Por Sebastián del Pilar Sánchez |
Manuel Sebastián era un muchacho alto y moreno, no mayor de 13 años, que se hizo notorio en la Calle Azua. Les decían Manolo y vivía en el último apartamento de la primera planta del edificio No. 4, junto a sus hermanos de sangre, María y Miguelito, bajo el amparo de la señora Carmita Menicucci, una mujer de negocios que los estaba criando –igual que a su sobrina Alicia-, ocupándose de su educación y sufragando sus gastos académicos en los colegios María Auxiliadora y Don Bosco.
El edificio donde vivía estaba situado en la cercanía de la avenida San Martín y su tutora había instalado en un espacio colindante con la puerta de su casa, un puesto de leche sumamente concurrido, reputado como un punto comercial muy activo, gracias al avituallamiento diario del preciado líquido, que era transportado desde una finca cercana, propiedad de la familia Menicucci.
La leche llegaba en horas de la madrugada, y Manolo y sus hermanos se encargaban del servicio de distribución; de manera que era algo natural que desde tempranas horas de cada día, se les viera bregar con los tanques de acero inoxidable que contenían el fluido que transferían a los envases de los usuarios.
El negocio disponía de dos bicicletas con canastos de metal, receptores de los bidones de leche que Manolo y su hermano mayor Miguelito distribuían de manera personal, antes de las 7:00 de la mañana. Los destinatarios eran los encargados de los colmados de San Carlos, San Miguel, Villa Francisca y algunos negocios en el mercado Villa Consuelo, donde Miguelito y Manolo eran esperados con impaciencia, por el temor de que se hubiese agotado aquel fluido de nata pura de vaca.
Alicia y María eran alumnas del colegio María Auxiliadora, situado frente al Don Bosco en la calle San Juan Bosco esquina Dr. Delgado, y los muchachos tenían que apresurarse, duchándose y cambiándose de prisa, para acompañar a las chicas en el trayecto hacia ambos centros escolares, donde debían llegar a tiempo para cumplir con el estricto protocolo salesiano de acción de gracias y cantos en el patio central del Oratorio.
Manolo invariablemente fue un chico con responsabilidades de gente grande, obligado en parte por la señora Carmita, quien le inculcó de niño la estima por el trabajo, para hacerle comprender su valor dignificante, moldeando su carácter y habituándolo a la dura faena de cada día. Por eso era escaso el tiempo que disponía para el recreo barrial, participando en las diversiones de modo casual o de manera furtiva, pues sólo estaba autorizado a intervenir en los juegos deportivos del colegio.
Es decir, que sólo se inmiscuía en el deporte barrial si la diversión no tropezaba con su horario de estudio o de trabajo, sometiéndose de ese modo a la férrea disciplina casera; lo cual contribuyó mucho a que hiciera conciencia desde su niñez sobre la utilidad de la obediencia en el recorrido de la formación profesional.
Se puede asegurar que fruto de ese régimen severo, pudo graduarse de bachiller, asistiendo luego a la universidad del Estado, donde obtuvo un título de ingeniero electromecánico; estando así plenamente satisfecho y caminando orgulloso por las calles de la ciudad, en su rol posterior de alto ejecutivo de la Corporación Dominicana de Empresas Eléctricas Estatales.
Otro niño relativamente conocido en el barrio era Luis García, estudiante del Colegio Don Bosco, quien se distinguía por su timidez y sosiego, producto de la restricción a su circulación en el barrio impuesta por su padre, don Cuso García, un empresario capitaleño, propietario de dos estaciones gasolineras y una distribuidora de vehículos que operaban en la Avenida San Martín, en el tramo comprendido entre las calles Azua y Miami (Dr. Tejada Florentino), y que en los años 1958-1960, fue presidente del Consejo Directivo del Club Atlético Licey.
Le apodaron Luis la Jaiba, nunca se supo por qué, y su participación en el grupo estuvo limitada, aunque no de manera evidente, ya que su padre Don Cuso se manejó con mucha inteligencia, logrando que apenas se notase que inducía al chico a un parcial aislamiento, construyéndole dentro de su residencia una cancha de baloncesto pequeña, para que se ejercitara en ese deporte, que era su favorito, y dispuso que la terraza de su hogar se transformara en un área de juegos infantiles, asentándose allí una mesa de ping pong y otros entretenimientos.
En esa condición, Luis La Jaiba no tenía…ni tiempo, ni deseo de salir de su hogar, y satisfecho con aquel rigor paternal, correspondió al plan de su padre, trillando la senda del alumno sobresaliente en el colegio Don Bosco, y más tarde, en la universidad, donde se tituló de Ingeniero Civil.
Por ello poco se le recuerda en los movimientos del barrio, excepto su actuación en los juegos dentro de su propia casa; o los sábados en la mañana, en el colegio Don Bosco, donde acudía casi de manera obligatoria por su condición de alumno de ese centro educativo, a las prácticas de los niños aficionados al baloncesto, y participaba también como fanático de los juegos intercolegiales de baloncesto juvenil que se celebraban en el Oratorio con la actuación de los equipos de los colegios Evangélico Central, Calazans, La Milagrosa. La Salle y Don Bosco
En esos juegos el centro académico salesiano estuvo liderado por Marcelino Corporán, José Sosa y José Cafén, quienes poco después pasaron a jugar con el equipo superior de baloncesto de San Lázaro.
También jugaban con Don Bosco otros muy buenos baloncestistas como Rolando Haza y los hermanos George y Cristóbal Valdez, los cuales se destacaron en las agresivas competiciones contra los conjuntos rivales; en especial, resistiendo al combinado del colegio Evangélico Central, que era el campeón de entonces, y que contaba con grandes estrellas juveniles, como Manolito Prince y Aldo Leschorn, que brillaron más tarde en el baloncesto superior, con San Lázaro y Naco; y también con otros excelentes atletas, entre ellos, los hermanos Franklin y William Hasbún.
En ese tiempo aún no era importante el club Mauricio Báez, que adquiriría nombradía en los años 80 y 90 bajo la tutela de Fernando Arturo Teruel Capri. El antagonismo por la preeminencia en el baloncesto superior, se expresaba con vigor entre San Lázaro y Naco, que eran los equipos sobresalientes, en torno a los cuales se originaba la rivalidad más ardiente de los años 70 y 80, en función de la calidad y elegancia en el juego de jugadores excepcionales como un Manolito Prince, o Pepe Rozón, en los roles de pívot y rebotero del Club San Lázaro; así como el inmenso Hugo Cabrera, que regresaba desde los Estados Unidos para fortalecer la defensa del combinado de “Jobo Bonito” y competir con éxito contra el equipo de Naco con sus excelentes jugadores: Aldo Lechorns, Frank Prats, Eduardo Gómez y un talentoso señor llamado Cándido Antonio –Chicho- Sibilio, contando con la asistencia de uno de los refuerzos más productivos en la historia del baloncesto nacional, el estadounidense Marcellous Starks.
En aquellos juegos intercolegiales en el Don Bosco se recuerda la presencia de un joven fanático de la escuela normal llamado Frank Kranwinkel Zaiter, quien era muy alto y comenzaba a practicar baloncesto; siendo luego jugador de los equipos de San Antón y San Lázaro, con los cuales jugó hasta1972 cuando formalizó su retiro, dedicándose a formar las recordadas “Gacelas”, que actuaron dirigidas por Tony Tueni, utilizando la cancha de la Escuela Brasil, en la calle 16 de agosto de la ciudad capital, frente al parque y la iglesia de San Carlos Borromeo. Fue ahí que nació la fanaticada de baloncesto en el sector San Carlos, cuyo club sería fundado el 27 de octubre de 1973 por varios residentes del sector, encabezados por el baloncestista Pedro Pablo Díaz y los clubistas Rafael Melenciano, Nelson Ramírez, Garibaldi Mejía y Freddy Alar. Las prácticas fueron trasladadas a la escuela Primaria República de Chile, en la calle Montecristi esquina Juan Bautista Vicini.
Como Don Bosco ha sido el santo de los jóvenes, allí los juegos de baloncesto y de beisbol tenían siempre un carácter educativo, realizándose bajo la concepción pedagógica de que “la alegría y el juego –como entendía el virtuoso sacerdote- son factores fundamentales para generar un ambiente de familia propicio para la educación y evangelización”.
El juego de beisbol era monitoreado por un joven apodado Cacaíto, que estaba considerado como el mejor pitcher del colegio, y cuyo nombre de pila era Radhamés de la Cruz Sánchez, oriundo de San Pedro de Macorís, el más joven de cuatro hermanos radicados en la Capital desde el año 1957, cuando sus padres se mudaron en la casa No. 23 de la calle Azua, con el propósito de proteger la carrera universitaria del hijo mayor, de nombre Eros, que estudiaba Medicina en la Universidad de Santo Domingo.
Los otros hermanos de Cacaíto eran dos varones de 17 y 16 años, conocidos por los nombres de Camén y Guaroa; y una hermosa morena, de ojos grandes, no mayor de 15 años, llamada Rita, alumna del colegio María Auxiliadora.
El joven Eros de la Cruz sería con el tiempo un médico sobresaliente y dirigente gremial; presidiendo la otrora combativa Asociación Médica Dominicana (AMD); mientras que su hermano Guaroa, se distinguiría como un técnico meritorio del Instituto Nacional de Recursos Hidráulicos (INDRHI).
Otro instructor en las prácticas de pelota, también del barrio, lo fue Frank Félix Cruz, domiciliado en la primera planta de un edificio de tres pisos enclavado en la calle Barahona esquina María de Toledo. Se le consideraba como el más brillante defensor de la posición de shortstop o campocorto en el beisbol aficionado y jugaba para el equipo Fordson.
Sus hermanos –de igual manera- eran en la época atletas adolescentes con afición indiscutible por el juego de pelota, aunque la música era su pasión oculta; lo cual se demostraría con su ingreso al popular Combo Show de Johnny Ventura, en el que descollaron tocando tambores y timbales, alcanzando la cima de popularidad y logrando que sus nombres se escribieran con letras doradas en la historia merenguera de la República Dominicana.
Estos muchachos eran Rafy Cruz, Ramoncito el de la Pipa y su hermano menor, llamado Juan Pablo Cruz León, mejor conocido por Pablito barriga, quien entró al conjunto musical como bailarín, pasando luego a tocar la güira; culminando su historia artística como director musical y artífice del éxito merenguero logrado por Johnny Ventura y sus caballos.
Frank Félix Cruz se mantuvo en el beisbol; y luego de su exitosa carrera amateur, y tras haber pasado por la pelota invernal profesional, en la calidad de árbitro, fue inmortalizado como uno de los más destacados peloteros de los años 60. Su exitosa carrera fue resaltada por el comité de honor de la edición 43 de la premiación “Los Dominicanos Primero”, de la empresa Shell, que en diciembre del 2014 lo condecoró con la distinción de “Pelotero Antiguo”.