-Te invito a Navarrete- me dijo Hipólito Mejía por teléfono.
-¿A qué hora partimos?- Respondí.
-7:30 de la mañana- Contestó.
Sabiendo que Hipólito es más puntual que una novia fea, poco antes de la siete estaba yo preguntándole a Mecho, la atenta señora de la casa, si el desayuno estaba listo. (Yuca, ñame, plátanos, huevos fritos y revueltos, queso y algo de embutido)
En el camino le pregunté a qué íbamos a Navarrete.
-A la fiesta navideña de un empresario amigo mío hace muchos años.- me dijo.
Cuando llegamos, más de mil 500 empleados estaban escuchando los números de la rifa que personalmente realizaba el empresario Emilio Reyes.
La algarabía fue indescriptible cuando el propio Reyes anunció la llegada del ex presidente Hipólito Mejía. Todos de pie, espontáneamente, gritaban. “¡Llegó Papá!” una y otra vez. Y mientras se desarrollaba la actividad decenas de jóvenes, de ambos sexos, le pedían una foto a lo que él gentilmente aceptaba.
Pero no es de Hipólito de quién quiero escribir, es del empresario Emilio Reyes, a quien no conocía personalmente. Ese hombre gastó más de 50 millones de pesos entre sus empleados, la mayoría humildes durante la fiesta. Neveras, estufas, televisores, lavadoras, entre otros valiosos electrodomésticos, estaban en varios furgones en la parte trasera del escenario montado para esa actividad.
Cada vez que una trabajadora o un empleado, resultaba premiada, los gritos de todos no se hacían esperar.
Michael Miguel sustituyó al empresario en la animación encendiéndolo todo con su carisma y la manera tan peculiar de hacer su trabajo. Presentó a un señor que jamás había visto ni oído su nombre en mi vida; un tal Snoop Dogg, que me informaron es una figura mundial del rap y otros ritmos modernos. El público no paró de bailar aquella “música” rara para mis oídos. (Hasta yo moví el esqueleto casi sin querer)
Luego siguieron las rifas y la actuación de otros artistas. Se rifaron electrodomésticos como nunca antes había visto; también hubo premios en efectivos de 200 mil, 250 mil, 500 mil pesos. Y el último: ¡Un millón de pesos!
¡Demonios! Dije cuando escuché esos premios. Pregunté quién era Emilio Reyes a uno de los empleados y me dijo: “El dueño del pueblo”. “Ese es el Papá de nosotros. Él ha creado a través de sus empresas miles de empleos directos e indirectos en Navarrete”; una doña me informó que tiene casa propia gracias a los planes de viviendas que el señor Emilio tiene para sus empleados a través de su empresa Emimar S.A.
En un momento me le acerqué al señor Reyes y le pregunté sobre sus tradicionales fiestas de navidad: “Ellos son los que cran las riquezas no solo mía sino de todos los empresarios del país. Por eso, una parte de mis utilidades las reparto. Sin los empleados y trabajadores no seríamos nada ni nadie”, me comentó. “Lo que gasto en estas fiesta es una inversión en alegría, sonrisa y bienestar tanto material como espiritual de los trabajadores y empleados”. Que conste, agregó, “eso es sin el doble sueldo y otros incentivos de ley”.
Antes del suculento almuerzo partimos. Y me quedé pensando en las acciones de este empresario con sus trabajadores y empleados, porque conozco otros –muchos- que no hacen lo mismo pudiendo hacerlo. Esos tienen una visión tercermundista, medieval, esclavista. (Esos no donan una silla de ruedas, un par de muletas o un ataúd barato)
La economía del país crece, pero la pobreza también, porque no hay una redistribución de las riquezas; no hay equidad. Tenemos pocos ricos y muchos pobres. Esa es la realidad del país. Felicito al empresario Emilio Reyes por ser diferente distribuyendo un poco de lo mucho que tiene porque parece saber que cuando muera no se llevará nada.