El dueño de Strand, la mayor tienda de libros de segunda mano de Nueva York, murió este miércoles, pero el emporio que construyó durante décadas disfruta de una salud de hierro, aunque cada vez se parezca menos a la librería original fundada en 1956.
Fred Bass falleció a los 89 años en su casa de Manhattan a causa de un fallo cardíaco, y hasta hace un par de meses había permanecido al pie del cañón dirigiendo la misma librería que fundó su padre Benjamin seis décadas atrás y en la que comenzó a trabajar con sólo 13.
La primera librería estaba ubicada en la Cuarta Avenida y los inicios fueron difíciles. Comenzó con una inversión de 600 dólares (300 de ahorros y otros 300 prestados) y una caja de tabaco a modo de caja registradora, una austeridad que contrasta con el emporio actual, que amasa 2,5 millones de libros y emplea 220 trabajadores.
Poco después, Strand se trasladó a su ubicación actual, en la famosa avenida Broadway a su paso por el Bajo Manhattan, donde ocupaba media planta baja.
El negocio fue creciendo y primero compraron el resto de la planta baja y más tarde, en los 70, se hicieron con los tres pisos superiores.
En los toldos de su fachada se lee “Strand: 18 millas de libros”. Aunque el eslogan sigue siendo cierto (se pueden encontrar miles de libros de segunda mano clasificados por género literario, temática o idioma), el negocio se adaptó a los nuevos tiempos y sus estanterías comenzaron a llenarse de “merchandising” de todo tipo.
La ideóloga de la conversión fue la hija de Fred, Nancy, que tomó recientemente las riendas del negocio. Ella fue la que propuso vender “totebags”, que diseñan los trabajadores de Strand, y que tuvieron muy buena acogida.
Hoy ya venden camisetas, postales, libretas, juegos de mesa y artilugios de todo tipo, pocos relacionados con la literatura, que representan un 15 % de los ingresos, así como libros nuevos.
La directora de comunicación de Strand, Leigh Altshuler, reconoce que “no son ajenos” al auge de los libros electrónicos o plataformas como Amazon o eBay, y por ello se esmeran en potenciar la experiencia, y en los últimos años empezaron a organizar eventos literarios, conferencias y firmas de libros.
En 2017, Strand vio como repuntaban sus ventas en poesía, ciencia política, no ficción, literatura infantil y feminismo.
La librería continua siendo uno de los pocos lugares icónicos que comparten turistas y neoyorquinos, y todavía conserva clientes fieles a Strand desde hace cinco décadas, que se entremezclan con estudiantes universitarios y bibliófilos de todo el mundo.
El sistema de Strand para contratar a sus empleados es algo singular: los aspirantes pasan un test en el que deben relacionar diez autores con sus diez respectivas obras.
Bass solía recordar que su librería era de los pocos lugares en donde aún se podían vender enseres personales, a excepción de las casas de empeño, y como no tenía suficiente con los libros que la gente llevaba a la librería, durante los fines de semana acudía a subastas para hacerse con otros tantos ejemplares.
Al principio, Fred Bass pensaba que su padre estaba “loco” por comprar tantísimos libros sin haber vendido antes los que tenía, pero finalmente comprendió que era una decisión lógica: “No puedes vender libros que no tienes”, dijo en 2015 al canal NY1.
Pronto heredó la misma adicción por comprar libros de su padre, que llegó a calificar de “enfermedad” en una entrevista con la revista “New York”.
“Me dan ataques, como ataques de pánico por comprar libros. Simplemente, debo mantener el flujo de libros de segunda mano en mis estanterías”, reconoció. efe