Por Manuel Hernández Villeta |
Cuando se celebra un aniversario perdido en el tiempo de la fecha en que nació Rafael Leónidas Trujillo Molina, queda en el aire que no se sepultó su era, sino que se dio una metamorfosis donde quedaron a flote por siempre el autoritarismo y el puño de hierro, aunque sea enguantado en seda.
Trujillo nació cuando finalizaba el siglo 19, época de los grandes caudillos de polaina, a lomo de caballo, sable en mano y generales de charreteras colocadas a pura fuerza, pero sin una idea clara de lo que es una nación, una patria. El territorio nacional era para ellos una manigua, sin horizontes más allá de donde alcanzaba su vista.
Trujillo se desarrolló en un siglo 20 tormentoso, donde su primera gran prueba de fuego fue junto al interventor norteamericano. Pudo ser un simple soldado o un recadero, pero el ascenso político y personal de Trujillo deviene de un perfil que se colocaba dentro del hombre providencial que pintaban los gringos.
Ascendió sobre charcos de sangre, poniendo su sable al servicio del interventor, y en especial logrando jerarquía con la eliminación de los patriotas que enfrentaron a la intervención, sobre todo a los llamados gavilleros en la zona Este del país.
Los sucesos locales, la reelección de presidentes que no comprendían los cambios internacionales fueron murallas que no entorpecieron la coyuntura de la marcha de Trujillo hacia el poder. Se vendió con la falsa etiqueta de un redentor y puso el infierno a los pies de los dominicanos.
El nombre de Trujillo es hoy una página olvidada de la historia, pero sus métodos lo mantienen vivo, insepulto, con la nebulosa de que puede volver como diestro jinete en un caballo pálido. Trujillo fue un asesino político, que a contrapelo estableció las bases generales para que la sociedad de su Era diera un salto hacia el siglo 20.
Trujillo fue malo, abominable, repudiable, y su régimen en lo personal tenía que desaparecer a golpe de balas y choros de sangre, pero sus métodos, sus formas, su herencia están hoy más vivos que nunca en el autoritarismo de los sectores hegemónicos de la sociedad dominicana.
La única forma de sepultar a Trujillo es conocerlo. Comprender que nació en la última década del siglo 19, que murió a mediados del 20 y en el 21 es un fantasma que sigue recorriendo a la República Dominicana. A los demonios internos no se les teme, se les enfrenta. Los miedos generacionales e históricos, y el ocultar un período de nuestra historia, eternizan por siempre métodos y acciones que ya debemos superar.