Thursday, March 28, 2024
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LA  CONFIDENTE QUE SEDUCE A GALINDEZ

En el curso del año 1955, la entonces Dirección Nacional de Seguridad del Gobierno dominicano incorporó a sus filas a la señorita Gloria Estebanía Viera Marte, una campesina de 21 años de edad, oriunda del pequeño pueblito “El Mamey”, de Puerto Plata, asignándole -dentro del servicio de inteligencia- la misión especial de seguir y monitorear en la ciudad de Nueva York las actividades que realizaba allí el refugiado español Jesús de Galíndez Suárez, quien se había declarado enemigo de Trujillo y estaba encabezando –con el apoyo de intelectuales y profesionales dominicanos, residentes en esa urbe- una campaña de denuncia sobre los robos y crímenes que se les atribuían al dictador en sus 25 años en el poder.

La chica se encontraba entonces en Santo Domingo, de paso por el ensanche Luperón, donde residía una tía suya que estaba casada con un mayor de la Policía de apellidos Cruz y Féliz, y con su respaldo optimista había iniciado los preparativos para su viaje a la ciudad de los rascacielos y un proyecto de inversión de su primer salario en el alquiler o compra a largo plazo de una vivienda -cómoda y barata-, en el sector de Villa Mella, para mudarse allí junto a sus padres, según se pudo saber a través de su amigo José de Arco María González, de 50 años, residente en la calle Otilio Meléndez (Tunti Cáceres), en el Distrito Nacional.

Galíndez había llegado a la Gran Manzana el 31 de enero de 1946, instalándose en la célebre Quinta Avenida, en un área residencial denominada “Greenwich Village”, en el lado oeste del distrito de Manhattan, y sorprendió a la opinión pública -tan pronto pudo- con su ácido rechazo al régimen dictatorial trujillista, expuesto en conferencias en universidades y centros culturales, y en artículos periodísticos publicados en diarios locales y en las revistas Bohemia, Alderdi, Élite y Life, como el titulado “La opereta bufa de Trujillolandia”, que puso al descubierto las atrocidades de la dictadura.

Esta acción suya provocó que durante el otoño de 1946 el consulado dominicano en Nueva York decidiese anular su visado de entrada a Santo Domingo, al considerar que era un desagradecido por su condición de beneficiario de la «política migratoria humanitaria» de Trujillo, mediante la cual, en 1939 el país albergó a unos cuatro mil republicanos que huían de España tras la derrota sufrida en la guerra civil a manos del ejército del general Francisco Franco.

Galíndez había formado parte de esa legión de refugiados que pisó suelo dominicano el 29 de noviembre de ese año, teniendo él la buena fortuna de recibir un trato acogedor en la esfera pública, siendo enseguida invitado a incorporarse al personal docente de la escuela diplomática y consular de la Cancillería.

Gerald Lester Murphy y Octavio de la Maza

Allí contó entre sus alumnos al joven Ramfis Trujillo, el hijo mayor del dictador, y obtuvo el apoyo oficial para llevar su experiencia profesional a la cuatricentenaria Universidad de Santo Domingo y al Ministerio de Trabajo, donde se le asignó el puesto de asesor legal que desempeñó hasta el día final de su estadía en tierra quisqueyana.

La férrea actitud crítica de Galíndez mantendría en alerta a los confidentes trujillistas en los Estados Unidos, quienes tenían la información -que pasaron a sus superiores- de que el profesor vasco-español estaría concluyendo un largo escrito intitulado “La Era de Trujillo”, en el que recogía sus observaciones y experiencias de siete años de residencia en la República Dominicana.

Esa inquietante noticia llevó al gobierno de Héctor Bienvenido Trujillo a enviarle un emisario con una oferta metálica tentadora, a cambio de que entregara el documento elaborado y renunciase a su publicación en el futuro; pero para su sorpresa, éste rehusó aceptar el ofrecimiento y ratificó su voluntad de continuar su obra, que presentaría como tesis doctoral en la Universidad de Columbia, donde -desde 1951- había sido contratado como profesor de las cátedras de Historia de la Civilización Iberoamericana y Derecho Público Hispanoamericano, a las cuales asistían numerosos alumnos que apreciaban sus dotes de intelectual y académico.

Luego de ese fracaso es que entra en acción la joven Gloria Estebanía Viera Marte, mejor conocida como “La Gogui”, a quien la inteligencia trujillista le encomendó la tarea de acercarse a Galíndez y procurar cautivarlo con su magia femenina. Era una chica de encendido pelo rojizo y bastante pequeña, pero poseía una personalidad singular capaz de neutralizar el efecto visual negativo de su baja estatura. Su selección como confidente exclusiva para el caso Galíndez, se hizo motivando su notable sagacidad y su increíble parecido con una novia que tuvo el español en la época en que fue profesor en la escuela diplomática y consular de la Cancillería, llamada Rosa Báez López Penha.

Antes de viajar a Nueva York, La Gogui fue instalada durante mes y medio en una bonita suite del hotel Paz (Hispaniola) en la capital, donde casi siempre recibía de noche una llamada telefónica -de seguro orientadora- que le hacía el general Arturo Rafael Espaillat Rodríguez, un experto en seguridad que conocía mejor que nadie la ciudad de Nueva York, por haberse criado en ella, dominando a plenitud sus lugares más recónditos. Este oficial era hijo de un médico vegano amigo de Trujillo, que estuvo durante varios años al frente del consulado dominicano, posibilitando con autoridad y logística que sus familiares conocieran bien esa gran metrópoli y asistieran a los mejores colegios neoyorquinos.

El general pudo educarse en la afamada Academia de West Point, la mejor escuela militar del mundo, de la que egresó en 1945, convertido en el primer -y único dominicano en exhibir un título de ese centro de formación de cadetes. Algún detalle extra sobre la estadía de La Gogui en el referido hotel podría encontrarse en la lectura de una crónica del diario El Caribe, de fecha 24 de marzo de 1964, calzada con la firma del periodista Julio C. Bodden, que recrea bastante lo expresado en las primeras tres líneas del párrafo anterior y que, además, atribuye a este militar la responsabilidad del costoso alquiler de la suite indicada, aunque sobra decir que esa instalación hotelera era propiedad de la familia Trujillo. La preparación de La Gogui corrió a cuenta de un español que conocía muy bien a Galíndez llamado Félix Hernández Márquez -El Cojo, quien la escoltó durante su viaje a la ciudad costera de Mayagüez, Puerto Rico, donde cambió su identidad por Ana Gloria Viera y fue dotada de un pasaporte americano en su nueva condición de nativa de la isla borinqueña.

Allí conoció las directrices finales sobre cómo debía tratar a Galíndez y moverse en la ciudad de Nueva York; además de que tuvo que modificar algunos términos recurrentes en su habitual lenguaje y aprenderse de memoria los nombres de las principales calles y atractivos turísticos de Mayagüez para realizar con cierta presteza y rigor su papel -ocasional- de puertorriqueña y de recién casada y amorosa esposa de su acompañante. Félix Hernández Márquez era un antiguo estudiante de medicina, amigo de Galíndez, que había participado junto a él en la guerra civil española…combatiendo en apariencia a favor de los republicanos, porque en realidad era un leal compromisario de los objetivos del ejército de Franco y al concluir la contienda, seguiría siendo confidente del dictador español y a veces sicario por encargo de su gobierno; aunque ya su servicio no era tan necesario dentro de su país, sino en el extranjero; especialmente en territorio estadounidense por haberse constituido en refugio principal de los exiliados defensores de la República, quienes con ardor y pasión seguían promoviendo la insurrección armada en España.

En el mes de febrero de 1955, Hernández Márquez había volado a Nueva York a cumplir el encargo de deshacerse de algunos enemigos de Franco y de su amigo Trujillo, pero esa orden fue cambiada el día 1ro. de marzo, al recibir un cablegrama que decía lo siguiente: “Deje la misión en suspenso, regrese inmediatamente”. Fue poco después que viajó a la República Dominicana a buscar a la señorita Viera para llevarla a Nueva York, vía Puerto Rico, y presentársela a Galíndez, quien al conocerla se había impresionado tanto, por su energía corporal en abundancia, su tierna sonrisa y su evidente audacia, que a Hernández Marquez le pareció ver en sus ojos un asomo de lujuria y una mirada codiciosa surgida del deleite visual sin freno que lo haría prisionero de sus encantos. Al profesor le había llegado de prisa el deseo de conocerla y adorarla, provocado por el vaivén sensual calculado de su estupenda figura.

La miraba atónito, pero con mucha ansiedad, como queriendo apresurar una relación marital intensa y absorbente; pues sentía que llegaba a su vida a ocupar un sitio principal en su corazón, ya que estaba logrando en cuestión de unos segundos conmover su pensamiento y desatar en su mente un excitante entusiasmo que culminaría con la gestación súbita de su único hijo; al que su madre pondría por nombre Manuel, quien sería criado por su abuela Confesora Marte en su casa de Villa Mella y sería un joven inquieto, sumamente conocido, al igual que su hermano de crianza Hipias, en la urbanización El Portal del Distrito Nacional, ambos residiendo al lado de la vivienda donde nació y se crió el inmenso baloncestista Hugo Cabrera. Pero aún en esta circunstancia familiar, Galíndez no modificaría su rol de crítico incorruptible frente a la dictadura de Trujillo; resurgiría en el medio social como un combatiente sin retroceso, siguiendo firme en su posición antitrujillista como si al ser alcanzado por un flechazo de amor, su espíritu estuviese acumulando mayor rebeldía, fortaleza y resistencia para eludir sin temor el asedio, el soborno y el chantaje de sus oponentes, lo de que no presentara al público su escrito sobre la Era de Trujillo; pero Galíndez era un hombre muy testarudo y estaría exponiendo su tesis doctoral en la Universidad de Columbia en fecha 21 de noviembre de 1955, provocando la ira del tirano y dos visitas consecutivas del referido amigo, quien llegó desesperado a su apartamento de Greenwich Village los días 8 de enero y 16 de febrero de 1956, para advertirle que su proceder era una provocación peligrosa a los trujillistas de Nueva York y que no intervendría en el caso de que se gestara una agresión en su contra.

Galíndez rechazó su amenaza y le pidió que se fuera de su casa, porque era inaceptable que le estuviese gritando en su propio domicilio, perturbando la paz interior de los hogares vecinos. Lo estaba reprendiendo de igual manera, por su insistencia en acorralarle y le dijo que llamaría a la policía, acarreando que saliera de modo precipitado, seguido por la mirada curiosa de muchas personas que situadas en el parqueo del edificio, daban seguimiento solidario a la discusión de su vecino, quien con mucha brega había podido librarse de la presencia indeseada de aquel extraño que ya se marchaba.

El 27 de febrero de 1956 la Universidad aceptó la tesis de Galíndez, pero dos semanas más tarde ocurriría el acto criminal de su desaparición provocado por la mano tenebrosa del dictador Trujillo, quien se atrevió a implementar un secuestro en plena vía pública de la ciudad de Nueva York…una increíble extradición forzada que se llevaría de encuentro a dos extranjeros y varios dominicanos.

La noche del secuestro

Todo comenzó la noche del 12 de marzo de 1956. Galíndez era profesor de la cátedra de Derecho Internacional en la Universidad de Columbia y concluyó el horario de clases a las 8:45 p.m., abandonando el salón número 307 del edificio Hamilton, en la Facultad de Estudios Generales, junto a su alumna Evelyn Lang, quien le acompañó a tomar el metro en la Octava Avenida esquina calle 57, para retornar a su apartamento de Greenwich Village.

Esa alumna sería la última persona en verlo con vida, aparte de sus secuestradores, que eran Félix Hernández Márquez (El Cojo), un agente de la CIA llamado John Frank y el coronel Salvador Cobian Parra, del servicio de inteligencia trujillista, quienes lo esperaban dentro de su casa, junto a su amante Gloria Viera, vestida de enfermera y un médico llamado Miguel Rivera, que le suministraría los sedantes necesarios para que tuviera la apariencia de un enfermo terminal de cáncer.

Galíndez fue transportado sedado hasta el aeropuerto de Linden, en Nueva Jersey, siendo introducido en un avión Beechcraft, piloteado por el estadounidense Gerald Lester Murphy, un joven de 21 años, nativo de Eugene, Oregón, quien conduciría la nave hasta el aeropuerto de Zahn’s, en Amityville, Long Island, donde fue reabastecido de combustible, para partir a seguidas con rumbo a Montecristi, en la costa noroeste de la República Dominicana, donde le esperaba una avioneta piloteada por el capitán Octavio de la Maza y una ambulancia donde fue alojado hasta que lo llevaron a la Hacienda Fundación, a poca distancia de la ciudad de San Cristóbal, donde lo esperaba Trujillo, quien de acuerdo con la versión del capitán Alicinio Peña Rivera, encabezó la tortura para que se retractara de lo que había escrito sobre la ilegitimidad de su hijo Ramfis. De ahí fue llevado a una cárcel solitaria en la Penitenciaría Nacional La Victoria, donde presuntamente murió ahorcado. Después de eso, se produjo el supuesto suicidio del médico Miguel Rivera, quien habría ingerido una pastilla de cianuro; la muerte a tiros, dentro de su despacho, del coronel Salvador Cobian Parra, del servicio de inteligencia; el supuesto accidente automovilístico de Hernández Márquez (El Cojo); el asesinato de Murphy; el suicidio de De la Maza y el simulacro de accidente automovilístico de Gloria Viera, ocurrido en la cercanía de Villa Altagracia, doce días después de haber dado a luz a su hijo Jesús Manuel.

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