La temible Agencia Central de Inteligencia (CIA), el mayor y más poderoso servicio de espionaje del mundo, cumple este lunes setenta años de misiones ultrasecretas que harían las delicias del mejor thriller.
Asesinatos, derrocamientos de gobiernos opuestos a las políticas de EE.UU., golpes de Estado, financiación y entrenamiento de grupos paramilitares o secuestros selectivos forman parte de la polémica historia de la CIA, que nació el 18 de septiembre de 1947.
Ese día entró en vigor la Ley de Seguridad Nacional, promulgada por el presidente Harry Truman para aunar el fragmentado cuerpo de inteligencia en el extranjero.
La CIA tomó el testigo de la Oficina de Servicios Estratégicos (OSS), creada en plena II Guerra Mundial (1939-1945) para evitar ataques por sorpresa como el bombardeo japonés contra la base naval estadounidense de Pearl Harbor (Hawái) en 1941.
Todo lo que rodea a la Agencia es “top secret”, como su plantilla y su presupuesto, aunque una información filtrada en 2013 y publicada por el diario The Washington Post arroja datos abrumadores: 21.575 empleados y 14.700 millones de dólares.
A diferencia del KGB soviético, su gran rival en la Guerra Fría (1945-1990), la CIA tiene prohibido actuar en territorio nacional y, en la práctica, sólo rinde cuentas ante el presidente de EE.UU.
Este lunes, pues, la Agencia celebrará su septuagésimo aniversario por todo lo alto en su cuartel general, un inexpugnable recinto con diseño de campus universitario enclavado en mitad de un espeso bosque en Langley (Virginia), a las afueras de Washington.
“Tendremos una tarta de cumpleaños”, revela a Efe Jeannette S. Campos, portavoz de la Oficina de Asuntos Públicos de la CIA, en los pasillos del edificio principal de la sede en Langley, al precisar que el director de la Agencia, Mike Pompeo, “cortará” el pastel.
En el suelo blanquinegro del vestíbulo llama la atención el famoso logotipo de la CIA, frente al monumento a sus espías caídos en acto de servicio: una pared con 125 estrellas (una por cada agente muerto) esculpidas en un reluciente mármol blanco de Alabama.
“La CIA protege a EE.UU. y refuerza la seguridad global”, comenta Campos, quien intenta desmitificar el “misterio” de la Agencia en la percepción de los ciudadanos: “Somos -explica- una mezcla diversa de estadounidenses corrientes que logran cosas extraordinarias”.
La CIA -añade- intenta “resolver los problemas más difíciles del mundo”, una misión que en setenta años de historia presenta notables éxitos, pero también estrepitosos fracasos.
La Agencia puede presumir, por ejemplo, de cantar victoria en la operación encubierta “PBSUCCESS”, que desembocó en el golpe de Estado en Guatemala de 1954 contra el Gobierno democráticamente elegido de Jacobo Arbenz Guzmán, contrario a EE.UU.
Entre otras muchas actuaciones, la CIA también cosechó éxitos en el dispositivo para atrapar -y ejecutar- al mítico guerrillero argentino Ernesto “Che” Guevara en Bolivia en 1967, o en la financiación y suministro de armas a los combatientes islamistas que lucharon contra la invasión soviética de Afganistán (1979-1989).
Sin embargo, los espías de EE.UU. sufrieron la humillación de la fallida invasión de Bahía de Cochinos (1961) para derrocar al líder cubano Fidel Castro, no olieron la caída del comunismo y tampoco previeron los ataques de Al Qaeda el 11 de septiembre de 2001 contra las Torres Gemelas de Nueva York y el Pentágono en Washington (11S).
En palabras del experto estadounidense en espionaje Tim Weiner, el 11S representó un “segundo Pearl Harbor”.
Fuerzas especiales de EE.UU. se desquitaron el 2 de mayo de 2011 con el asesinato en Abbottabad (Pakistán) del líder de Al Qaeda, Osama bin Laden, a quien la CIA paradójicamente había entrenado y financiado durante la ocupación soviética de Afganistán.
El fusil que Bin Laden conservaba en su guarida de Abbottabad, un AK-47 de fabricación rusa, puede verse minuciosamente colgado como trofeo de guerra en una vitrina del Museo de la CIA en Langley.
Pese a sus fiascos, el mito de la CIA como organización infalible y omnipresente se ha perpetuado durante décadas no sólo en la mente de sus enemigos, sino en el imaginario de muchos estadounidenses influidos por los filmes de intriga.
Hollywood “no nos refleja bien (…). Las películas muestran explosiones, persecuciones de automóviles (…). Esa no es nuestra vida”, asegura a Efe, bajo anonimato, un historiador de la CIA.
Quizás llevara razón Henry Kissinger cuando en 1971 viajó a China, como asesor de Seguridad Nacional del presidente estadounidense Richard Nixon, y el primer ministro chino Zhou Enlai le preguntó por las subversiones de la CIA.
El entonces futuro secretario de Estado contestó que Zhou “sobrestimaba enormemente la competencia de la CIA”, y el mandatario replicó que, “cuando pasa algo en el mundo, siempre se piensa en ellos”.
“Eso es cierto -admitió Kissinger-, y les halaga, pero no se lo merecen”.