Conversaciones con la Diáspora. -Ana Pimentel
Por Jason Prats, para Diaspora & Development Foundation, EE.UU.
Nacer en un lugar que proyecta limitaciones no es determinante al proyecto de vida que viene dentro de ti. Muchas veces las oportunidades las creas tu más que el entorno en el que naces.
Esta semana nos reunimos con Ana Pimentel, miembro de la diáspora dominicana que reside en Estados Unidos, específicamente en la ciudad de North Miami Beach. La oriunda del distrito municipal de Fundación, en Guananico se crio sin televisión, sin muñecas, donde las salidas de esparcimiento se limitaban a la escuela y la iglesia. Así se crio Ana junto a su abuela, Silvana. Bajo gestos que antes veíamos como estrictos y hoy vemos como sobreprotectores, el amor de familia se proyectaba así, aunque en el momento no se entendiera como tal.
La niña de Fundación se crio pobrecita y sin su padre. Andrés Pimentel falleció cuando Ana aún era una niña. Lo que obligó a María, su madre, cargar con la difícil batalla de velar y echar hacia adelante a sus 4 hijos, asegurando florecieran en personas de bien. Y lo hizo partiendo hacia San Pedro de Macorís, con la esperanza en una mano y la incertidumbre en la otra. En busca del pan y del porvenir. Por eso la alta presencia de la abuela Silvana a lo largo de la infancia de Ana y sus hermanos. Estos se quedarían en Fundación.
Fue una infancia difícil para los Pimentel. Una llena de escasez y de poco gozo. Recuerda Ana que “siempre fui bien calladita”. Hace memoria de como nunca alzó la voz, ni mucho menos violó el silencio que sigue la palabra de un adulto. Nos comparte sin complejos, “en nuestro pueblo de personas humildes, sentía que los niños en la escuela nos miraban de forma extraña, por lo pobrecitos que éramos.” Sin embargo, le agrega que, nunca pasaron hambre ni despecho. “Además de que Mami enviaba lo que podía desde San Pedro, los vecinos estuvieron siempre pendientes” de ellos. Incluso, “en muchas ocasiones haciéndonos llegar comida”, nos añade. Esos gestos los valora con gratitud, pero sobre todo con compromiso. Por ello siempre le agradece a su pueblo, y a muchos de sus vecinos.
Los que vinimos de países en desarrollo sabemos que actos de desprendimiento nos definen como ser humano. Ya sea dando o recibiendo, esas experiencias de gratitud desde o hacia el prójimo determina el ser y la comunidad a la que perteneces. El recuento de Ana me reafirma lo que desde niño se. Que nuestro país puede tener muchos problemas, pero complementariamente está lleno de solidaridad.
A Ana le pareció una eternidad, esperar por su Mamá, aunque esta regresaba a Guananico con cierta frecuencia. Pero, así como Ana, sus hermanos y abuela esperaban por María, así también esta esperaba por su hermano Rafael, que residía en Estados Unidos.
El que ha vivido esperando papeles de migración, sabe que una década es exactamente eso, una eternidad. Eso le tomó a Rafael, para lograr el proceso que le facilitaría los “papeles” a su hermana y con ello la reubicación de todos en un encuentro en North Miami Beach, en Estados Unidos
Ana, ya una quinceañera, en el 2005, llega a North Miami Beach, “No sabía nada de inglés y el sistema escolar era bien diferente. Me sentía muy triste, y muchas veces decía que quería regresar a mi país.” Ese sentir es típico de todo inmigrante. Ven la luz del pasado alumbrándole más brillante que la que tienen apuntándole hacia adelante. “Pero gracias al tío Rafael, quien no solo nos ayudó a venir, sino que, además, nos ayudó a establecernos.” Ana nos comparte como el compromiso de su tío no se detuvo en asistirles con las tareas de la escuela, sino que el gesto lo extendía a otros niños recién llegados que tenían dificultad con el idioma. Como lo fue en Fundación, aquí también todos se apoyaban.
El idioma los superó gracias a dos eventos. El primero lo fueron las tutorías del programa ESOL (‘Ingles Como Segundo Idioma’, por sus siglas en Ingles), y el segundo, jugando futbol, donde todas las compañeras de equipo solo hablaban inglés. Esa facilidad le dio la confianza para considerar un su primer empleo, en una gasolinera. Este esfuerzo le permitió ser una ayuda para la familia.
Ya graduada de secundaria, e interesada en aprovechar las oportunidades educativas que brinda este país, se enrola en Miami Dade College, con asistencia económica gubernamental, ofreciéndole iniciar sus clases de manera gratuita. “Jasón, aún tenía muchas lagunas con el inglés, pero continué con clases adicionales de ESOL en la universidad, las cuales me ayudaron a mejorar y sentirme confiada. Todos debemos continuar aprendiendo. Y sobre todo esas clases gratuitas”, nos motiva Ana.
La joven, que llegó de un campo remoto, culminó su licenciatura en Justicia Criminal con un asociado en psicología en apenas os 4 años. Y lo logró teniendo un trabajo de esos que solo los inmigrantes asumen. Esos que requieren de horarios sacrificados de madrugada. Cerrado su horario, descansaba lo posible y a las 8:20 de la mañana ya estaba en clases. Incluso, “quería ser abogada”, nos dice. “Pero Jason, te confieso que, en ese momento no disponía del tiempo que esa carrera requiere”, nos dice.
La niña que hablaba poco también escuchaba mucho. Y ahí fue que su misión de vida le llegó. “En el trabajo vi que, a mis compañeros se les hacía fácil contarme los casos de sus vidas y a mí se me hacía fácil escucharlos… entonces me dije, yo puedo poner esto en práctica y elegir una carrera donde pueda ayudar a las personas a través de simplemente escucharlos.” Esto llevó a Ana a hacer su maestría con una doble titulación en salud mental y consejera de escuela. “El sistema educativo siempre me llamó la atención y quería encontrar la forma de ayudar a los niños, así como muchos maestros y consejeros me ayudaron, cuando llegue a este país.”
Ana, ahora llevaba dos trabajos, una pasantía y las clases de la universidad. “Si me preguntas como lo hice, no te sabría decir. Pude dejar los dos trabajos que nada tenían que ver con mi carrera y me concentré en uno nuevo, en mi área, como terapeuta de salud mental, ayudando a niños inmigrantes.” Para Ana, este trabajo fue una verdadera oportunidad, de poder cumplir con su pasión y a la vez ayudar a otras niñas, que al igual que ella, llegaban a una realidad totalmente diferente a la suya.
Cualquiera pensaría que luego de su maestría ya Ana se sentiría realizada, pero nos agrega, que ya como madre, tenía mayores deseos de continuar superándose. Al igual que todos los inmigrantes que llegamos aquí, la idea es poder pasar el favor y la dicha hacia adelante. Brindarle lo mejor a nuestros hijos. “Entonces me dije, si pude lograr mi maestría con tantos retos, puedo hacer un Doctorado.” -Ana, hoy está culminando su PhD en servicios humanos.
Y con esa antorcha de metas superadas, Ana me cede sus últimas palabras, asegurándome que “siempre recuerdo a mis pacientes que al igual que yo son inmigrantes. Que vinieron a este país, dejando seres queridos y su tierra natal atrás. Y lo hicieron por una razón. Entonces Jason, hay que luchar por esa razón. Hay que levantarse todos los días y decir, yo puedo.” A lo que le agrego, ¿piensas regresar? Y rápidamente me responde, “claro, que, sí. La experiencia que he obtenido en este país, quiero llevarla a mí República Dominicana, para también brindarla a los nuestros.”