Cuando se trata de Cuba, ni los autos quedan ausentes a la porfía política. A pesar de que los viejos autos norteamericanos de la década de los cincuenta, son prácticamente uno de los símbolos ineludibles por el cual se reconoce al país, la presencia reciente de un automóvil importado temporalmente desde Estados Unidos, por primera vez en más de cinco décadas, ha despertado avivada polémica.
Si bien es cierto, que desde la década de los ochenta por las carreteras cubanas ruedan autos más modernos, principalmente europeos y asiáticos que son usados para rentar a turistas, el fugaz paseo de un Infiniti Q60 por el malecón Habanero, ha polarizado la opinión de los que han visto el video, filmado como parte de un artículo de la revista norteamericana Fortune.
Fue precisamente Sue Callaway, una periodista que trata la temática automotriz en esa revista, quien sugirió la idea de llevar al auto a la isla, considerando que su diseñador, Alfonso Albaisa, quien es gerente ejecutivo de diseño de Infiniti, tiene raíces cubanas. El artículo recientemente publicado en Fortune, narra las peripecias que el proyecto enfrentó, incluidas las incomprensiones y exceso de caros trámites requeridos por la burocracia en la isla, con poca o ninguna experiencia en esos menesteres, hasta un fallido intento de extorsión por $14,000.00 dólares.
La propia Sue cuenta en el artículo, que lo que comenzó como una simple conversación, con el tiempo se convirtió en una peregrinación “de una vez en la vida”, para Albaisa, su compañía, y ella. El video sobre la saga, fue publicado en las páginas de la revista, en el canal de YouTube de Infiniti y otros canales de video, pero ninguno ha resultado tan polémico como el comentado y traducido al español por el Canal de YouTube AutomotrizTV y exhibido en https://youtu.be/y6ECqhpZLrk.
Entre los miles de comentarios escritos por los casi un millón de usuarios que han visto el video, se puede obtener una semblanza de las enconadas paciones que la tímida apertura cubana y sus posibles repercusiones despiertan. Hay quienes celebran el hecho, agradecidos de que se sigan extendiendo lazos entre los dos países, y que los cubanos finalmente tengan acceso a las comodidades y tecnologías que el resto del mundo dispone. Otros tantos, lo catalogan como el intento imperialista de desvirtuar los valores autóctonos de la revolución y los cubanos, además de cuestionar las posibles consecuencias ecológicas, que la “invasión automovilística” norteamericana crearía en Cuba.
Un acto que nació despolitizado, bajo la cobija de la curiosidad animada luego del acercamiento entre ambos países, ha despertado insospechada porfía, para ratificar que el tema de Cuba, sigue desatando paciones enconadas. Mick Jagger sintió el caliente aire habanero en su desmesurada lengua, Beyonce cámara en mano y Jay Z con un tabaco en la boca necesitaron guardaespaldas en sus paseos por la Habana vieja, y “The beast”, llevando a Obama, navegó entre los mismos baches que el Infiniti Q60 en las maltrechas calles de la capital cubana, pero quizás, sin tanto vilipendio.
Con la facilidad y libertad de expresión concedida por las redes sociales, el debate ha dejado a un lado el contenido humano de la historia, como a menudo pasa. Más allá del simbolismo de la llegada por primera vez en 58 años desde La Florida hasta La Habana de un automóvil, hay una historia de reencuentro, redención, condescendencia y respeto por parte de un hombre que creció en Estados Unidos, con fuerte enraizamiento cubano.
La familia de Albaisa está vinculada en la historia cubana por más de 300 años, según narra el propio artículo de Fortune. Nacido y criado en Estados Unidos, Cuba debió ocupar un lugar especial en él, como en otros tantos miles de cubano-americanos crecidos en el seno de familias, que mantuvieron el país que abandonaron vivo en sus corazones. La humildad y candor del reencuentro de Alfonso con sus raíces, y la calidez con que fue recibido en la isla, han estado ausentes del debate.
El automóvil tuvo un paso efímero por La Habana. Regresó luego de un mes a Estados Unidos, y debe estar en manos de algún periodista automovilístico, quizás, desconocedor del hecho histórico que protagonizó. Ese Infiniti Q60, ha regresado a las calles norteamericanas muy distinto al auto que a Cuba llegó. Ahora tiene olor a aguardiente de caña, sabe a arroz con pollo, moros y cristianos, y huele a sudor de sábado en un Bembé en Guanabacoa y a cañerías de aguas fluviales.
Este Infiniti vio a La Habana cayéndose a pedazos, y a los cubanos alegres y curiosos por todo lo que desde afuera llega, sonrientes ante cualquier adversidad, compartiendo lo que no tienen, sentados en el Malecon, sorprendidos por su presuroso paso. Este Infiniti escuchó a algún cubano gritar a su paso: “Que clase de caballo…mira pa’ eso” y entonces, ya no fue el mismo.
La máquina y Alfonso, el hombre que esculpió su figura, de regreso, ya no son los mismos. Cuba no deja a nadie indiferente.