Thursday, November 14, 2024
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Despojando de santidad a una guerra barbárica

“La guerra es muy mala escuela
No importa el disfraz que viste
Perdonen que no me aliste
Bajo ninguna bandera
Vale más cualquier quimera
Que un trozo de tela triste”

Milonga del Moro Judío- Jorge Drexler

 Recordemos por un instante que, desde la creación del Estado de Israel en el año 1948, se han sucedido guerras, intervenciones extranjeras y ciclos interminables de violencia que han dejado profundas heridas en las sociedades de la región y en sus seguidores, dispersados en todo el mundo. Concretamente, el conflicto entre el Estado de Israel y Palestina tiene sus raíces cuando el movimiento sionista comenzó a promover la precitada creación de un Estado Judío en territorio palestino, entonces parte del Imperio Otomano. Al finalizar la Primera Guerra Mundial y la caída del Imperio, Palestina quedó bajo el control de Gran Bretaña, y el mandato británico facilitó la inmigración judía, generando tensiones con la población árabe palestina que veía amenazada su tierra y su identidad. Pues bien, tras el Holocausto en la Segunda Guerra Mundial, la presión internacional comandada por los Estados Unidos aumentó para crear dicho Estado, lo que culminó en la partición de Palestina propuesta por la ONU en el año 1947. Israel declaró su independencia en 1948, lo que provocó una guerra con los países árabes vecinos y el desplazamiento masivo de palestinos, conocido como la Nakba: desde entonces, el conflicto no se ha detenido en absoluto, provocando guerras, ocupaciones y ciclos de violencia que continúan hasta hoy, centrados en la disputa por el territorio y la soberanía.

Justamente por ello, la geopolítica juega un papel clave, ya que hablamos de la zona estratégica más importante del planeta, ya sea por sus recursos energéticos como por los intereses puntuales de potencias como los Estados Unidos, Rusia y la Unión Europea, además de actores regionales como Irán y Arabia Saudita. Veamos brevemente, uno por uno, qué rol tienen estos jugadores: Estados Unidos ha sido históricamente el principal aliado de Israel, brindándole apoyo militar, económico y diplomático (Washington considera a Israel un aliado clave en la región por su estabilidad y posición frente a sus adversarios, por lo que ha intentado mediar-cuando le conviene- en procesos de paz, aunque su parcialidad dificulta los acuerdos). Rusia, por su parte, ha buscado mantener una influencia en Medio Oriente, apoyando a actores como Siria e Irán, con quienes comparte hasta la actualidad una relación estratégica, aunque también tiene relaciones diplomáticas con Israel, posicionándose como un contrapeso frente a la hegemonía estadounidense en la región y promoviendo una solución más equilibrada en favor de Palestina y otros estados árabes. La Unión Europea, también, desempeña un papel pretendidamente de mediador y defensor del diálogo, intentando apoyar propuestas como la creación de dos Estado, Israel y Palestina, viviendo en paz: si bien Europa condena los asentamientos israelíes en territorios ocupados, su influencia política es limitada en comparación con la de Estados Unidos. Irán, uno de los principales opositores de Israel en la región, apoya a grupos como Hezbolá en Líbano y Hamás en Gaza, buscando debilitar a Israel y expandir su influencia en el mundo islámico, especialmente en oposición a los intereses norteamericanos y de sus aliados árabes. Por último, Arabia Saudita, tradicionalmente defensor de la causa palestina, ha comenzado en años recientes a acercarse a Israel, principalmente por la amenaza común regional que representa Irán y su potencial atómico: aunque todavía apoya formalmente la creación de un Estado palestino, los intereses de seguridad han impulsado una relación pragmática con Israel en contra de la expansión iraní.

Ahora bien, es necesario explicar que si bien el conflicto precedentemente detallado es preponderantemente territorial, tiene tras de sí un componente religioso que no se puede eludir en este intento de comprensión. Tengamos en cuenta que Jerusalén es un emblema simbólico poderosísimo para todos los implicados: para los judíos, puesto que es el suelo del Templo de Salomón, pero también para los cristianos, porque es la ciudad donde Jesús de Nazaret, el Cristo, fue crucificado y resucitó y, asimismo, para los musulmanes, es la tercera ciudad más sagrada después de La Meca y Medina. El componente espiritual añade ciertas dificultades a cualquier intento de resolución de las crisis previamente enunciadas, puesto que no se trata simplemente de un enfrentamiento entre naciones o etnias, sino de una disputa por lo que las tres religiones monoteístas más grandes del mundo consideran “tierra sagrada”.

Intentemos comprender lo dicho con las gafas de la filosofía. Empecemos con Maimónides (1138-1204), uno de los más grandes filósofos y teólogos judíos de la Edad Media. Su pensamiento combina la tradición religiosa judía con la filosofía aristotélica, ofreciendo valiosas reflexiones sobre la justicia, la paz y la convivencia, conceptos que son profundamente relevantes para el conflicto que estamos analizando. En su obra “Guía de los Perplejos”, Maimónides aborda el rol de la justicia como pilar esencial para el orden social y la convivencia pacífica, argumentando que la justicia no es solo un atributo humano, sino una emulación de las cualidades divinas.

 “El objetivo final de la Ley es doble: el bienestar del alma y el bienestar del cuerpo. Para el bienestar del cuerpo, es necesario que exista una sociedad en la que se establezcan normas justas y equitativas” (Maimónides, 1963, p. 53).

Desde esta perspectiva, la convivencia pacífica debe estar basada en leyes justas que promuevan el respeto mutuo y el bienestar colectivo, algo que puede aplicarse tanto a las relaciones intracomunitarias como a los conflictos entre naciones. Además, Maimónides promueve la idea de la “tzedekah” (justicia social), entendida como una responsabilidad individual y comunitaria, lo que implica que cada miembro de la sociedad tiene el deber moral de promover la paz y la justicia: en el contexto del conflicto israelí-palestino, esta noción podría inspirar un enfoque más equitativo y humanitario en la búsqueda de soluciones, donde tanto unos como otros se comprometan a respetar los derechos fundamentales del otro. No debemos olvidar que, para Maimónides, la paz no es solamente una meta, sino un proceso que requiere de justicia y responsabilidad por parte de todos los actores involucrados. Tampoco debemos olvidar cómo abordó el tema puntual de la guerra, distinguiendo entre “guerras obligatorias” y “guerras opcionales” en su “Mishné Torá”.  Según él, las guerras solo son justificables para defender al pueblo o para liberar territorios legítimamente reclamados, pero siempre deben ir acompañadas de intentos sinceros de paz: este principio refleja una ética que, aplicada al conflicto actual, sugiere que cualquier acción militar debería estar precedida por intentos genuinos de negociación y reconciliación. Evidentemente, Maimónides ofrece una visión filosófica y ética que insta a todas las partes a actuar con responsabilidad moral y a establecer un sistema de convivencia basado en leyes justas que promuevan el bienestar mutuo.

 “Incluso cuando se enfrenta a una guerra justa, primero debe ofrecerse la paz” (Maimónides, 1987, “Leyes de los Reyes”  6:1).

Desde la tradición islámica, es crucial que tengamos en cuenta los aportes de uno de los filósofos islámicos más influyentes de la Edad Media, a saber, Averroes (“Ibn Rushd”, 1126-1198), puesto que ofrece un punto de vista comparable a Maimónides en varios aspectos, especialmente en la relación entre justicia, convivencia pacífica y el uso de la razón como medio para comprender y aplicar los principios morales en una sociedad. Ambos pensadores, aunque pertenecientes a tradiciones religiosas distintas, compartían una profunda admiración por Aristóteles y su visión de la racionalidad como fundamento del orden ético y político.

Según Averroes, la justicia es un principio esencial que debe guiar las relaciones humanas y sociales, tal como lo expresa en su “Comentario a la Política de Aristóteles”, donde destaca que el objetivo de cualquier sistema político es lograr el bien común y la justicia. Esta concepción de la justicia se encuentra en sintonía con la de Maimónides sobre la importancia de las leyes justas y equitativas para la convivencia. Ambos coinciden en que una paz verdadera sólo puede lograrse cuando se garantizan los derechos y el bienestar de todos los miembros de la sociedad.

“El fin de la ley es que los hombres vivan juntos en una sociedad organizada donde se respete la equidad y la justicia” (Averroes, 1985, p. 143).

Averroes también defendía el uso de la razón para interpretar la ley divina (“sharīʿa”), lo que se conoce como “falsafa” (filosofía islámica). A través de la razón, sostuvo, los seres humanos pueden discernir lo que es justo y correcto, puesto que “la razón es un don divino que nos permite comprender las leyes naturales y divinas, y actuar conforme a ellas en la búsqueda del bien común” (Averroes, 1994, p. 87).

Claramente, este enfoque resuena con la visión de Maimónides, quien también argumentaba que la justicia es tanto un principio moral como racional, y que el uso de la razón es clave para una vida virtuosa y ordenada. En términos de convivencia entre diferentes comunidades religiosas y culturales, Averroes defendió la coexistencia pacífica basada en el respeto mutuo y la justicia, particularmente en su obra “Tahafut al-Tahafut” (“La incoherencia de la incoherencia”), en la cual respondía a quienes criticaban el uso de la razón y la filosofía para interpretar la ley islámica, argumentando que la armonía entre las comunidades sólo puede lograrse cuando se fomenta la comprensión mutua y se respetan las diferencias,

 “El conflicto surge de la ignorancia, mientras que la razón y el conocimiento son los medios para superarla y construir una sociedad justa” (Averroes, 2001, p. 128).

El precitado llamado a la convivencia equilibrada, racional y pacífica es, particularmente relevante en el conflicto israelí-palestino que estamos analizando. Tanto Maimónides como Averroes sostienen que la paz solo puede lograrse mediante un sistema basado en la justicia y el respeto a la dignidad humana, coincidiendo en que la guerra y la violencia son respuestas extremas que deben evitarse mientras que el diálogo y la justicia son las verdaderas vías para resolver los conflictos.

Pero no sólo en cuestiones filosóficas concretas se puede vislumbrar el encuentro posible entre los polos de estos extremos que se encuentran en conflicto. La guerra entre Israel y Palestina, desde una perspectiva teológica, resulta profundamente incoherente si consideramos que las tres grandes religiones monoteístas involucradas- Islam, Judaísmo y Catolicismo- comparten una raíz común en la tradición  abrahámica, la cual, en su núcleo doctrinal, promueve profundamente la paz, el respeto a la vida y el rechazo a la violencia injustificada.

Tanto en el Corán, como en la Torá y en los Evangelios, se enfatiza con fulgor la importancia del perdón, la compasión y la reconciliación como principios divinos. El Corán señala que “Quien mata a una persona, es como si hubiera matado a toda la humanidad; y quien salva una vida, es como si hubiera salvado a toda la humanidad” (Corán, 5:32). Por su parte, el Judaísmo prohíbe la venganza en Levítico 19:18, al sostener “No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Asimismo, en el Cristianismo, Jesús enseñó en el Sermón de la Montaña  “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9). Los principios precedentemente compartidos indican que la violencia y el conflicto armado no son coherentes con los valores fundamentales que todas estas religiones defienden, motivo por el cual la prolongación innecesaria de esta guerra traiciona las enseñanzas centrales de estas riquísimas tradiciones que, en su esencia, abogan por la convivencia pacífica y la resolución de conflictos a través del diálogo y el respeto mutuo.

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