– Yemíl Rosario
En el año ‘83, una familia de cuatro se convierte en cinco. Bonao, Villa de las Hortensias, fue la ciudad. Así inicia el relato que sostuvimos con Yemíl Rosario. El profesor de muchos y el alumno de todos, que hoy reside en la ciudad de PembrokePines, la que muchos dominicanos que residen en el Sur de la Florida consideran el Santiago de Miami.
Su relato parte desde la dificultad. Desde la infancia. Desde el árido sol del Cibao. Y lo acepto. Todo intercambio que inicia de esa forma y desde ese punto de partida, solo tiene un trayecto. Hacia arriba.
“Tuvimos muchas vicisitudes económicas en nuestro hogar, mientras yo crecía. Pero rápidamente lo complementa cediéndonos que su padre nunca se detuvo. El típico cibaeño progresista, buscó siempre la forma de ir escalando. Paso a paso. Relación a relación. “Papi siempre encontraba la forma de avanzar.” Sentí que me decía que su progenitor continuamente insistía en dar esos dos pasos hacia adelante, cuando veía que la vida le obligaba a dar uno hacia atrás.
Forzando y abriéndose camino el papa de Yemíl se encuentra con la oportunidad de la Falconbridge, lo cual termina permitiéndole a él y sus hermanos, disponer de una educación cuasi exclusiva, en un muy buen colegio privado, bilingüe y de origen canadiense.
Mas allá de la experiencia educativa, la cual resalta como académicamente exitosa, ya que siempre se mantuvo en el cuadro de honor, Yemíl agota su energía de niñez y necedadinclinándose a la recreación deportiva. El deporte se convierte en su pasión en su tiempo de ocio, practicando el beisbol, la natación y el mountain-bike.
Pero más allá de los deportes, Yemíl comienza a definir un talento y pasión que hasta el día de hoy guarda. La pintura. “Tuve el privilegio de asistir a la escuela Cándido Bidó, un centro de estudio en artes plásticas.” Entre sobras, polvo, calor y caribe, Yemíl nos relata cómo se destacó en lo que era dibujo en carboncillo, sobre papel.”
Aunque no lo expresa, entiendo que en sus gestos que acepta que del arte no se vive, aunque esta sea tu vida. Y rápidamente trae el tema de la educación superior, citándome que se graduóde Ingeniería de Sistemas en Computación en el Instituto Tecnológico de Santo Domingo, INTEC. Defiende su cariño hacia ella y me asegura que, así como los deportes en un momento, o las tardes donde Bidó, su carrera también conquistó su interés y atención.
Su primer trabajo fue en la misma universidad. Como encargado adjunto del laboratorio de informática. Y para complementar, se mantenía ocupado, “chiripiando”, término criollo para “freelancing”. Instalando software y operativizando las plataformas que requerían pequeños negocios en Santo Domingo.
Agotada esa etapa, decide regresar a su natal Bonao y emprender su empresa en la misma área de tecnología. “Estuve al frente de la compañía por 3 años y tuvimos clientes a nivel nacional, desde Puerto Plata hasta Punta Cana. Iba bien. Creciendo rápidamente, hasta que me enamoré, como lo había hecho antes por el deporte, el carboncillo y el computador.
“Yo siempre digo que vine a Estados Unidos por amor. Yo vivía feliz en mi país.” En varios viajes de visita a Florida, conoció a quien hoy es su esposa. En ese entonces iniciaron una relación a distancia y “luego de la crisis de las hipotecas del 2008, la cosa en RD su puso difícil para mí y para la compañía. Tenía que poner en una balanza mis opciones y ver cual pesaba más”, nos relata Yemíl. Analizó que sería más cuesta arriba, el que su pareja se mudara a la isla contrario a que él dejara todo atrás e iniciar desde cero en Estados Unidos. Difícil realidad, pero en su caso, una decisión certera y de menos riesgo.
Pero en vez de iniciar por la ciudad donde vivía su potencial pareja de vida, Yemíl inicia por Nueva York, como todo esperanzado que suele considerar esa ciudad el epicentro de las oportunidades. Pero la crisis en los Estados Unidos seguía y las brechas eran pocas y poco a menudo. De ahí Yemíl rueda, por así decirlo, hasta Boston, donde también hace swing, creyendo poder “embasarse”. Y a ley de un strike, lee la señal que sus futuros suegros le hacen, insinuándole que bajara a Miami. Y como si fuera la gacela de las Águilas Cibaeñas, huye pa’l sur.“Le doy tantas gracias a mis suegros quienes me recibieron como un hijo más”, nos confiesa.
La crisis económica seguía. Era el 2011 y el sueño americano aun no se asomaba. No se desvía y antes de empeñarse en cualquier empleo, Yemíl se fija en su área de especialidad y solo busca empleos en informática. Pero todas las ofertas eran temporales, de pocas horas y montos poco atractivos. Entre ellas recuerda el compromiso que asumió como instructor de niños, en diseño de páginas de internet para niños que pasaban sus tardes en una iglesia ubicada en el sector de Miami llamado Pequeño Haití.
Un programa de asistencia a las comunidades de bajos ingresos, auspiciado por el Estado. “Siempre me ha encantado enseñar. Incluso creo que amo hacerlo. Y la experiencia con sesos niños, fue bonita. Compartir con ellos, y notar su interés de aprender, fue mágico. Pero Jason”, me dice, “la experiencia también fue un choque con la realidad. Fue difícil ver la pobreza en esos barrios. Y más verlo en este país, que muestra ser tan grande y rico.”
La voz y las ofertas corren más que las malas noticias y las mentiras. Eso he creído siempre. Y más aún, cuando lo haces bien en un nicho. Eso lo he reconocido siempre. Y escuchándolo contar su historia, veo como el perfil de su experiencia comienza a tomar forma. Justo cuando estaba dando clases en la iglesia, a Yemíl se le presenta la oportunidad de participar en otro programa auspiciado por el gobierno. Este, sin embargo, para personas desempleadas, de los barrios marginados de Miami, interesadas en especializarse en su área. O como nos fija el. “la mayor y más grande lección de vida.”
“Ahí conocí personas que habían tocado fondo en lo personal, lo profesional, lo económico y lo emocional. Jason, de todos los escenarios y todos los estamentos sociales. Sin embargo,” me cuenta, “sentí una gran motivación, por ayudar a esa gente. Pues verles el ánimo de querer reinventarse a pesar de los fracasos, fue una enorme enseñanza.”
Es cierto que América cede oportunidades y lecciones, pero sobre todo te oferta la oportunidad de regresar. O por lo menos a que lo reconsideres. Cuando vienes y vives la experiencia de Estados Unidos, reconoces las riquezas de tu país. “El que no encontrara trabajo fijo y de buena paga, me llevó a considerar fuertemente, regresarse a RD. Te juro Jason, que ya yo tenía mis maletas hechas y listas, cuando llegó la llamada.”
El día antes del Día de Acción de Gracias, recibe una invitación para entrevistarse con la compañía con la cual se pasaría sus próximos 12 años. El que decía que tenía las maletas hechas, siempre estuvo buscando el trabajo con el cual pensó resolvería su sueño americano. Y le llegó.
Yemíl Rosario inicia como técnico en la multinacional HardRock. Una posición de entrada que con el tiempo le ha permitido llevar hasta ser hoy el ingeniero encargado en los sistemas de infraestructura de esta. Su responsabilidad le hace viajar de costa a costa, a todo lo largo y ancho de los Estados Unidos continental. De Miami a New York a San Diego y Atlantic City, como ejecutivo importante de los proyectos de apertura de las nuevas localidades de la cadena de hoteles, casinos, restaurantes, centros de recreo y entretenimiento. Esa llamada, sigue siendouna gran acción de gracias.
La historia de Yemíl es un testimonio inspirador de cómo, a pesar de los obstáculos y las adversidades, es posible trillar un camino exitoso y satisfactorio en un entorno nuevo y desconocido. El amor, la paciencia y la esperanza siempre conspiran en favor de uno. Podemos decir que su historia nos recuerda la importancia de mantener la fe en nuestras habilidades y de trabajar enérgica y estratégicamente para aprovechar las oportunidades que se presenten. En América, hay que estar listos para cuando lleguen. No podemos salir a buscar la preparación y el ánimo cuando te están tocando la puerta.
En estos días, este Bonaense, con gran orgullo celebra el nacimiento de su primogénita y con ese mismo orgullo, cuando se le preguntas, si piensa volver, el simplemente responde, “yo siento que nunca me fui de mi país. Todavía siento que tengo mucho que devolverle a mi tierra.” A mi entender, nunca deshizo las maletas.
Jason Prats,
Diaspora & Development Foundation