“Para poner a tres haitianos de acuerdo, hay que matar a dos”. Exgeneral Joseph Raoul Cedrás
Jean-Jacques Dessalines, Henri Christophe y Alexandre Pétion, tres líderes fundamentales de la revolución haitiana ejemplifican dramáticamente la observación del exgeneral Cedrás. Sus trayectorias ilustran las profundas divisiones que han caracterizado la política de ese conglomerado humano desde sus inicios como nación independiente.
La génesis del descalabro
En el mismo instante en que Haití se liberó del yugo colonial francés en 1804, emergieron las rivalidades internas entre sus líderes. Jean-Jacques Dessalines, se proclamó emperador y estableció un gobierno autoritario que duró apenas dos años. Su régimen reprodujo, paradójicamente, las estructuras opresivas del sistema que había ayudado a derrocar.
La alianza temporal entre Henri Christophe y Alexandre Pétion culminó en el asesinato de Dessalines en 1806. Este acontecimiento desencadenó la primera división territorial de Haití: Christophe estableció el Reino de Haití en el norte, mientras Pétion fundó la República en el sur. Esta fragmentación geográfica y política sentó un precedente funesto para la unidad nacional.
El reinado de Christophe terminó trágicamente. Enfrentado a rebeliones, y el constante asedio de sus rivales, más sus problemas de salud lo llevaron al suicidio, usando, según la historia, una bala de plata.
La crisis actual: Un eco del pasado
La situación actual refleja, con inquietante precisión, los eventos del pasado. La revolución haitiana de 1791 inició con la destrucción sistemática de la que entonces era la colonia más próspera de América. Los registros históricos documentan que, en septiembre de aquel año, doscientas plantaciones de caña fueron incendiadas. El historiador C.L.R. James, especialista en historiografía del Caribe, describe: “Los barcos partían llevando cada vez más colonos franceses y menos azúcar. La guerra devastó la infraestructura productiva, y para 1803, la otrora floreciente colonia se había convertido en un paisaje de cenizas y escombros”.
déjà vu,
Doscientos años después, los patrones se repiten con asombrosa similitud. Haití enfrenta una devastadora deforestación, severa escasez de recursos hídricos y un colapso total de sus sistemas productivos. Los indicadores sociales son alarmantes: tasas críticas de analfabetismo, desnutrición generalizada y pobreza extrema que afecta a más del 80% de la población.
En el contexto actual, Jimmy Chérisier, alias “Barbecue”, quien lidera la coalición de pandillas Viv Ansanm (“Vivir Juntos”), ha lanzado amenazas directas contra el Consejo Presidencial de Transición, proclamando una “revolución sangrienta” contra lo que él denomina “oligarcas corruptos”.
Las consecuencias son catastróficas: saqueos sistemáticos y destrucción de infraestructura vital como hospitales, bancos, centrales eléctricas, escuelas y puertos. Este ciclo de violencia replica, con precisión histórica, los eventos de hace dos siglos.
La respuesta internacional, encabezada por Estados Unidos, Francia y Canadá, se ha limitado a expresar rimbombantes declaraciones y a evacuar a sus ciudadanos hacia la República Dominicana, incluyendo el personal civil de la ONU. La comunidad internacional mantiene una postura de preocupante pasividad ante la crisis.
Esta situación representa un dilema crucial para la región, especialmente para la República Dominicana, que por el hecho de compartir la isla está siendo desbordada por la migración ilegal haitiana en busca de los alimentos y los servicios que se le niegan en su país. La comunidad internacional debe actuar con urgencia y determinación para contener esta espiral de violencia que amenaza con desestabilizar toda la región.
teoría de las ventanas rotas.
La historia demuestra que la inacción ante crisis humanitarias de esta magnitud puede desencadenar consecuencias devastadoras que trascienden fronteras nacionales y generan impactos duraderos en la estabilidad regional.
Drástica solución, barbecho social
En agronomía, el barbecho es una técnica ancestral que consiste en dejar una parcela sin cultivar durante cierto período, permitiendo que la tierra recupere sus nutrientes y fertilidad natural. Este proceso tiene tres objetivos fundamentales: la acumulación de materia orgánica y humedad, evitar el agotamiento del suelo, y mejorar su capacidad productiva
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Esta metáfora agrícola nos lleva a reflexionar sobre Haití, nación que durante más de dos siglos ha experimentado un continuo desgaste de sus recursos y su tejido social, sin lograr superar una de las situaciones de subdesarrollo más críticas del hemisferio occidental.
Conclusión
Ante esta realidad, surge una propuesta sin precedentes: implementar un “barbecho social” en esa región de La Española mediante una redistribución poblacional organizada. Este plan consistiría en establecer cuotas migratorias entre los 193 países miembros de las Naciones Unidas, muchos de ellos, por el envejecimiento de su población, con urgentes necesidades de mano de obra joven, permitiendo que millones de haitianos, actualmente sin esperanzas ni perspectivas de desarrollo, puedan integrarse en sociedades estructuradas donde adquieran conocimientos, habilidades y visiones, que eventualmente puedan regresar y contribuir a la construcción de un verdadero país. Algo que Haití nunca ha logrado ser de manera efectiva.