después falleció en un hospital de San Antonio, Texas, la adolecente Altagracia Amelia Ricart Calventi, de 14 años, estudiante del Instituto de Señoritas Salomé Ureña.
Entre los lesionados estuvieron Brunilda Amaral, Antonio Pérez (Tony), Evita Germán, José Ramón Casimiro, Jaime Tomas Estrella, Griselda Zorrilla, Miguel Núñez, Juan Castro, José María de la Cruz, Ernesto Caamaño y Víctor Ramírez, Ciprian de Jesús Báez, José Javier Solís, Vinicio García, José Zabala, Roberto Ramírez y Modesto Guzmán Castro.
En la primera noticia transmitida al mediodía de aquel 9 de febrero, se mencionó entre los muertos al bachiller Carlos Dore Cabral, debido a una confusión del periodista Pedro Caba, quien observaba los hechos desde una ventana del Palacio y creyó que era él uno de los jóvenes asesinados cuyo cuerpo yacía en la explanada; pero en realidad éste era un estudiante de Química superior, llamado Antonio Santos Méndez.
Esa confusión generó que durante horas Dore Cabral figurara como fallecido, y que sus familiares fueran a la morgue del hospital Padre Billini a buscar su cadáver. El doctor Tirso Félix Mejía-Ricart Guzmán, quien era el secretario general de la UASD, se sorprendió gratamente cuando lo vio vivito y coleando. Ese joven era el secretario de prensa de la FED y aquel día acompañaba a Amín Abel, como miembro de la comisión de estudiantes que gestionaba una entrevista con el presidente García Godoy; y estuvo presente en la balacera junto al bachiller Llinás y próximo al fallecido.
Hay que decir que aquella malograda concentración pretendía hacer valer el concepto de nación, exigiéndole al presidente de la República un comportamiento viril frente a las tropas extranjeras que lesionaban el orgullo patrio y avergonzaban a los dominicanos. Y que para la FED era importante lograr además el reconocimiento del Movimiento Renovador que había surgido victorioso en la UASD, poniendo en práctica el “Plan Cayetano”, ideado por el anterior secretario general de la organización, bachiller Cayetano Rodríguez del Prado, que pretendía la destrujillización de la universidad expulsando al rector ingeniero José Ramón Báez López-Penha y a las demás autoridades impuestas durante los gobiernos de Trujillo y Balaguer.
Ese día fue imposible la reunión de la citada comisión de la FED con el presidente García Godoy, pues la masacre desembocó en una huelga nacional, obligándolo a cambiar los mandos policiales y militares, aunque le confesó al bachiller Amín Abel, en la reunión sostenida poco después, que no había condiciones para investigar ni llevar a la justicia a los responsables de la masacre porque “los militares no me obedecen”.
El doctor Héctor García-Godoy y Cáceres había llegado a la presidencia fruto del Acta de Reconciliación suscrita el 31 de agosto de 1965 entre las partes envueltas en el conflicto bélico iniciado el 24 de abril y gracias al Acta Institucional que firmó junto al coronel Francisco Alberto Caamaño, presidente de la República en Armas, comprometiéndose a realizar unas elecciones libres y democráticas el día 1ro. de julio de 1966, para restablecer la institucionalidad perdida.
Amén de que era un hombre sin carácter, el nuevo presidente no tenía control real en las Fuerzas Armadas que estaban divididas en dos facciones enemigas, sujetas al imperio de los “incontrolables”, que no respetaban el libre juego de las ideas, ni la libertad de prensa, como se verificó con el sabotaje a las instalaciones de la revista ¡Ahora!, y con el horrendo crimen del padre del coreógrafo y productor de espectáculos Chiqui Haddad, quien se llamaba Miled Haddad y era el gobernador de la provincia de Valverde.
También los crímenes de Ángel Severo Cabral, secretario general de Unión Cívica Nacional, el mayor constitucionalista Luis Arias Collado, el secuestrado doctor Nelson Díaz Montaño, el funcionario del CEA Leyba Matos y el estudiante Pedro Tirado Calcaño
El éxito de esta lucha fue la restauración del poder de la FED, cuyos dirigentes, a la cabeza de Amín Abel, habían sido expulsados por el Consejo Universitario anterior que dirigía el destituido rector Báez López-Penha y el reconocimiento al Movimiento Renovador y al nuevo Consejo Universitario, encabezado por el rector, ingeniero Andrés Aybar Nicolás y decanos y vicedecanos con visión progresista. Igualmente se logró una asignación presupuestaria más justa.
Eso dio lugar a una inmediata regencia universitaria compartida y al establecimiento del cogobierno con la participación de los estudiantes en los organismos de dirección del Claustro y los Consejos Técnicos de las Facultades, propiciándose el surgimiento de una academia concebida como “una comunidad de profesores y estudiantes unidos en la tarea de buscar la verdad, proyectar el porvenir de la sociedad y afianzar los valores del hombre”.