Thursday, March 28, 2024
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BONILLA AYBAR ENCARCELADO EN GOBIERNO DE BOSCH

Sebastián del Pilar Sánchez

La noche del viernes 5 de abril de 1963 la televisora que tenía por nombre Radio HIN Televisión (RAHINTEL) repentinamente era ocupada por agentes de seguridad del gobierno del profesor Juan Bosch, con el fin de realizar un allanamiento para arrestar al destacado periodista y comentarista radial Rafael Bonilla Aybar, quien según el expediente judicial elaborado en su contra por la Fiscalía del Distrito Nacional, había mal usado un cheque por un valor de cien pesos, emitido por la empresa Reid Pellerano en favor de la editora La Nación, por servicios prestados cuando éste fungía como su presidente-director.

El sorprendente operativo estaba encabezado por agentes de seguridad que recibían instrucciones directas del Procurador Fiscal del Distrito Nacional, doctor José María Acosta Torres, quien había planeado en su despacho del Palacio de Justicia de Ciudad Nueva, apresar al comunicador cuando estuviera pasando su programa radial Telenoticias, también llamado “El Periódico del Aire”, que conducía diariamente de 7:00 a 8:00 p.m. por esta planta radiotelevisora, propiedad del ingeniero Pedro Pablo Bonilla -Pepe-, ubicada en el Centro de los Héroes de la ciudad de Santo Domingo.

Originaba suspicacia que en un primer instante no se viera allí a la Policía Nacional, quizá por cierta desconfianza de la fiscalía con su jefe, el general Belisario Peguero Guerrero, quien había sido designado en el puesto durante la gestión del presidente Rafael F. Bonnelly y muchos de los colaboradores civiles y militares del gobierno de Bosch deseaban su relevo por un incumbente con cierta afinidad con la nueva administración.

La orden de arresto fue entregada por la fiscalía de modo sigiloso al señor Rafael Ellis Sánchez, Director Nacional de Seguridad, quien comenzó a ejecutarla a partir de las cuatro de la tarde de ese día, enviando a sus agentes secretos hasta la residencia del periodista en la calle Hermanos Deligne No. 19 del sector de Gascue, la que fue rodeada al igual que otros sitios que frecuentaba; aunque disponiendo la mayor vigilancia sobre el edificio de la estación de radio y televisión, debido a que era casi seguro que acudiese esa noche allí a realizar su programa habitual.

Este episodio es analizado por el prestante abogado Manuel Ramón Morel Cerda en su libro “Testimonios Desclasificados, Retazos Narrativos de Hechos Verídicos”, señalando que fue un operativo sorpresa que escapó al control del Ministerio Público cuando dichos agentes se apersonaron al lugar y “se encontraron con una cantidad inusual de personas que precisamente esa noche habían acudido al estudio donde se desarrollaba el programa, virtualmente en demostración de solidaridad, y se formó todo un espectáculo televisado a todo el país, donde no faltaron incitaciones histéricas a las Fuerzas Armadas” para salvar la nación.

Esa situación, que fue generada al parecer por una infidencia de algún colaborador muy cercano al fiscal, estuvo a punto de originar una terrible masacre, pues aquellos agentes vestidos de civil y armados con ametralladoras, pretendían hacer frente a la gran muralla humana que se interponía en su camino y les impedía llegar a la cabina radial donde estaba el comunicador buscado, sentado frente a un micrófono que había convertido en su único instrumento de defensa; usándolo de modo agresivo contra el gobierno del presidente Bosch, culpándolo de violentar su legítimo derecho a valorar la realidad social y disentir de la opinión oficial.

El doctor Morel Cerda conoció cada detalle de este drama, ya que cuando el gobierno de Bosch se dio cuenta que su desenlace sería negativo, tomó la razonable decisión de nombrarlo fiscal, viéndose impulsado de inmediato a disponer una investigación profunda de lo ocurrido en Rahintel, producto del conflicto originado por civiles armados, cuya indeseada aparición allí estaba siendo repudiada por decenas de personas, amotinadas en los alrededores con los ánimos caldeados desde antes que se escuchara el estruendo de un arma de fuego y el escenario del estudio televisivo se tornara sangriento.

Eso pasó en el instante en que el presidente de la Asociación de Industrias de la República Dominicana, don Horacio Álvarez Saviñón fue encañonado por uno de aquellos agentes, que apuntaba su arma en dirección a su estómago, con la indudable intención de dispararle; y éste, para  evitarlo… respondió tirándosele encima, en pos del control del artefacto; siendo en esa lucha  ayudado por su hijo Horacito, aunque no pudieron dominar del todo al sujeto homicida, quien oprimió el gatillo del revólver que expulsó el tiro que se alojó en su espalda, así como otro que enseguida hirió a su vástago.

El industrial era muy admirado por ser importador del famoso refresco Pepsi Cola, y haberse convertido en el único embotellador de dicha bebida autorizado por la casa matriz para operar fuera del territorio estadounidense. Y esa noche, junto a su hijo Horacito andaba por Rahintel en diligencias empresariales, viéndose atrapado por este horripilante suceso que acrecentó la confusión y la angustia reinantes, aunque la gente en vez de amilanarse seguía acudiendo a la radiotelevisora, transformando de pronto a toda la zona del Centro de los Héroes en un estacionamiento colectivo, donde parqueaban sus vehículos para sumarse a los coros antagónicos formados por los defensores de la acción judicial -de un lado-, y quienes -de otro lado- con sus aplausos alentaban al periodista sitiado, que esa noche sin miedo alguno pronunciaba con más energía que nunca su encendida perorata habitual.

Un poco más tarde llegaba al escenario el general de brigada Belisario Peguero Guerrero, jefe de la Policía, acompañado de oficiales superiores y un fuerte contingente policial. Este se abrió paso entre el público allí reunido, llegando sin dificultad hasta la cabina donde estaba el periodista, a quien detuvo en presencia de varios de los líderes de la oposición que fueron a Rahintel a solidarizarse con su causa. Eran ellos, los doctores  Viriato Alberto Fiallo Rodríguez, presidente de la Unión Cívica Nacional; Juan Isidro Jimenes-Grullón, presidente de la Alianza Social Demócrata; Mario Read Vittini, presidente del Partido Demócrata Cristiano, y el general Miguel Ángel Ramírez Alcántara, presidente del Partido Nacionalista Revolucionario Democrático.

La aparición del jefe de la Policía allí conjuró un mayor derramamiento de sangre con pérdidas de vidas, e hizo posible el traslado oportuno de los heridos a la clínica Gómez Patiño, en la avenida Independencia de la capital, donde recibieron atenciones médicas a sus fracturas. También se tradujo en un efectivo disuasivo para aplacar la tensión, pues era un hombre de una dilatada carrera policial  y  se  ocupó -seguido llegó- de tomar todas las medidas preventivas y necesarias para impedir que allí hubiese algún tipo de agresión a sus tropas, o a los odiados agentes de la Dirección Nacional de Seguridad. Su principal logro consistía en poner fin a largas horas de angustia.

 ¿Quién era Rafael Antonio Bonilla Aybar?  

Era un joven antitrujillista, nacido en Santo Domingo el 4 de septiembre de 1932, muy conocido por su exilio de once años en Cuba y como hermano de Pedro Julián Bonilla Aybar, uno de los expedicionarios de junio de 1959, muerto el día 19 a bordo de la lancha Carmen, cuando iba a descender a tierra por la playa costera de Maimón, municipio de Puerto Plata y  su embarcación fue cañoneada por la Marina de Guerra, que atacó a los insurgentes por sorpresa para malograr el sueño de  libertad de aquellos valientes muchachos que, bajo el mando de José Horacio Rodríguez Vásquez, hijo del general Juancito Rodríguez García, llegaron desde Cuba a combatir en las montañas del norte a la tiranía de Trujillo.

Bonilla Aybar era un comunicador conocido en varios países latinoamericanos por su labor en los medios de prensa denunciando constantemente los crímenes de Trujillo; especialmente en importantes eventos internacionales donde cabildeaba -cuando era necesario- que metieran en sus agendas el tema de los desmanes de la dictadura y la urgencia de sanciones por sus constantes violaciones a los derechos humanos. Eso pasó en las conferencias de cancilleres celebradas en Santiago de Chile  y San José de Costa Rica, en los años 1959 y 1960, a las que fue invitado como corresponsal de los diarios Ultimas Noticias, de Caracas, y El Telégrafo, de Guayaquil.

Por su valiente desafío a  la tiranía  trujillista, desde su regreso del exilio se le reconoció como un héroe de la lucha democrática, y numerosas personas celebraron las recriminaciones enérgicas que con frecuencia le hacía a poderosos individuos ligados económicamente a Trujillo y sus descendientes, así como su insistente demanda para que el Consejo de Estado protegiera los bienes del tirano que habían pasado a formar parte del erario.

En ese momento tenía 30 años de edad y aunque era un hombre relativamente joven, estuvo a la vanguardia de los periodistas dominicanos en el desmonte de la maquinaria represiva del Estado, lo que le granjeó la admiración y complacencia de muchos de sus compatriotas de diferentes clases sociales que apreciaban su correcta y valiente actitud, aunque algunos eran suspicaces y no les resultaba gracioso su modo de enfrentar a sus adversarios con un lenguaje reiterativo, repleto de epítetos desagradables, como sus ataques al expresidente Balaguer, tildado de “muñequito de papel”, a quien en 1961 constantemente le reclamaba su renuncia de la presidencia del Consejo de Estado.

Cuando el gobierno del presidente Bonnelly lo eligió para conducir un órgano oficial tan importante como el periódico vespertino La Nación, tuvo que ponderar su alta popularidad, su entusiasmo y su energía juvenil para echar hacia adelante una línea informativa y publicitaria de soporte a las primeras elecciones libres que tras el ajusticiamiento del tirano Trujillo, iban a celebrarse en diciembre de 1962; pero pasó por alto que su temperamento estaba cerrado a la tolerancia y la ecuanimidad imprescindibles para dirigir prudentemente ese medio informativo oficial, dada su tendencia al conflicto y su excesiva vehemencia tratando de justificar sus apreciaciones políticas. Como se manifestó en su trágico choque con el empresario Alberto Bonetti Burgos, en la mañana del viernes 29 de junio de 1962, en presencia de los señores José Turull Ricart, Luis R. Ortega Oller y Anibal Vargas.

Ese día, el señor Bonetti Burgos lo invitó a batirse a tiros -en un duelo personal-, visiblemente molesto porque rehusó rectificar un escrito que fue publicado el día anterior en la sección “Poniendo el Sello” y la columna “El Duende” de La Nación, donde se le atacaba por el usufructo de bienes pertenecientes a la familia Trujillo; en referencia a un lujoso yate trasladado a Puerto Rico para evitar que fuese confiscado, y que -según la denuncia- había sido “comprado con los dineros robados al pueblo dominicano”.

Debido a su negativa en hacer la corrección noticiosa, Bonilla Aybar recibió una violenta trompada del empresario, con lo cual se inició una pelea de unos cinco minutos, desarrollada dentro de su despacho de director, la que fue detenida por los visitantes y los empleados del periódico que derribaron la puerta de su oficina y despojaron de un arma al empresario Bonetti, evitando que lo hiriera.

En este incidente hubo varios empleados que fueron alcanzados por las balas, y otros salieron lastimados por contusiones recibidas durante la violenta y desesperada movilidad interna. Entre ellos, el fotógrafo Leandro Grullón; el linotipista Federico Perdomo Ramírez, quien trabajaba en La Nación desde su fundación en 1941, y el joven Horacio Reynaldo Batista, quien andaba en una guagüita anunciadora por la avenida Mella y se había detenido en la puerta principal del periódico atraído por el ruido de la pelea, siendo herido accidentalmente.

Luego del suceso, hubo una gran manifestación de solidaridad con el periodista agredido. Decenas de personalidades e instituciones sociales y políticas enviaron telegramas y notas de prensa a los diarios nacionales exigiendo al gobierno que investigara el incidente y ofreciera plena protección a Bonilla Aybar. Entre los firmantes sobresalían, Ángel Severo Cabral, Horacio Julio Ornes, Juan Isidro Jimenes-Grullón, Antinoe Fiallo, Rafael Alburquerque Zayas-Bazán, Ramón A. Castillo, Bienvenido Hazim Hegel, y los catorcistas, ingeniero Félix Germán hijo y Darío Vinicio Echavarría.

Sin embargo, un año más tarde, disminuyó ostensiblemente la popularidad de quien había sido uno de los hombres más admirados y aplaudidos del país, pasando de héroe antitrujillista a villano antiboschista, tras presentarse como uno de los principales adversarios del profesor Juan Bosch poco antes de que tomara el poder el 27 de febrero de 1963.

El doctor Morel Cerda, en su  citada obra, señala que durante el gobierno del presidente Bosch, Bonilla Aybar “se había erigido por obra de su fogosidad y actitud para la comunicación, en el vocero  más visto, leído y oído de los sectores aglutinados en torno al conservadurismo criollo que adversaba al gobierno recién instalado de Juan Bosch, porque además él dirigía el Diario “Prensa Libre” y cada noche su programa radial era bastante escuchado al ser el representante de los sectores conservadores y el principal emisor de críticas al gobierno, lanzando fuertes acusaciones de corrupción contra sus funcionarios”.

La prisión de Bonilla Aybar

Este estuvo encerrado en la cárcel de La Victoria desde el sábado 6 hasta el viernes 19 de abril, cuando fue puesto en libertad tras depositar una fianza de diez mil pesos fijada por la Corte de Apelación de Santo Domingo. Su juicio por supuesta malversación de fondos perdió credibilidad cuando el presidente de la Editora Listín Diario, señor Rogelio A. Pellerano, dirigió una contundente misiva a la Dirección General de Impuesto sobre la Renta y al Gobierno reclamando que dijeran cómo obtuvieron la copia del cheque supuestamente malversado. Esa carta contenía estos expresivos párrafos:

“En cuanto a la razón determinante de la expedición del mencionado cheque, nos sentimos obligados a aclarar que este no corresponde a ningún pago por servicios que nos rindiera la Editora La Nación, C. por A., sino que el aludido cheque se expidió para cubrir un anuncio en el periódico “Dominical” que se proponía imprimir en dicha editora el señor Gustavo Marín.

“Fue a este señor que entregamos ese cheque. Posteriormente el señor Marín desistió de publicar en esa época el periódico y entonces nos pidió que le  permitiéramos utilizar el importe del cheque para otros fines de propaganda, a lo cual accedimos, por lo que autorizamos al señor Rafael A. Bonilla Aybar a entregar al señor Marín el valor correspondiente”.

Se debe decir también que en la puesta en libertad de Bonilla Aybar necesariamente habría incidido  la postura del presidente Bosch, quien durante una reunión efectuada en su despacho con los directivos de la Asociación Dominicana de Escritores y Periodistas (ADPE), se comprometió a fortalecer la libertad de expresión y la libertad de prensa, entendiendo que sin  el fortalecimiento de ese sagrado principio sería un mito la vigencia plena de la democracia. Entre los miembros de esa entidad allí presentes, recordamos los nombres del doctor Salvador Pittaluga Nivar, el doctor Rafael Molina Morillo y el periodista Gregorio García Castro

Bonilla Aybar se reintegró a su fogosa actividad antiboschista, enrolándose junto al padre Marcial Silva y el comentarista Tomás Reyes Cerda, como oradores principales de los mítines de reafirmación cristiana que comenzaron a efectuarse en esos días, bajo la orientación de reconocidas figuras de la derecha política que laboraban a toda hora para derrocar el gobierno. Eran ellos, los ingenieros José Andrés Aybar Castellanos y Enrique Alfau; el licenciado Miguel A. Gómez Rodríguez, Rafael Alejandro Melo Sánchez, Adriano Gómez Rodríguez y Robinson Ruiz López.

Su participación en estas actividades subversivas originó otro incidente público, la noche del primero de agosto. Sucedió que había estado como invitado de varios colegas en el  programa “Ante la Prensa”, que se transmitía cada noche por Radio Santo Domingo Televisión, explicando los motivos políticos de sus ácidas críticas al presidente Bosch. Cuando terminó el programa e intentó marcharse, se dio cuenta que frente al estudio, en la calle Tejada Florentino casi esquina Barahona, había una enorme multitud que impedía el movimiento peatonal y lanzaba duras consignas en su contra; por lo que tuvo que esperar que la dotación policial de la zona tomara medidas severas para disolver aquella demostración de rechazo y posibilitar su salida del canal.

Sin duda que su popularidad en ese momento estaba de capa caída y eso se fue incrementando después del golpe de Estado a Bosch el 25 de septiembre, convirtiéndose rápidamente en una de las figuras públicas con mayor concentración de repudio en la ciudad de Santo Domingo, lo que explica el ataque despiadado de que fuera objeto el miércoles 18 de diciembre de 1963, a su salida del programa “Telenoticias”, en Rahintel, que casi le cuesta la vida.

Él y su chofer salieron ilesos de ese atentado dirigido por cinco desconocidos que según el informe ofrecido por el general Belisario Peguero en una publicación del 25 de diciembre de ese año, estaban fuertemente armados y pretendían llevar a cabo este atentado criminal provistos de una ametralladora Thompson, calibre 45, una pistola calibre 45, un revólver y dos granadas de mano, que trataron de emplear el 17 de diciembre a la salida del periodista de la estación radial “La Voz del Trópico”, en la calle Abreu del sector  San Carlos de la capital.

Loa atacantes se parquearon en esta ocasión muy cerca de la planta televisora Rahintel y lanzaron una bomba contra su vehículo que explotó a destiempo; lo que generó la alerta del periodista e hizo posible que saliera ileso del intenso tiroteo que se inició enseguida y que causó alarma entre los agentes policiales y militares que custodiaban las instalaciones oficiales vecinas, quienes se integraron a la acción, ayudando a  repeler el ataque, provocando la huida de los agresores.

En relación a su implacable anticomunismo, hay una anécdota que con motivo de este trabajo nos recordó el distinguido amigo, licenciado Yván Rodríguez Batista, viceministro de Planificación y Desarrollo del Ministerio de Economía, que por su tonalidad graciosa compartimos en este espacio. En los años sesenta Bonilla Aybar hizo un esfuerzo excesivo para silenciar el auge de la canción Nathalie en la República Dominicana; pues esa bella melodía del escritor francés Gilbert Bécaud había alcanzado un lugar cimero en el gusto popular, interpretada por un trío chileno llamado “Los Hermanos Arriagada”, y molestaba mucho a los sectores de derecha su gran pegada entre los jóvenes, quienes la cantaban con fervor como si fuese un himno patrio, cuando en realidad era una historia de amor cimentada en símbolos del socialismo, como la Revolución de Octubre de 1917 en Rusia, la Plaza Roja de Moscú y la  tumba de Lenin; además de que sintonizaba con el esplendor de la revolución cubana y la mitificación de las figuras de Fidel Castro y Ernesto Che Guevara.

Como nos recuerda el amigo economista, en las arengas diarias de Bonilla Aybar se invitaba con insistencia a censurar a Nathalie, debido a que -según decía- esa era la canción de los comunistas, y por ello se debía contrarrestar usando en su lugar a otra melodía llamada Dominique, que refería las bondades del sacerdote español Santo Domingo, fundador de la orden seglar dominicana conocida como Los Dominicos, que era un tema muy popular en Estados Unidos y en Europa, donde logró penetrar su autora, la monja francesa de origen belga,Jeanine-Paule-Marie Deckers. La mayor dificultad residía en que no había sido tan exitosa su  versión en castellano en la voz de la actriz mexicana Angélica María. Pero aun así, Bonilla Aybar insistía en proclamar: “Ya los comunistas tienen su himno, Nathalie, y nosotros tenemos el nuestro, Dominique”.

Finalmente debemos referir lo acontecido la tarde del 24 de abril de 1965, luego que el secretario de prensa y propaganda del partido blanco, José Francisco Peña Gómez, anunciara por el programa radial “Tribuna Democrática” el inicio de la sublevación militar en el Campamento 16 de Agosto, donde un grupo de jóvenes oficiales, a la cabeza del capitán Mario Peña Taveras, apresaron al jefe del ejército

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