Al presidente, Donald Trump, no le gusta demasiado Washington, y en cuanto puede se escapa. De los 340 días que lleva en el cargo, ha pasado casi un tercio en terrenos de su propiedad como su residencia privada de Florida o sus campos de golf en Nueva Jersey o Virginia.
“No seré un presidente que me tome vacaciones. Raramente dejaré la Casa Blanca porque tenemos una gran cantidad de trabajo por hacer”, afirmó en 2015, poco después de haber anunciado su intención de competir por la candidatura presidencial republicana.
Las cifras, cuando está a punto de cumplir su primer año de mandato, muestran, sin embargo, que ha pasado casi un tercio, más de 100 días, fuera de Washington.
El destino favorito es Mar-a-Lago, en Palm Beach (Florida), donde precisamente pasa sus primeras Navidades como presidente junto a su familia, y a la que le gusta referirse como la “Casa Blanca de Invierno”.
Ha sido el lugar escogido para agasajar durante sus visitas oficiales a dos de los importantes pesos pesados de la escena global: el primer ministro de Japón, Shinzo Abe, y el presidente chino, Xi Jinping.
En total, Trump ha pasado 40 días en Mar-a-Lago, y donde hoy mismo ha iniciado su jornada, antes de desplazarse a su club de golf privado para disfrutar de su deporte favorito en lo que supone su clásica rutina vacacional.
En su cuenta de Twitter, Trump deseó “unas felices Navidades a todo el mundo” y aseguró que “volvería al trabajo para Hacer Grande a EEUU de Nuevo (lo que está ocurriendo más rápido de que nadie había anticipado)”.
Después de su residencia del sur de Florida, el mandatario ha pasado más de 30 días en su residencia de Bedminster, en Nueva Jersey, también con club de golf y que escogió para su descanso estival.
Cuando se queda en la capital estadounidense, Trump opta por el campo de golf que posee en Potomac Falls, en Virginia, a una media hora de la Casa Blanca, que gestiona su hijo Eric y donde ha pasado 24 días.
Para salir a cenar en la ciudad, el presidente lo tiene aún más fácil. En la avenida Pensilvania, a menos de medio kilómetro de la residencia presidencial, se encuentra el hotel de su propiedad, el Trump International, que se ha convertido en centro de reunión de empresarios y diplomáticos de Washington.
Apenas en un par de ocasiones ha aprovechado la residencia oficial de Camp David, en Maryland, a 100 kilómetros de Washington, enclave que ha calificado como demasiado “rústico” para su gusto.
Como contraste, su predecesor, el demócrata Barack Obama, solía alquilar residencias para sus vacaciones de verano, en la isla Martha’s Vineyard, en Massachusetts, o en su estado natal de Hawai.
Por su lado, el anterior presidente republicano, George W. Bush, solía pasar los días de descanso en su rancho de Crawford, en Texas.
Esta inusual frecuencia de Trump para visitar lugares de su propiedad ha generado suspicacias entre la opinión pública, dado los posibles conflictos de interés y lo que puede ser percibido como un uso de un cargo público para dar publicidad a negocios privados.
“George W. Bush se iba a menudo a Crawford, pero no es un lugar en el que pudieses alquilar la habitación de al lado”, criticó Jordan Libowitz, portavoz del grupo en favor de la transparencia Citizens for Responsibility and Ethics, en un comunicado.
La Casa Blanca ha rechazado estas cuestiones, y ha remarcado que se trata del tiempo de descanso privado del presidente.
El negocio, sin embargo, es el negocio y The Wall Street Journal informó recientemente de que la organización Trump, cuya gestión el mandatario ha delegado en sus hijos, ha elevado las tarifas en su hotel de Washington un 60% ante la creciente demanda y ha duplicado el coste para ser miembro de Mar-a-Lago hasta 200.000 dólares.