Agustín de Gracia |
Nueva York.- Si el número 46664 identificaba al prisionero Nelson Mandela, a Elie Wiesel le marcaron en su brazo izquierdo el suyo, A-7713, y con ese tatuaje, amargo recuerdo de Auschwitz, murió hoy en Nueva York.
Escritor, periodista, activista de derechos humanos, premio nobel de la paz, profesor universitario y, sobre todo, crítico de las atrocidades humanas y de la indiferencia, Elie Wiesel terminó a los 87 años una vida llena de persecución y angustias, pero también de recompensas.
A los 12 años fue obligado con su familia a vivir en un gueto de la localidad rumana de Sighet, ocupada entonces por Hungría, y a los 16 quedó recluido en Auschwitz, uno de los campos de concentración que sirvieron a los nazis para intentar exterminar a los judíos.
Weisel sobrevivió, no así su padre, Shlomo, que murió en Buchenwald, y tampoco sobrevivió una hermana menor de Elie, aunque su madre y dos hermanas más sí pudieron salvarse de la persecución nazi.
“Si sobreviví tiene que haber sido por alguna razón”, recordaba en 1981 en una entrevista con el diario The New York Times.
Y buscó esa razón en varios frentes, pero sobre todo en la defensa del ser humano frente a las atrocidades de sus semejantes, ya fueran los nazis, las milicias ruandesas, los racistas sudafricanos o los militares argentinos durante la dictadura.
“Tengo que hacer algo con mi vida (…). En mi lugar otra persona podría haberse salvado. Hablo en nombre de esa persona”, dijo en esa entrevista con el Times.
Elie Wiesel alzó fuerte esa voz, desde la literatura, la prensa, el mundo académico o los foros internacionales en los que participaba.
Y, según recordaba hoy el presidente del Congreso Judío Mundial, Ronald S. Lauder, aunque era un “hombre de voz suave, su mensaje fue claro y directo”,
También lo destacó así el comité que le concedió el premio nobel de la paz en 1986. “Elie Wiesel es un mensajero de la Humanidad; su mensaje es el de la paz, el resarcimiento y la dignidad humana”.
Lo llamaron “el portavoz mundial sobre el Holocausto”, aunque su activismo no se limitó a la tragedia judía.
Escribió sobre ella en “La Noche”, la obra que cuenta su paso por los campos de concentración de Auschwitz, Buna Werke y Buchenwald. Le siguieron otras obras, ensayos o artículos periodísticos.
Pero su voz se oyó también en el Consejo de Seguridad de la ONU, donde en 2006 criticó la inacción de la comunidad internacional por la grave crisis humanitaria generada por el conflicto armado en la región sudanesa de Darfur.
“No se puede ser indiferente, como ocurrió en Ruanda”, afirmó allí.
Y es que Wiesel siempre insistía en que uno de los principales enemigos de la dignidad humana es la indiferencia. “Lo opuesto al amor no es el odio, sino la indiferencia”, llegó a decir en una entrevista.
Muchos años después de sobrevivir a los campos de concentración nazis regresó allí. En 2006 volvió a Auschwitz, en un célebre viaje acompañando a la estrella de la televisión estadounidense Oprah Winfrey.
Y tres años después acompañó en otro viaje a Buchenwald al presidente de Estados Unidos, Barack Obama, y la canciller alemana, Angela Merkel.
Hoy, Obama, al mencionar ese viaje, recordó unas palabras suyas que dice no olvidará nunca: “La memoria se ha convertido en un deber sagrado de todas las personas de buena voluntad”.