Los cementerios de Siria no habían precisado una acogida que rondare el medio millón de huéspedes, para la intensa temporada bélica que, hasta ahora, desmonta el sexto calendario gregoriano; y tampoco los basureros de Venezuela, por mala estimación estadística, esperaban una afluencia tan desenfrenada respecto a los comensales de su propia nación.
Definitivamente no estamos listos. Nadie estudió, o se preparó; ni individuo alguno generó una alarma contundente, y tampoco las consciencias circundantes se conformaron con advertencias aleatoriamente anunciadas sin determinación.
Si hubiese sido distinto, más personas habrían emprendido con funerarias como negocio familiar, dotándolas de salas temáticas y diseños acordes a las extensiones corporales de los pequeños visitadores, así como espacios de entretenimiento para drenar el malestar de los mismos, con ocasión a la perdida de sus compañeritos de la escuela; pero no, lamentablemente fue insuficiente el tiempo, la logística y la voluntad; mientras nos tomaba por sorpresa el exterminio de decenas de infantes, con actos irresponsablemente comandados por los intereses mezquinos de unos soberbios con inmerecida existencia vital. Los desechos urbanos, por su parte, tuvieron una suerte similar, con el plus de que el desequilibrio orquestado por inclementes de cuello blanco con indolencia social, se sostiene en la incongruencia proporcional de lo que se desecha frente a lo que demanda gran parte de la sociedad; y siendo que la balanza pesa más del lado de quienes hurgan en la basura que de los que cuentan con lo suficiente para satisfacer tal necesidad, pues así las ganas ni el estómago de nuestro paisanos se hallan cubiertos a cabalidad.
A los primeros los han visto bañados en llanto, en rasgadas vestiduras y con un déficit final entre los integrantes del núcleo familiar, mientras intentan ser adoptados por cualquier frontera extranjera, pese a que les sean arrebatadas las costumbres, y renuncien a sus idiomas de origen para un nuevo quehacer rutinario y social; en contraposición, por supuesto, de quienes se quedan en su tierra sin merecerla, malgastando el escaso dinero en una seguridad pública que blinde la integridad de su cúpula preferencial, y que son los mismos, por cierto, que constituyen el epicentro de tal conflicto sinigual. Por mi parte, a los segundos los he visto con zapatos limpios y morrales sin la cremallera averiada, acechando, con las manos vestidas de guantes, cualquier indicio no descartable entre el basurero vecinal, para así alimentar al nutrido aunque desnutrido grupo presente, mientras se deja en evidencia tal improvisación, pues no siendo de sus maneras habituales, era la que yacía –de corte honesto-, para auxiliar al batallón; en contraste de los personeros que matan de hambre a un pueblo entero, sostenidos en fallidas tendencias proselitistas, a la vez que continúan engordando sus barrigas, las cuentas en suiza y sus egos de subcampeón.
“Aún no…” –y ahora me dispongo a terminar la frase-, “aún no ha culminado esta historia de terror”, porque a pesar de lo que piensen los monstruitos, le sobra sed de justicia al elenco protagonizador.
| Zaki Banna / @ZakiBanna